¿Existe la libre circulación en África Occidental? Externalización de fronteras y nuevas trayectorias migratorias

Segunda época, número 13, enero-junio 2022, pp. 30-48.

Fecha de recepción: 11 de marzo de 2022.  
Fecha de aceptación: 25 de mayo de 2022.

Autor: Pablo Blanco.1

Resumen

El artículo aborda discusiones en torno a la externalización de las fronteras europeas en África Occidental, poniendo énfasis en la discusión en torno a si es posible la libre circulación de personas migrantes en la región tal como lo establecen las normativas existentes en la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO). Las estrategias metodológicas empleadas fueron: trabajo de campo, observaciones y entrevistas semi estructuradas. A través de ellas se recopilaron voces migrantes e información de primera mano a través de las organizaciones sociales y de académicos de diversas universidades vinculados a la temática. De esta manera se pudo dar cuenta de las diversas estrategias que se ponen en juego para hacer frente a las necro-fronteras y a la criminalización de las movilidades.

Palabras clave: libre circulación-África Occidental, externalización de fronteras, trayectorias migratorias, voces migrantes, necro-fronteras.

Is there free movement in West Africa? Externalization of borders and new migratory trajectories

Abstract

The article addresses discussions about the externalization of European borders in West Africa, emphasizing the discussion about whether the free movement of migrants in the region is possible as established by existing regulations in the Economic Community of West African States (ECOWAS). The methodological strategies used were: field work, observations and semi-structured interviews. Through them, migrant voices and first-hand information were collected through social organizations and academics from various universities linked to the subject. Through this survey, it was possible to account for the various strategies that are put into play to face the necro-border and the criminalization of mobility.

Keywords: free movement-West Africa, externalization of borders, migratory trajectories, migrant voices, necro-border.

Introducción

El presente artículo se enmarca en el trabajo de campo realizado para llevar adelante mi tesis de doctorado en Antropología, abordando las movilidades de personas que se desplazan desde países del África Occidental hasta el sur de Italia (como punto de entrada a Europa), atravesando la denominada “Ruta del Mediterráneo Central”.

La investigación se realizó a partir de trabajo de campo en dos períodos y espacios geográficos diferenciados: 1) septiembre y octubre de 2018: las ciudades de Palermo, Trapani y Catania (isla de Sicilia, Italia); y 2) febrero y marzo de 2020: las ciudades de Dakar (Senegal), Bamako (Malí) y Niamey y Agadez (Níger), además de las rutas entre cada una de estas ciudades.[1]

La metodología adoptada en esta investigación fue la cualitativa-etnográfica (Taylor y Bogdan, 1987; Guber, 2004), con el fin de recopilar información por medio de dos ejes principales: trabajo de campo con fuentes primarias de información y recopilación de datos a partir de fuentes secundarias. De esta manera muestro las experiencias presentes en las diversas etapas del viaje y los modos en que los migrantes forzosos son tratados en las sociedades receptoras, así como en los países de tránsito. El grupo de trabajo estuvo compuesto mayoritariamente por varones adultos, la razón se debe a que en los diferentes contextos de investigación en los que realicé trabajo de campo, eran éstos los que predominaban en el espacio público (plazas, terminales, buses, ONG, entre otros), además de motivos ligados a las diferencias culturales y de género (que se amplían a partir de las primeras). Estas últimas resultaron un obstáculo concreto al momento de intentar establecer vínculos con mujeres migrantes, aunque se ha consultado a los entrevistados (migrantes y voluntarios de ONG) sobre la presencia de mujeres en la ruta analizada. En todos los casos me confirmaron que la presencia femenina es muy escasa, aspecto que verifiqué yo mismo en los espacios públicos vinculados a instituciones que trabajan con migrantes, tanto en la isla de Sicilia como en Niamey y Bamako. Además, todas las personas entrevistadas tenían como destino final Europa.

Las fronteras de los países de África Occidental, el Sahel y el Magreb están cada vez más militarizadas. Las personas que las atraviesan, en el medio de transporte que sea, deben soportar numerosos y violentos controles policiales en cada una de ellas (y en algunos casos, varias veces en el mismo puesto fronterizo); la frase más recurrente que escuché en el trabajo de campo en la región fue: “¿Ésta es la famosa integración? La integración no existe”.

