El papel de las políticas migratorias dentro del flujo migratorio China-México

Primera época, número 8, julio-diciembre 2019, pp. 57-73.

Autora: Luz Helena Rodríguez Tapia 1.

Resumen:

Las migraciones internacionales están intrínsecamente vinculadas a las economías y a las relaciones sociales transnacionales que se van estableciendo entre los países de expulsión y los de atracción. No obstante, el ámbito político-regulatorio también es un aspecto relevante a considerar, pues las políticas migratorias dan cuenta de los contextos de destino y también de los de origen. El objetivo de este artículo es explicar el modo en el que éstas, vía las leyes de migración, pueden influir sobre los flujos migratorios. Dicha idea es abordada desde el caso específico de la inmigración china en México, para lo cual se hace una revisión histórica-documental de la política de inmigración en el país (la cual promovió la reducción de esta corriente durante el siglo XX), y también de la política de emigración en China (que recientemente le ha dado un nuevo impulso al flujo de inmigración).

Palabras clave: inmigración china, políticas migratorias, nuevos migrantes chinos, flujo China-México, extranjería.

The role of migration policies within the migratory flow China-Mexico

Abstract:

International migration is linked to the economies and transnational social relations that are being established between countries of expulsion and attraction. However, the political-regulatory environment is also a relevant aspect to consider, because migration policies account for the contexts of destination and origin. This article intends to reflect on how migratory policies influence migratory flows. This idea is approached from the specific case of chinese immigration in Mexico. It makes a historical review of the immigration policy in this country (which promoted the reduction of this flow during the 20th century), and also of the emigration policy in China (which recently has given a new impulse to immigration flow).

Keywords: migration policies, chinese emigration, new chinese migrants, China-Mexico flow, foreign affairs.

Introducción

En el año 2015 se estimaba que el número de migrantes internacionales estaba por encima de las 243 millones de personas, lo cual constituía 3.3% de la población mundial (CONAPO y BBVA, 2016: 7 y 22). A pesar de que, en términos relativos, los migrantes representan todavía un porcentaje muy bajo con respecto al total de la población, en el ámbito normativo de los países receptores la idea de control sobre la migración se ha tornado imperante (Hollifield, 2004).

Los Estados-nación se encuentran preocupados ante la porosidad de sus fronteras por lo que continuamente establecen o transforman medidas y criterios para controlar el ingreso (Pécoud y de Guchteneire, 2005). En consecuencia, los gobiernos consideran que el régimen restrictivo de migración adoptado si no es capaz de acabar con la entrada de foráneos al menos podrá reducirla o regularla.

Los marcos teóricos que explican el fenómeno migratorio siempre han ubicado a la economía y a los vínculos sociales como la génesis que desencadenan los procesos migratorios.[1] Al respecto, no cabe duda de que la migración internacional está intrínsecamente vinculada a las economías y a las relaciones sociales transnacionales que se van estableciendo. Sin embargo, el ámbito político-regulatorio es también un aspecto que debiera ser considerado, pues las políticas migratorias dan cuenta de los contextos de destino y de los de origen.

En este artículo se pretende hacer una reflexión sobre el modo en el que las políticas migratorias tienen influencia sobre los flujos migratorios a través de las leyes que los regulan. Esta idea es abordada desde el caso específico de la inmigración china en México, motivo por el que se hará una revisión histórica-documental de la política de inmigración en dicho país (la cual reforzó la reducción de esta corriente durante el siglo XX), y también de la política de emigración en China (que recientemente le ha dado un nuevo impulso).

Si bien una de las principales características de la actual migración internacional china es que se encuentra fuertemente ligada a las oportunidades económicas y laborales, así como a los contactos comunitarios existentes en los países de destino, no se puede dejar de lado el hecho de que este flujo se ha topado de frente con las políticas migratorias que los gobiernos receptores y el Estado chino han construido con el objetivo de incidir en su entrada en América o en su salida desde Asia.

Como se expondrá en los siguientes apartados, la consolidación de China en la actualidad como potencia económica e importante figura mundial ha contribuido a la formación de un éxodo humano con una perspectiva nueva: el establecimiento de relaciones económicas. No obstante, se apunta que las regulaciones o desregulaciones en la política migratoria, expresada en las legislaciones, también han formado parte importante de los factores de expulsión y atracción, de acuerdo a la temporalidad y el devenir histórico en ambos países.

Las políticas migratorias

Antes de adentrarse al caso concreto, se debe aclarar lo que se entenderá por política migratoria. De acuerdo con Aristide Zolberg las políticas de migración son aquéllas que comprenden no sólo la regulación del movimiento hacia afuera y hacia adentro de las fronteras sino “[…] también las normas que rigen la adquisición, el mantenimiento, la pérdida o la renuncia voluntaria de la «membresía» en todos sus aspectos: política, social, económica y cultural” (Zolberg, 2006: 11, traducción propia).