El Norte del Sur Global. Rutas migratorias y externalización de las fronteras en África Occidental, el Sahel y el Magreb

Las leyes que permiten la libre circulación de los habitantes de la región por sus territorios quedan en la nada ante la superposición del territorio europeo en el norte de África, a partir de un fenómeno que se ha manifestado sobre todo desde el 11 de septiembre de 2001: la externalización de las fronteras (Rodriguez Ortiz, 2020; Boyer, 2018; Guevara Gonzalez, 2018; Castaño Madroñal, 2018; Ommizolo y Sodario, 2018; Mezzadra y Neilson, 2017; Meneses, 2017; Urbán y Donaire, 2016; Sanchez Montijano, 2015; Nin y Schmite, 2015; Naranjo Giraldo, 2014; Ceriani Cernadas, 2009; Fernández Bessa, 2008; Illamola Dausa, 2008; Finotelli, 2007).

Pero, aunque la presencia europea se hace cada vez más fuerte, las estrategias y resistencias se acrecientan en las fronteras y en las regiones donde las personas migrantes provenientes de diversos países de África Subsahariana, en la mayoría de los casos en situación irregular o indocumentados, esperan poder seguir avanzando en sus trayectorias hacia Europa u otros países de la región.

Abordar la externalización de las fronteras en el norte de África implica pensar el accionar de Estados Unidos y sus aliados europeos, con relación al avance sobre dominios territoriales de África, Asia y América Latina y en ocupaciones e intervenciones en esos territorios, como son los casos de Libia, Níger, Malí, Chad (por citar algunos ejemplos), donde las fronteras funcionan como espacios de narcotráfico, de violencia y de desplazamientos forzosos de sujetos provenientes de África Subsahariana, expulsados por actividades del capital transnacional centradas en el extractivismo o por los conflictos internos en sus países, donde también intervienen las grandes potencias. Desde la Cumbre de La Valeta (Malta), celebrada en 2015, y la Agenda Europea sobre la Migración, también del mismo año, la política migratoria de la UE, aliada de Estados Unidos, cuesta miles de millones de euros, construyendo vallas a lo largo y ancho del planeta, instalando sofisticados sistemas de vigilancia y controlando sus fronteras. Estas inversiones se realizan en países vecinos como Marruecos, Argelia, Níger, Burkina Faso, Malí, Chad y Libia, entre otros, que forman parte de una gran región de contención para frenar los desplazamientos, forzosos o no, de las personas provenientes de África Subsahariana. Los controles, entonces, van más allá de las fronteras europeas; las rutas de tránsito son permanentemente intervenidas, a través de dispositivos de vigilancia, como es el caso de la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (FRONTEX), incrementándose la presencia militar en estas regiones (Dietrich, 2008; Romero, 2008; Ceriani Cernadas, 2009; Gil Araujo, 2011; Azkona Ramos, 2011; 2013; Galdos Pozo, 2015; Rodier, 2015, Naïr, 2016; Campesi, 2015; Meneses, 2017; Romera Pintos, 2017; Omizzolo y Sodario, 2018; Puig, 2016; 2019a; Marín Egoscozabal, 2019; Nievas Bullejos, 2019).

Muy importante ha sido el papel de Marruecos en todo este proceso, convirtiéndose en el “alumno modelo de la política migratoria europea” (Rodier, 2015) o en una “luz de esperanza en toda África del Norte” (Arabi, 2016). Este país ha implementado una ley de extranjería para regular la entrada y salida de personas provenientes de diversos países de África que intentan llegar a España. Esto, junto a los sofisticados sistemas de vigilancia llevados adelante por FRONTEX, hizo que muchos de esos migrantes decidan quedarse en Marruecos, donde las oportunidades de trabajo resultan ser más firmes que en otros países de la región.[2] Pero también se ha transformado en una “barrera en la frontera Sur que alivia la entrada de emigrantes al espacio europeo. Es por eso, que, en materia de migraciones, la relación bilateral Marruecos-UE, y en particular con España, debe tomar una mayor implicación en cuanto a las ayudas y a la cooperación (Arabi, 2016, p. 58)”. El migrante que arriba a suelo marroquí sufre la criminalización en dos sentidos: por arribar a ese suelo desde terceros países y por tener la intención de continuar la trayectoria en dirección a Europa (Pastor Aguilar y León Mendoza, 2017).

La externalización de las fronteras europeas en el norte de África ha implicado el corrimiento de las rutas migratorias que originalmente los migrantes emprendían para arribar a Europa (De Haas, 2008; Rodier, 2015). La multiplicidad de mecanismos de control y vigilancia en el Estrecho de Gibraltar, en la frontera sur de Marruecos, en la costa de Túnez, en la frontera terrestre Marruecos-Argelia, entre otras, ha convertido a las diversas rutas “elegidas” por los migrantes en más peligrosas, con lo que estos países y los controles permanentes y cada vez más sofisticados, se constituyen en necro-fronteras (Caminando Fronteras, 2019), donde una enorme cantidad de migrantes fallecen cada año en el desierto del Sahara o sufren diversas violencias en su tránsito hacia Europa. La necro-frontera hace referencia a la muerte, la vigilancia, la detención, el encarcelamiento y desaparición, tráfico y esclavitud de personas que se hallen atravesando las fronteras en las rutas migratorias del Mediterráneo Central. Sin embargo, a partir de los relatos obtenidos en el trabajo de campo, también se incluyen las historias de supervivencia y resistencia que se generan entre los migrantes y sus familias para hacer frente a esas zonas de “excepción democrática”, donde la lucha migrante, la agencia y la organización se hacen presentes en diversos contextos del Sur Global.

La odisea que implican estos desplazamientos de migrantes incluye además el racismo y las redadas policiales de quienes controlan las fronteras respondiendo a los intereses de la UE, las condiciones de vida infrahumanas y espantosas en monte Gurugú (norte de Marruecos) y los cuchillos de las vallas en los enclaves españoles de Ceuta y Melilla, construidas para atemorizar a los migrantes que llegan hasta allí. De esta manera, “nunca se sabrá el número exacto de las numerosas muertes como consecuencia de las enfermedades, las agresiones y los naufragios como los sucedidos en las islas italianas de Lampedusa o en las aguas griegas (Kabunda, 2016, p. 28)”. La localidad de Agadez, en Níger, última ciudad antes de emprender el viaje por el Sahara está cada vez más militarizada y allí se criminaliza cada vez más la ayuda a las personas migrantes, todo esto apoyado por la UE. Entonces, desplazarse entre las fronteras de estos territorios implica tomar caminos que se vuelven más peligrosos e inseguros que los anteriores. Se criminaliza y se vulnera la migración, propiciando el desarrollo de actividades clandestinas para transportar pasajeros (Brachet, 2009; 2018; Puig, 2019b; Carayol, 2019).

La situación política en el Sahel desde, al menos, 2012, ha acrecentado la posibilidad de intervencionismo “occidental” en la región, especialmente en Malí y norte de Níger. La “crisis del Sahel” (Boas, 2019), caracterizada por la fragilidad estatal, los conflictos por los recursos y el terrorismo, es un condimento más para pensar la externalización de las fronteras y su repercusión en las migraciones en la región. El caso de Malí, con insurgencias de comunidades y grupos terroristas vinculados al Daesh,[3] dio cuenta de la debilidad con que los Estados deben afrontar estas situaciones, convirtiéndose la región en un lugar estratégico para Estados Unidos y la UE, con el fin de controlar de cerca las derivaciones de las revueltas árabes de 2011, destacándose la operación Serval de enero de 2013, llevada adelante por Francia (García Cantalapiedra y Barras, 2016; Rodier, 2015; Diez Alcalde, 2013).

Además, haciendo hincapié en el vínculo entre desarrollo y seguridad para la región, la UE creó ese año el Plan de Acción del Sahel, con el fin de avanzar en los objetivos hacia la región y de atender los intereses en la misma a través de cuatro ejes: “prevención y lucha contra la radicalización; creación de condiciones adecuadas para los jóvenes, la migración, la movilidad y la gestión de fronteras; lucha contra el tráfico ilegal; y la delincuencia organizada transnacional (García Cantalapiedra y Barras, 2016, p. 181)”. La idea del Plan era estimular las relaciones entre los países de la región y los países vecinos y avanzar en la cooperación entre el Sahel, el Magreb y la UE.[4] En este sentido, Europa continúa reproduciendo el colonialismo en la región, promoviendo “políticas ineficaces, cínicas y vulneradoras de derechos, sin ofrecer vías legales y seguras para quienes deseen llegar a su territorio, desgarrando, además, valores endógenos de una zona que sigue sin querer entender” (Puig, 2019 b, p. 136).