De acuerdo con lo anterior, la regulación fronteriza, el control de los desplazamientos y la pertenencia a la comunidad son la esencia de la política migratoria. Quizás por ello se reconocen tres componentes básicos: el control de los flujos mediante reglas, requisitos y procedimientos estatales; la premisa de la integración de los extranjeros en la sociedad de acogida; y la postulación de un marco normativo que determine el acceso a la membresía o, dicho de otra manera, la nacionalidad. Por tanto, se tendría que las políticas migratorias:

Conforman el marco institucional en el que se producen los flujos interfronterizos de personas y producen dos resultados de gran significación desde la perspectiva de los países receptores: determinan las dimensiones de la comunidad extranjera en el destino y sus características a través del uso de medios directos o indirectos de selección. Dentro de las políticas migratorias pueden incluirse también las medidas desarrolladas por los Estados para regular la salida de sus nacionales y la protección de las comunidades en el extranjero (López Salas, 2005: 109).

En suma, la política migratoria es el conjunto de leyes, prácticas e instrumentos estatales destinados a regular el acceso, permanencia, pertenencia y la salida tanto de extranjeros como de connacionales. Asimismo, son las que definen de qué tamaño será y cuántos candados tendrá la puerta de acceso de cualquier Estado-nación.

Consecuentemente, las reglas por las cuales entran extranjeros a un país y salen los ciudadanos hacia otro forman parte de la política migratoria. Asimismo, el grado de control sobre la inmigración y la emigración suele coadyuvar a que los desplazamientos se intensifiquen o se dificulten. Este hecho puede verse muy claro en el caso de la migración china que se ha dirigido hacia México.

Así pues, antes de hablar propiamente sobre la política de migración que envuelve al flujo migratorio China-México, resulta indispensable hablar sobre los primeros flujos inmigratorios y su contexto general.

Antecedentes de la inmigración china en México

El primer acercamiento documentado que existió entre chinos y mexicanos se remonta a la Nueva España durante el siglo XVI, un contacto que fue propiciado por una ruta marítima-comercial conocida como Ruta de la Seda (Xu Shicheng, 2007). A pesar de la importancia de señalar los orígenes de los vínculos Asia-América durante la Colonia, debe recalcarse que no fue sino hasta siglos más tarde cuando se llevó a cabo una migración dirigida y un intenso arribo de chinos al país.

La historia de la inmigración china en México se remonta propiamente hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, periodo ampliamente estudiado por la relevancia demográfica que conlleva.[2]

Es de señalarse que los primeros flujos significativos de inmigración fueron posibles por tres causas: 1) el panorama de crisis y miseria que se vivía en aquel país asiático; 2) las políticas restrictivas de Estados Unidos, específicamente la promulgación de la Ley de Exclusión de 1882, que expulsaron a ducho grupo obligándolos a ingresar al territorio mexicano; y 3) el auge económico del régimen de Porfirio Díaz, el cual daba la oportunidad a estos inmigrantes de entrar como trabajadores a destajo o coolies.

Resumiendo, la causa de la inmigración se debió a una perfecta sincronía entre la salida masiva de chinos hacia el mundo, su expulsión en el país vecino y la carencia que tuvo México en cuanto al suministro de mano de obra para la construcción de ferrocarriles, la minería y la agricultura, unas actividades económicas que fueron primordiales para el proyecto modernizador de la época.

Se sabe que la mayoría de estos inmigrantes fueron hombres jóvenes en edad laboral, tanto solteros como casados, practicantes del confucianismo, conversos al catolicismo o ateos, y que prefirieron instalarse en regiones económicas donde pudieran florecer y construir sus redes comerciales y laborales, principalmente en el Noroeste mexicano, lo que les permitiría un pronto ascenso socioeconómico (Ham, 1997).

Si algo más se puede resaltar de la primera etapa de inmigración china en México es que estuvo marcada constantemente por el rechazo, la xenofobia y el racismo de la sociedad mexicana,[3] una sociedad que puso al mestizaje indio-europeo como la base de su identificación nacionalista y, además, se alimentó del imaginario social negativo sobre los chinos que existía internacionalmente (Anguiano, 2010).

La poca aceptación del inmigrante chino no sólo se quedó en el ámbito de lo social sino que se legitimó dentro de las instituciones. Del Porfiriato en adelante, las élites y los ideólogos del Estado que creían en las ideas del evolucionismo europeo y que enarbolaban el proteccionismo económico llegaron a la conclusión de que era necesario promover el “blanqueo” de la población para que México pudiera aspirar a la modernidad (Gómez Izquierdo, 1991).

Esto conllevó a que pronto se desarrollara un sistema robusto capaz de elegir étnicamente a los inmigrantes deseados, de manera que la política de inmigración mexicana fue haciéndose cada vez más selectiva y restrictiva, tal y como se observa en las legislaciones sobre migración promulgadas a lo largo de la historia (Fizgerald y Cook-Martin, 2014). El contexto general de hostilidad para con los chinos aumentó con la creación de políticas anti-asiáticos, provocando que aquéllos que fuesen potenciales inmigrantes dejaran de ver a México como un polo de atracción.