Pero también la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) es un mecanismo de manipulación para sostener las relaciones entre UE y África Subsahariana, y que esta última región se involucre en el endurecimiento de la política migratoria europea en el continente, especialmente desde 2015. A cambio, Europa brinda, en principio, colaboración en aspectos vinculados a la educación, la agricultura, el desarrollo rural, entre otros, con el fin de generar empleos que aminoren los flujos de personas en tránsito hacia el norte (Marín Egoscozábal, 2019; Puig y Pérez, 2019). Por supuesto que si los países del Sahel (u otros de África) no cumplen con las políticas migratorias impuestas por Europa, esas ayudas disminuyen o se eliminan.

Este fenómeno denominado “externalización de fronteras”, entendida como el pago a terceros países para que ejerzan como fronteras físicas u operacionales de otro u otros estados, en este caso, de la UE (Boyer, 2018), y llevada a cabo, insisto, para frenar los movimientos migratorios, se manifiesta en una región de tránsito histórico, de relevante cruce de personas, culturas y modos de ser y estar (Brachet, 2009; Boesen y Marfaing, 2007). Uno de los aspectos a destacar es que quizás no se tengan en cuenta a las poblaciones que habitan la región y la importancia que tiene el tráfico en la cotidianeidad de la vida social (Puig, 2019a, p. 49). La nueva frontera europea fortalece la idea de necro-frontera: es en esta región, norte de Níger, norte de Malí, donde las personas migrantes comienzan las travesías para cruzar el Sahara, convirtiendo a todo este espacio en el cementerio al aire libre más grande del mundo (Puig, 2019a). Durante varios años Libia ocupó el rol de gendarme de los movimientos migratorios hacia Europa, a través de acuerdos políticos y económicos con Italia en particular y la UE en general (Bensaad, 2009; Rodier, 2015; Puig, 2019b), pero luego de 2011, cuando Qaddafi es asesinado, ese papel lo jugaron Níger, Chad, Malí o Burkina Faso, entre otros, sustituyéndose el “sueño libio” por el “sueño europeo”.  Así, la UE junto a la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y a varios estados sahelianos, profundizaron en la vulnerabilidad de las poblaciones africanas, rompiendo dinámicas específicas de movilidad y relaciones sociales (Puig, 2019 a; Puig, 2019 b; Boyer y Mounkaila, 2018).

Por otra parte, Níger “conforma un laboratorio ideal para las políticas europeas de externalización de fronteras por su dependencia financiera y su subordinación política a países miembros de la UE, especialmente Francia, su ex metrópolis” (Puig, 2019a, p. 55). Por ello, desde 2015 se ha vuelto un territorio donde se ensayan permanentemente modelos de gestión de las migraciones, con presencia de sectores vinculados a la policía, la justicia y el ejército (Boyer, Lestage y París Bombo, 2018). Ese mismo año, el país adoptó la ley 2015/36, destinada a luchar contra el tráfico ilícito de migrantes, condenando no a las personas migrantes sino a quienes participan en el transporte y hospedaje de quienes quieren intentar el cruce de fronteras de manera irregular. Su aplicación impactó sobre todo a la región de Agadez, al norte de Níger, afectando a diversos sectores de la economía local, además de incrementar la criminalización de la migración, el peligro de las rutas transfronterizas, el tiempo de espera en Agadez (antes del 2015 era de tres días, ahora dos o tres meses) y, casi con seguridad, los fallecimientos y desapariciones en el desierto del Sahara (Boyer y Mounkaila, 2018.; Carayol, 2019).[5]

El racismo y la esclavitud son moneda corriente en algunos países del norte de África y los destinatarios son, en la mayoría de los casos, las personas migrantes que provienen de África Subsahariana o de la región sur del Sahel. En el caso específico de Libia, el contexto favoreció al incremento de las mafias que abusan de los migrantes forzosos en su tránsito hacia Europa, exponiéndolos a condiciones muy extremas de trabajo y explotación, además de incrementarse las violaciones, las torturas, y otras formas de violencias. Muchas de estas situaciones recién son conocidas cuando los migrantes son entrevistados en la isla de Sicilia (Italia), luego de cruzar el Mar Mediterráneo, pero cada vez más se escuchan estas historias en migrantes que han sido expulsados de Libia o no han podido continuar su trayectoria a través de ese país, entrevistados en Niamey y Bamako.

Las rutas migratorias que atraviesan el Sahel y el Magreb son tres: 1) la del Mediterráneo Occidental (por Marruecos y Argelia hacia España); 2) la del Mediterráneo Central (por Libia hacia Italia, con migrantes que previamente han transitado por Nigeria, Níger, Mali, Burkina Faso, Gambia, Ghana, entre otros); 3) la ruta oriental de África (desde el Cuerno de África hasta Libia y de allí a Italia) (Rodier, 2015; Naïr, 2016; Baldoni y Giovannetti, 2017; Triandaffilidou y Mantanika, 2017; Diaz de Aguilar Hidalgo, 2018; Morales, 2018; Gatti, 2018; ACNUR, 2019).

Como ya se dijo, este artículo se centra en la Ruta del Mediterráneo Central, por ello, haremos hincapié en algunos aspectos de dicha ruta, atendiendo a que atravesarla puede llevar, según relatos obtenidos en el trabajo de campo, hasta ocho años.

Mapa 1. La Ruta del Mediterráneo Central

Fuente: Cátedra Abierta de Estudios Urbanos y Territoriales–UNP sede Trelew (2021).

Es necesario tener en cuenta que, de acuerdo con la información de la OIM, las muertes que se produjeron en el desierto del Sahara ascenderían aproximadamente al doble que la cantidad de personas fallecidas o desaparecidas en el Mediterráneo (O’Reilly, 2017), donde, desde 2015 hasta finales de 2019, han fallecido o desaparecido intentando cruzarlo, cerca de 20 000 personas (OIM, 2020).

Los hallazgos del trabajo de campo realizado en Senegal, Malí y Níger, como así también en todas las rutas de tránsito entre las principales ciudades de esos países, me permitieron detectar las elevadas cifras en dinero que buena parte de las personas migrantes forzosas paga a personas que se dedican a esa tarea, para poder cruzar las diferentes fronteras que se les presentan en su largo trayecto hacia el preciado objetivo final: Europa. Corroboré, al mismo tiempo, cuántos de estos migrantes se quedan en el camino, como consecuencia de la falta de alimentos o de agua en el Sahara, o por naufragar en las peligrosas aguas del Mediterráneo. También percibí que una proporción considerable de migrantes tiene a los países de África septentrional como su destino primario, mientras que otra que no logra o no se aventura a entrar a Europa prefiere establecerse en el norte de África en vez de regresar a sus países, más inestables y sustancialmente más pobres.

¿Existe libertad de circulación en la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, para las personas migrantes de la región?

Estos cuerpos en movimiento que intervienen en los desplazamientos por la ruta del Mediterráneo Central, cuerpos de migrantes, de trabajadores en las organizaciones de migrantes, de integrantes de fuerzas de seguridad, conforman el campo de batalla en que se han convertido las fronteras del norte africano en los últimos años, especialmente después de cumbre de La Valeta en 2015.

Las motivaciones de estos viajes no son principalmente las guerras o los conflictos interétnicos, tal como lo han fomentado durante mucho tiempo los medios de comunicación y ciertos sectores académicos europeos, sino que fundamentalmente gran cantidad de personas comienzan sus desplazamientos a partir de los procesos de acumulación por desposesión que vivencian en sus países, generándose en el espacio de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) diversos flujos migratorios y rutas en el interior y hacia el exterior de la región.

Mi ingreso a la región fue vía aérea por Dakar (Senegal), desde allí tomé un autobús a Bamako (Malí), continué también por autobús hasta Níamey (Níger), cruzando Burkina Faso (existe una opción a través de Gao-Malí, pero hoy en día resulta muy complejo desplazarse por allí), para finalmente abordar un autobús hasta Agadez. Esa ruta es bastante empleada por varios migrantes, especialmente lo provenientes de Senegal, Gambia, Liberia, Sierra Leona y Guinea; las otras opciones varían de acuerdo con el país de origen de quienes se desplazan y en vez de Dakar como punto de partida, los nombres de Abidjan (Costa de Marfil), Accra (Ghana) o Lagos (Nigeria) toman relevancia.