Ello significó que, hacia la segunda mitad del siglo XX, no sólo la probabilidad de inmigración se redujera por las medidas implementadas, sino que la de emigración en China se cerrara, haciendo que el flujo migratorio de este país hacia México descendiera hasta casi extinguirse. A continuación se explicarán con más detalle las políticas migratorias de México y China que hicieron que las primeras oleadas de inmigración se clausuraran, al menos por un tiempo.

Las políticas restrictivas y el intermedio migratorio chino

Como se mencionó, el pensamiento poblacional decimonónico y la mala imagen de China a nivel mundial permearon en el diseño de una política y una legislación restrictiva-selectiva en México, la cual se posicionó principalmente en contra de la inmigración china.

La primera Ley de Inmigración en 1908 tuvo por origen la defensa sanitaria de la nación y fue directamente discriminatoria con los chinos al intentar prohibir su entrada bajo el pretexto de que éstos eran portadores de enfermedades.

De manera similar, aunque sin hacerlo explícito, ocurrió con la Ley de Migración de 1926 la cual limitó la entrada de extranjeros con base en la conveniencia laboral nacional. Igualmente sucedió con la Ley General de Población de 1936 y la Ley General de Población de 1947 que tuvieron por eje primordial la asimilación extranjera, la protección del empleo y el mejoramiento de la especie.

En este sentido, Mónica Palma Mora en su recuento sobre las leyes de migración, menciona que el gobierno mexicano: “reclamaba de los extranjeros no sólo buena salud, conducta, profesión, oficio u otro medio de vida honesto, sino también su asimilación racial y cultural a la sociedad mexicana” (Palma, 2006: 72).

Por esta razón, la mayoría de las leyes mexicanas relativas a la inmigración facilitaron la entrada a aquéllos con suficientes recursos económicos y que no afectaran las fuentes de empleo de los nativos, o a los que propiciaran un mestizaje idóneo y fueran capaces de asimilarse. Es decir, aquéllos que pudieran adoptar más rápido los valores y señas de identidad de los mexicanos. Como puede suponerse, los chinos se encontraban muy lejos de ser aceptados al no hablar castellano, no profesar el cristianismo, representar una competencia económica, poseer un fenotipo oriental y, finalmente, por tener referentes culturales divergentes a los de la civilización moderna (Gómez Izquierdo, 2012).

Esto hizo que, en medio de la agitación política y la crisis social devenida con la Revolución Mexicana y la Posrevolución, los chinos fueran considerados inquilinos morosos e incómodos a los cuales había que evitar pues se creía habían traído infortunio al desplazar a los mexicanos de las actividades que les correspondían exclusivamente por nacionalidad:

A los chinos se les acusaba de haber desplazado a los trabajadores mexicanos porque estaban dispuestos a realizar cualquier tarea al precio que fuera; habían acaparado labores femeninas como el lavado de ropa y otros servicios, también perjudicaban a los comerciantes mexicanos poniendo negocios que competían de manera desleal y en los que no empleaban a mexicanos. Su frugalidad era una ofensa y se traducía en la manera miserable en que vivían, ahorrando para enviar dinero a su país (Botton, 2008: 481).

Así pues, se inició una etapa de persecución y violencia hacia el inmigrante chino conocida como Campaña Antichina o Movimiento Antichino Mexicano.[4] Los grupos racistas y pro patria tuvieron una influencia importante sobre la política migratoria del país, y lograron que en muchas entidades se prohibiera su colocación laboral o residencial.

Posteriormente, el propio contexto político, social y económico anuló cualquier espacio de reconocimiento a los chinos. Dentro de los principales actores que legitimaron la percepción negativa y la exclusión hacia la comunidad china en México se encontraron el Estado, a través de la política migratoria y su legislación; la sociedad civil, con la organización de grupos antichinos; y los medios de comunicación, que se encargaron de difundir mensajes peyorativos y alentar a la opinión pública sobre el rechazo a la “invasión amarilla” (Rodríguez Tapia, 2015).

Ahora bien, ¿qué ocurría en China durante el mismo periodo? En los albores del siglo XX ese país se encontraba en una posición vulnerable frente al resto del mundo gracias a la debilidad del régimen existente, la corrupción, la pobreza y los desastres ambientales. En medio de las múltiples problemáticas, surgieron varios grupos que pretendían derrocar a la dinastía Qing y hacer frente al imperialismo occidental. Los dos más importantes fueron el Partido Nacionalista (Guomindang) y el Partido Comunista.