El 20 de febrero de 2020, pude acceder al establecimiento de OIM Bamako, donde varias personas migrantes que se hallaban a las afueras esperaban alguna respuesta a su situación. Allí conocí a “Robert”, 27 años, originario de Ghana, quien se hallaba en un ida y vuelta constante entre esa oficina y la Citte UNICEF en Niamankoro, Bamako (unas 50 cuadras entre cada una). No se escapó de ninguna guerra ni sufrió persecución; es una más de las tantas personas que se van de su país expulsadas por la pobreza existente. Salió de su tierra en 2017, cruzó Malí primero, luego a Níger y finalmente llegó a Tamanrasset (Argelia). La incertidumbre, la clandestinidad y la inseguridad fueron la constante de todo su tránsito, además de la enorme cantidad de dinero que tuvo que desembolsar en las fronteras y en Agadez, para arribar a Argelia:

Cuando salí de mi país no pensé que iba a ser complicado andar por las rutas de África Occidental […] Salí pensando en llegar a Europa, pero apenas llegué a la frontera con Malí, comenzaron los problemas, el pedido de papeles, las preguntas […] Me hicieron bajar del bus varias veces […] No existe la libre circulación, es mentira […] Yo sabía los riesgos. Intenté ir desde Malí hasta Argelia, estuve tres días sin tomar agua, pero no pudo ser. De Gao me fui a Niamey y luego a Agadez […] Pensé que lo había logrado, pero en Argelia me detuvieron (Robert, ghanés, entrevista, Bamako, Malí [énfasis mío], 2020).

Aunque desde 1979 existan leyes que garantizan la libre circulación al interior de la CEDEAO, lo cierto es que en la práctica hay múltiples restricciones, y cada país, de acuerdo con sus propias leyes, puede rechazar a aquellas personas que consideran “inadmisibles”. Mi propia experiencia de transitar por los diferentes tramos emprendidos desde Dakar hasta Agadez, me llevó a observar una realidad que dista mucho de la que se difunde comúnmente en los medios de comunicación en torno al tema: pagos permanentes de dinero en cada frontera (de hecho, en el mismo “puesto fronterizo”, luego de salir de Malí y entrar a Burkina Faso, quienes nos trasladábamos en el autobús tuvimos que pagar dos veces lo que nos pedían los policías (en dos oficinas que se distanciaban unos 20 metros una de otra); reiterados controles y revisión de documentación; jóvenes que no volvieron a subirse al transporte luego de esos controles, etcétera. Todos elementos que conformaron un paisaje fronterizo plagado de violencias, poniéndose en cuestión la tan mentada modernización de los trámites fronterizos y el uso de novísimas máquinas de escaneo de pasaportes y de reconocimiento facial que la UE promociona en pos de la securitización y que los países miembros de la CEDEAO contribuyen aportando funciones militares para el control de la violencia en la región (Costero, 2013).

“Robert” es una más de la gran cantidad de víctimas de la debilidad en la implementación de todas estas leyes, que hacen que la gestión de la migración esté supeditada a factores securitarios dirigidos desde Europa. La batalla entre el discurso de la razón securitaria y lo que sucede en las extensas y permeables fronteras de los países de África Occidental se ponen de manifiesto cada vez con mayor frecuencia. ¿Qué sucede con los miles de jóvenes que las atraviesan? ¿Cuántos se quedan allí? ¿Por cuánto tiempo? ¿A cambio de qué o de cuánto? Hay leyes, quizás exista una decisión de los gobiernos de estos países de garantizar la circulación, no se sabe. Si eso fuera posible, hay que analizar la influencia del poder central en las periferias y en las fronteras, y eliminar o disminuir gradualmente estas costumbres arraigadas en los paisajes fronterizos y en las rutas. Es cuestión, también, de voluntad política:

Como demuestran las expulsiones colectivas que se han producido en algunos momentos, cuando los gobiernos así lo deciden, ni las leyes ni las normas internacionales pueden frenar la deportación ni proporcionar protección a los migrantes frente a las arbitrariedades (Grupo de Estudios Africanos, 2011, p. 32).