El inicio del proceso de unificación del país culminó en 1949 con el triunfo del comunismo que llevó a la proclamación de la República Popular China (con Mao Zedong a la cabeza del Estado), y el desarrollo de un régimen totalitarista (Roberts, 2006). En materia migratoria, fue durante el periodo maoísta cuando los desplazamientos hacia el exterior se volvieron a considerar como una ofensa nacional debido a las vejaciones que vivían los chinos en el extranjero. Así, se instituyó un estricto control sobre la emigración basado en la ideología del Estado y las relaciones internacionales:

La frontera nacional no era sólo un símbolo de soberanía, sino que también se percibía como una línea entre los mundos «socialista» y «capitalista». Por ello la emigración espontánea se consideraba un desafío a la dignidad del Estado […] y se denominaba «traición y fuga» (Xiang, 2005: 141).

El panorama migratorio que aquí se traza se vislumbraba poco propicio para moverse de un país a otro: mientras que en la política migratoria mexicana se promovía la discriminación hacia los inmigrantes chinos, en China se prohibía y castigaba la salida de sus ciudadanos. De ahí que se pueda ubicar a este periodo como el del “intermedio migratorio”, momento que conllevó una fuerte caída poblacional de los chinos en América.

La población china en México que había tenido un crecimiento constante y ascendente hasta los años treinta sufrió un descenso drástico hacia la segunda mitad del siglo XX. Este aspecto puede observarse en el conteo poblacional: en 1885 se tenía un registro de 1,051 personas, mientras que para 1930 este número se había multiplicado notoriamente hasta alcanzar los 15,960; treinta años después, en 1960, sólo se contaron 5,081 casos (Ham, 1997: 179).

En síntesis, la población china en México fue mermando considerablemente. Como se ha visto, diferentes hechos habrían dado pauta a esta tendencia: por un lado, México se había convertido en un país bastante hostil para que los migrantes chinos se sintieran atraídos por este destino; y por el otro, la República Popular disolvió la ola migratoria que se dirigía hacia América, controlando severamente la movilidad territorial de sus ciudadanos, sobre todo a partir de la implementación del sistema de registro familiar hukou.[5]

Este declive no se revirtió sino hasta la actualidad, cuando el colectivo chino dejó de ser el objetivo a erradicar dentro de la política migratoria mexicana, y sobre todo cuando en China, tras la muerte de Mao y el inicio del actual proyecto político-económico, la política de emigración dio un giro radical. El socialismo de mercado sentaría las bases de una nueva administración mundial sin precedentes, asimismo transformaría el discurso sobre la diáspora china y el papel que tienen los migrantes para su nación:

Las políticas del Partido Comunista Chino cambiaron drásticamente, de ver a sus expatriados como potenciales espías y traidores, a recibirlos como «sostenes, pioneros y promotores» de la reforma económica de China. En mayo de 1989, el Consejo de Estado reiteró la importante papel [sic] de los chinos en el extranjero para poner en práctica la nueva política china de puertas abiertas al invertir en China y al transferir tecnología” (Portes y Min Zhou, 2013:134-135).

El inicio de un nuevo modelo económico, y la normalización de las relaciones diplomáticas entre China con varios países, favorecieron que viejos y nuevos flujos de migrantes aparecieran pero esta vez fortalecidos y cambiados en cuanto a su tamaño, sus causales y sus perfiles. Este nuevo discurso, acompañado de reformas a la política de emigración china, fue  la conjugación clave para que la emigración del “Dragón Rojo” refloreciera.

El reflorecimiento de la emigración china

Tras la muerte de Mao Zedong, China comenzaría a transitar de una economía socialista a una economía de mercado. Fue a partir de 1979 cuando se instaurarían varias reformas económicas de apertura, las cuales tuvieron como marco de referencia la teoría del socialismo con características chinas de Deng Xiaoping (Rodríguez y Anguiano, 2008).

El desarrollo económico y el auge urbano-industrial chino comenzaron cuando los procesos de globalización ya habían arrancado en el mundo. De esta manera, la apertura económica dio lugar a que esta nación terminara por convertirse rápidamente no sólo en la “fábrica del mundo” sino en una economía que se expandía notablemente (Izraelewicz, 2005).

Con el despegue económico chino, el movimiento de las personas se sumó al incremento de los flujos de información, bienes y capital, revitalizándose las corrientes migratorias al exterior. De acuerdo con Xiang Biao (2003), la renovada República Popular “facilitó” la emigración de sus ciudadanos con el objetivo de crear una comunidad globalizada que fuera capaz de propiciar y ampliar sus conexiones transnacionales con otras personas y territorios de gran potencial, de tal suerte que se hiciera más factible la integración político-económica de China en el mundo.

La salida constante y permanente de nuevos migrantes chinos hacia zonas dispersas en el planeta se encuentra intrínsecamente relacionada con la multiplicación de los lazos comerciales, culturales y de inversión con regiones sobre las que se pretende consolidar un predominio estratégico y de expansión económica (Tébar, 2013: 91 y 94). Del mismo modo, se encuentra vinculada a la desigualdad y a la segmentación del mercado laboral que existe en este país asiático, puesto que para los ciudadanos chinos aún “se mantienen las dificultades de acceso a beneficios y servicios públicos” (Correa y Nuñez, 2013: 105).

La inclusión de China en el mercado global irremediablemente implicó hacer más flexible su política migratoria y de movilidad (Pal Nyiri, 2002). Este hecho, ha ayudado en gran medida a la emigración principalmente de aquellos ciudadanos chinos provenientes de las capas más favorecidas quienes, con el objetivo de mejorar su calidad de vida, han estado viajando a otros países en busca de empleos o estudios profesionales competitivos durante las décadas recientes.

En términos absolutos, China se ha convertido en uno de los cinco principales países expulsores de migrantes. Por ejemplo, en el 2015, 9.5 millones chinos salieron de su país de origen rumbo a diferentes destinos (OIM, 2015: 5), sumándose a la comunidad china de ultramar con un estimado mayor a los 30 millones de personas establecidas en todos los continentes (Lacomba, 2008: 183; García y Pareja, 2005: 234). La fuerte comunidad migrante en el extranjero ha conseguido que China también sea uno de los principales países beneficiarios de remesas junto con India, Filipinas y México (ONU, 2015).

Por supuesto que los actuales procesos migratorios internacionales de China no tienen únicamente explicación en función de la instancia gubernamental encargada de la administración de la movilidad, sino que también se encuentran ligados a una fuerte dinámica entre comunidades de origen y destino.

El éxodo chino actual, así como lo hizo el histórico, ha logrado constituir redes migratorias muy fuertes que facilitan en gran medida la inserción de los chinos en el exterior. Sin embargo, sobresale la pertinencia de la apertura al exterior dado que al “gigante asiático” le resulta muy conveniente seguir extendiendo sus redes de influencia en todos los espacios “donde exista algún tipo de ventaja comparativa en relación a sus intereses políticos y económicos” (Tébar, 2013: 94-95). De hecho, la liberación de los desplazamientos hacia afuera ha sido un resultado quasi natural al desarrollo chino.

El nuevo contexto de emigración podría estar significando que los migrantes se han convertido en otro elemento clave, aunque no el único ni el más importante, para facilitar el dominio y liderazgo chino. En este intento, la incorporación internacional de los individuos a la diáspora va a estar marcada por grupos sectoriales muy específicos tales como estudiantes, trabajadores, empresarios e inversionistas brotados del contexto de la “China internacional”, los cuales se están sumergiendo en el influjo de una comunidad ya consolidada.

Para tener claro cómo es que fue desarrollándose la flexibilización de la emigración y su gestión, en seguida se presentará un recuento sobre las principales transformaciones de la política migratoria en China, así como de los nuevos actores que han aparecido alrededor de la nombrada “industria de la migración” de este país (Harris, 1996: 134-136).

La necesaria flexibilización de la política migratoria en China

La intensificación y diversificación de los flujos migratorios chinos contemporáneos se encuentran relacionadas con dos factores primordiales: uno político y otro económico que se mezclan para alentar, directa o indirectamente, las salidas desde China. Precisamente fue el desarrollo económico acelerado y la proyección de China como potencia lo que hizo que sus vínculos con el exterior se normalizaran, incluso para sus emigrantes:

Los organismos y departamentos relacionados con la migración internacional y con sus extensiones en China (retornados y familiares dependientes de emigrantes) fueron rehabilitados, después de su desaparición temporal. El Estado, dentro de su nueva estrategia de desarrollo, volvió a pedir ayuda a sus emigrantes para que invirtieran de nuevo en China. Como muestra de su buena voluntad pidió perdón a todos aquellos injustamente tratados […] Se facilitó relativamente la salida y el retorno, así como las visitas. Todas aquellas personas con parientes en el extranjero, o con garantes económicos, podían obtener pasaporte y emigrar (Beltrán, 2004:294).

La idea de reconectar China a su diáspora comenzó en la década de los años ochenta, cuando el gobierno chino se encargó de promulgar leyes y crear una política migratoria que permitiera una mejor intervención en las salidas y el sostenimiento de vínculos con la comunidad expatriada.

Puede decirse que, hacia finales del siglo XX, la reformulación migratoria pasó por tres etapas: de 1979 a 1985, donde se inician las reformas al marco de la migración restrictiva; de 1986 a 2001, cuando se desarrolla un nuevo marco regulatorio; y post 2001, en la cual se aplican nuevas reformas a la administración de salidas y entradas.

Sobre las diferentes etapas de flexibilización, Guofu Liu (2009) menciona que, en la primera, fue cuando se comenzaron a ajustar las restricciones a la migración internacional ligadas a la política de reforma y apertura comenzada en China. La acción más contundente sobre la movilidad humana se llevó a cabo con la promulgación de la Ley de Migración de 1985 que permitió cambiar el sistema de pasaportes y el control de fronteras dándole la oportunidad a los habitantes de acceder más fácilmente a su pasaporte.[6] Esta normativa obligaba al Estado a respetar y a salvaguardar la salida y la llegada de sus ciudadanos.

En un segundo periodo, se continuaron levantando restricciones de emigración por medio de la publicación de diversos y cuantiosos estatutos. Asimismo, se alentó el retorno y se redujeron las restricciones a la entrada y residencia permanente de extranjeros a través de los reglamentos de la Ley de Control de Salida y Entrada de Ciudadanos y de la Ley de Control de Entrada y Salida de Extranjeros en 1986. Pronto se establecerían agencias intermediarias de migración: “Las nuevas regulaciones desarrollaron un sistema de fondos de reserva relacionados con el empleo en el extranjero, agencias intermediarias de estudios en el extranjero y agencias de viajes en el extranjero” (Guofu, 2009: 318, traducción propia).

La tercera etapa comienza con la membresía de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en diciembre de 2001, momento en el que el gobierno chino reconoció abiertamente la necesidad de simplificar los procedimientos migratorios.  En este periodo se cancelaron varios requisitos de solicitud de pasaporte y visa, se abrieron canales especiales aeroportuarios y se relajaron las restricciones para viajar específicamente a Macao y a Hong Kong. Estas medidas se introdujeron gradualmente en varias rondas anuales.

Puede notarse que a partir de 1979, en aras del proyecto geopolítico, los gobiernos chinos han dado su mayor esfuerzo por desregular el control sobre la emigración y al mismo tiempo, recientemente, extender su soberanía hacia los chinos que se encuentran fuera del país (Setsuko, 2006).

Al margen de lo anterior, la política de emigración y la academia han empezado a cobijar categorías más extensas para clasificar a los migrantes (Wang Gungwu, 1991; Poston y Mei, 1990). Estas categorías incluyen a los huaqiao o “chinos de ultramar” que agrupan a los chinos residentes en el exterior; a los huaren o chinos naturalizados en los países de destino; a los huayi  o “descendientes chinos” que serían los de segunda generación; y a los xin yimin o “nuevos migrantes”, aquellos que dejaron la nación después de la apertura económica y quienes están significando la creación de un nodo de contacto con la China global (Xiang, 2003).

Desde mediados de la década de 1990, el gobierno chino se ha referido a todos los chinos que han abandonado el país como xin yimin (nuevos migrantes), sin hacer diferencias basadas en su ciudadanía. Esta distinción difusa refleja un esfuerzo creciente de los funcionarios responsables de las relaciones económicas internacionales para llegar a los inversores chinos en el extranjero, a quienes consideran una importante fuente potencial de inversión en las industrias de alta tecnología. Algunas provincias prometen a los xin yimin privilegios especiales de inversión, y a sus hijos poderse beneficiar de una cuota especial durante el proceso de admisión a las universidades altamente competitivas. Los xin yimin también son alentados  a regresar a casa, y muchos lo hacen considerando  las oportunidades de trabajo adecuadas (Whishnick, 2005: 80, traducción propia).

De acuerdo con Liu Hong (2005), aunque resulte complicado saber con exactitud el número de nuevos migrantes en el extranjero, éstos pueden clasificarse en cuatro tipologías: los “estudiantes prolongados” que son los estudiantes internacionales que al terminar permanecen un tiempo prolongado fuera de China; los “migrantes en cadena”, aquéllos que se unen a su familia residente permanentemente en el extranjero; los emigrantes trabajadores o profesionales con permiso, quienes emigran por cuestiones laborales; y los migrantes indocumentados que residen en el extranjero con visas expiradas o quienes se desplazan por medio de coyotes o de la trata de personas.

La flexibilización de la política migratoria, junto con la diversidad y el crecimiento veloz del número de nuevos migrantes internacionales ha creado un mercado de servicios intermediarios de migración. Las agencias, en todas sus formas (oficiales, semioficiales, privadas, legales e ilegales), se han convertido en un actor clave del fenómeno migratorio contemporáneo en China pues se encargan de vincular al individuo con las ofertas de trabajo, estudio o turismo en el extranjero, y su gestión se adapta al contexto de los países de potencial recepción (Rodríguez Tapia, 2018).

La proliferación de agencias intermediarias para la emigración, una vez más, está en consonancia con la tendencia mundial. La necesidad de emigrar, junto con las políticas regulatorias y de control en los países de destino, ha favorecido el surgimiento de una «industria de migración» comercial que ayuda a los migrantes a obtener visas, transporte y empleo (Liu, 2005: 102, traducción propia).

Si bien el gobierno chino había optado por delegar buena parte de la gestión de la emigración a las agencias intermediarias, actualmente ha hecho un esfuerzo por hacer constantes supervisiones (Skeldon, 2000). Ello debe agradecerse a las críticas y presiones de diferentes instancias internacionales sobre la migración irregular, las cuales pusieron sobre la mesa el tema del combate a los she tou (o “cabezas de serpiente”)[7] que aprovechan las fallas de la migración regular y se encargan del contrabando de personas (Xiang, 2003).

Por lo revisado, se evidencia que el desarrollo económico, político, social y legislativo alrededor de las migraciones chinas contemporáneas han dado pauta a la construcción de una “industria de la migración china”, es decir un conjunto de organizaciones de reclutamiento, agentes, instituciones, contrabandistas y otras personas facilitadoras de la movilidad humana. Esta industria se ha extendido rápidamente porque es el resultado del “surgimiento de un mercado laboral cada vez más flexible y, en algunos casos, informal, en particular en los sectores intensivos en mano de obra” (Xiang, 2010: 259).

Resumiendo, la migración internacional china de nuestros días se ha dibujado gracias al nuevo horizonte político-económico del “dragón rojo”, el cual hizo que la desregulación migratoria se introdujera en la década de los ochenta y se extendiera durante el segundo milenio. Los nuevos migrantes,  ya sea en su forma de trabajadores, estudiantes o familiares, están siendo conectados con un sinfín de destinos vía agencias intermediarias que forman parte de una industria de migración bastante compleja (Rodríguez Tapia, 2018: 35-36).

Es bajo el contexto de expulsión anterior que México se ha convertido otra vez en un lugar de recepción. Quizás no en el más importante, pero al menos ha empezado a recibir un número creciente de inmigrantes chinos sobre todo, y no fortuitamente, desde el comienzo del siglo XXI.

Del “intermedio migratorio” a la actualidad hay una recuperación importante de esta presencia asiática en cuanto a los intercambios económicos y también en cuanto al número de residentes chinos en México. Ello podría estar sugiriendo el arranque de una nueva etapa u oleadas de inmigración.

Nuevas oleadas de inmigración

Aunque todavía no resulte muy claro hasta qué punto la actual legislación mexicana pueda estar interfiriendo en el flujo de inmigrantes chinos, ni tampoco exista una política o programa migratorio específico que necesite de la llegada masiva de trabajadores de esta nacionalidad, es un hecho que en los últimos años un grupo de personas de origen chino ha optado por residir en el país.

Lo anterior nos sugiere que el contexto de expulsión es tan fuerte que resulta natural pensar que México, así como otras naciones del mundo, está convirtiéndose de nueva cuenta en un país de destino. Ello se evidencia en el crecimiento poblacional de este grupo extranjero. De acuerdo con los datos censales, del año 2000 a 2015, la población nacida en China que vive en nuestro país se multiplicó, pasando de 1,754 a 8,860 personas.

Los registros administrativos del Instituto Nacional de Migración (INM) también registran una intensificación del flujo inmigratorio chino reflejado en el número de tarjetas de residencia emitidas: del 2009 al 2017, con algunas variaciones de acuerdo al tipo de residencia (“permanente” o “temporal”), no han dejado de otorgarse menos de 2,000 documentos migratorios a personas con nacionalidad china cada año.

Las nuevas oleadas de inmigración china van a diferenciarse de las anteriores no sólo en cuanto al contexto, sino también en su perfil ya que el nuevo inmigrante se encuentra más calificado. La información recabada por la Encuesta Intercensal 2015 nos sugiere que el chino suele ser aquella persona trabajadora, joven, con escolaridad media-superior, y que tiene su lugar de residencia principalmente en Baja California, Ciudad de México, Sinaloa, Baja California Sur o el Estado de México.

Las variables sobre la situación ocupacional de los chinos en México apuntarían a que estos inmigrantes se incorporan al país mayoritariamente como trabajadores (dependientes) y que se concentran alrededor de ocupaciones ligadas al sector terciario (el cual agrupa 95.2% del total de trabajadores), específicamente, en servicios alimentarios (75.8%), y comercio (12.2%).

Cavilando sobre lo anterior, surge entonces una interrogante sobre los posibles factores de atracción: ¿Qué podría estar atrayendo a los chinos si no existe algo que institucionalmente lo promueva, sobre todo considerando que México no es uno de los países receptores más importantes?

Tomando en consideración el amplio y general panorama migratorio de China revisado, cabría afirmar que los factores de atracción de la inmigración en México podrían estar supeditados a tres aspectos (Rodríguez Tapia, 2015): el estratégico (sustentado por el interés en los recursos naturales, energéticos y de mercado dentro de la región América Latina, en la que se incluye México); el político-económico (afín a las relaciones diplomáticas que cada día intervienen de manera positiva o negativa en la inversión e intercambios comerciales entre ambos países); y el de las relaciones trasnacionales (referente a las redes migratorias que posiblemente se han estado construyendo a las vísperas de la reactivación migratoria).

Consideraciones finales

La apertura de China hacia el exterior iniciada en 1979 ha provocado una serie de transformaciones económicas, políticas y sociales en ese país, por lo que la cuestión migratoria no sería la excepción. Los cambios en la política migratoria por medio de la simplificación de los procedimientos de salida y entrada, la promulgación de una Ley de Migración y el cambio en el discurso sobre la diáspora, marcaron un nuevo comienzo para la migración internacional china en la actualidad.

Lo revisado a lo largo de este artículo permite comprender mejor el papel de los contextos en el condicionamiento del proceso de la migración china, específicamente los que refieren a las causales político-económicas del país receptor y del expulsor. Del mismo modo, pudo notarse que, históricamente, la política migratoria ha sido un factor (pushpull) muy importante en la incidencia del flujo migratorio China-México.

Cuando las barreras legislativas y administrativas a la migración son altas y los gobiernos promueven políticas migratorias restrictivas, los migrantes encontrarán obstáculos para salir o instalarse según sea el caso (que fue lo ocurrido durante el “intermedio migratorio chino” del cual se expuso). Por lo contrario, cuando las políticas de inmigración y emigración son laxas, las oportunidades de desplazarse se encuentran más disponibles, paralelo a los recursos sociales y personales que pueda tener un individuo con la intención de migrar.

En la evolución del flujo migratorio China-México se evidencia que, de no existir un programa laboral o una política de atracción de inmigrantes extranjeros, la desregulación migratoria del país de origen es la que puede estar explicando, en buena medida, la llegada de nuevos migrantes chinos a la nación mexicana. Desde otra perspectiva, los factores de expulsión circunscritos a la era de las reformas y apertura tendrían un peso significativo, en tanto que México representa un nodo más de la diáspora china global.

El contexto del fenómeno migratorio chino confirma que en la actualidad el territorio mexicano se está convirtiendo de nueva cuenta en un país receptor de nuevos inmigrantes chinos donde, probablemente, la cuestión laboral tenga un peso importante en el sostenimiento de las movilidades internacionales que se están efectuando.

En definitiva, México está siendo nuevamente un país receptor de inmigrantes chinos, sobre todo desde comienzos del siglo XXI. Así pues, del “intermedio migratorio” a la actualidad, estamos presenciando una recuperación en cifras de esta figura asiática, sugiriendo el arranque de una nueva etapa de inmigración que será necesario estudiar de cerca.

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Fecha de recepción: 16 de enero de 2019.

Fecha de aceptación: 24 de abril de 2019.


[1] Así, por mencionar algunas, la Teoría Neoclásica considera que migrar es producto de las diferencias salariales. Por su parte, la Teoría del Mercado Dual de Trabajo o la Teoría de los Sistemas Mundiales afirman que la migración es consecuencia de la necesidad de fuerza laboral por parte de las naciones desarrolladas. Finalmente, la Causalidad Acumulativa plantea que es el acto migratorio mismo el que aumenta la probabilidad de crear más desplazamientos al alterar el contexto de origen y propiciar una cultura de la migración (Arango, 2003).

[2] Para profundizar, puede consultarse: Ota Mishima M. E. (1997) Destino México. Un estudio de las migraciones asiáticas a México, siglos XIX y XX, COLMEX, México; Gómez Izquierdo J. J. (1991). El movimiento anti-chino en México (1871-1934) problemas de racismo y del nacionalismo durante la Revolución Mexicana. INAH, México; Morimoto, et. al. (2004). Cuando Oriente llegó a América. Contribuciones de inmigrantes chinos, japoneses y coreanos, BID, Washington; Puig Llano J. M. (1992) Entre el Río Perla y el Nazas, CONACULTA, México; González Navarro M. (1994). Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero, 1821-1970, vol. II, COLMEX, México; entre otros.

[3] A pesar de que el inmigrante chino nunca fue plenamente aceptado en México, se lograron construir sólidas y prósperas comunidades que continúan hasta el día de hoy, ahora con nuevas generaciones de sinomexicanos. Asimismo, dejaron un legado cultural importante en vastas regiones de nuestro país (Rodríguez Tapia, 2015).

[4] El Movimiento Antichino Mexicano comenzó el 15 de mayo de 1911, fecha en la que se perpetró una matanza de chinos en Torreón, Coahuila, a cargo de las fuerzas revolucionarias maderistas. En este terrible episodio, murieron 303 chinos y 5 japoneses (Aguilar Rivera, 2005), a lo cual se sumó la destrucción y saqueo total de la ciudad. Juan Puig (1992) narra el suceso destacando que no hubo ningún chino que estuviera a salvo durante la masacre. Los pocos que lograron esconderse fueron delatados por los habitantes y acechados hasta llegar al fusilamiento masivo, al tiro de gracia o al descuartizamiento.

[5] El hukou es un sistema de gestión de la población. que fue: “uno de los más eficientes mecanismos de control del movimiento poblacional que el gobierno maoísta pudo crear, con una administración dependiente del Ministerio de Seguridad Pública [y que además] significaba el acceso a los requerimientos vitales, el empleo y la movilidad en el país” (Correo y Nuñez, 2013: 364).

[6] De este hecho se desprende que la mayoría de emigrantes chinos, en la actualidad, sean provenientes de las grandes ciudades de la Costa del Pacífico de China.

[7] Como se le nombra al “coyotaje” en China.


 

  1. Socióloga por la Universidad Nacional Autónoma de México y Maestra en Estudios de Población por El Colegio de la Frontera Norte. Líneas de investigación: migración internacional, inmigración, extranjería, sociodemografía. Contacto: luz.helena.rta@gmail.com.