El 23 de febrero de 2020 el periodista italiano Andrea De Giorgio, especializado en el Sahel, a través de un audio de WhatsApp, me recomendaba tener mucho cuidado en el viaje Bamako-Uagadugú-Niamey, especialmente en el último tramo desde la capital de Burkina Faso hasta la frontera con Níger. Sucede que en Burkina Faso confluyen diariamente una enorme cantidad de desplazados internos, de refugiados malienses, de migrantes provenientes de diversos países de la región, buscando protección internacional, buscando trabajo o buscando la condición de apátridas (ACNUR, 2020). Por su ubicación estratégica en el Sahel, la situación securitaria se ve afectada y las acciones militares ya no distinguen entre quienes son terroristas y quienes pueden ser considerados terroristas: episodios en los últimos años dan cuenta de la guerra que se libra en el Sahel, que no altera los intereses de la Yihad y que produce rencores y conflictos entre grupos locales y regionales, transformando a la región en una verdadera carnicería (De Giorgio, 2020).

También la ubicación geográfica de Malí es central en estas dinámicas de movilidades, siendo Gao, durante años, la ciudad nexo entre las áreas de salida y llegada de migrantes, cosmopolita y repleta de diversos actores vinculados a la migración (Coulibaly, 2019). Gao es una ciudad que me recomendaron no visitar: por los permanentes problemas con organizaciones terroristas en la región y el no cumplimiento de acuerdos de paz por parte de determinados grupos, las rutas y las adyacencias de la localidad son muy peligrosas. Por eso realicé el camino “menos peligroso” vía Uagadugú. Tanto las personas migrantes como la población local han denunciado en los últimos años violaciones a los derechos humanos: torturas, detenciones arbitrarias, asesinatos, desapariciones. Es tierra de nadie a merced de traficantes que lucran con recursos energéticos, cuerpos, drogas y armas, en palabras de la investigadora Kadiyatú Coulibaly, geógrafa maliense, a quien entrevisté el 25 de febrero de 2020, en la Facultad de Historia y Geografía de la Universidad de Malí, en Bamako:

Malí es país de tránsito […], de partida, de retorno. Es pobre […] Vienen de todos los países de la región, y eso agrava aún más la situación […] Pero además la gente aquí es desplazada por la explotación de oro que llevan adelante empresas europeas, especialmente en las regiones de Syama, Fourou y del círculo de Kadiolo, al sur del país.

El trabajo de campo realizado en Dakar, Bamako, Niamey y Agadez me permitió corroborar que la mayoría de quienes atravesaban estas experiencias no lo volverían a hacer. El mismo “Robert”, pero también “Kevin”, originario de Liberia (en Niamey), los jóvenes sierraleoneses y malienses entrevistados en Citte UNICEF de Bamako, coincidieron al respecto:

[…] quiero volver a mi país, trabajar, juntar dinero y obtener la visa […] Es el camino más seguro, y la diferencia de dinero no es tanta […] Quien quiera viajar como lo hice yo, que lo piense bien […] Vi a muchas personas casi muertas, deshidratadas, cadáveres en las fronteras de Malí y Níger con Argelia […] Ya no aguanto más, quiero volver, no quiero que me moleste la policía, ni los de la frontera, nada más […]. Son muchas las personas que me crucé en las rutas, en las fronteras […] La mayoría hombres, pero algunas mujeres también, niños también. No la pasamos bien en algunos países y sabemos que estar en Europa no es fácil […] Pero acá en Malí tampoco estoy bien, me persiguen como si fuera un extraño y somos países hermanos […] Quiero caminar libre (Robert, ghanés, Bamako, Malí, 2020).

Mapa 2. Trayectoria de viaje migratorio de “Robert”, ghanés

Fuente: Cátedra Abierta de Estudios Urbanos y Territoriales–UNP sede Trelew (2021).

Es difícil saber a cuántas personas de cada país de África Occidental (o de África en general), se les permite entrar a Europa, por cuánto tiempo, qué cupos existen, y tantísimas otras preguntas imposibles de responder. Quizás una persona pueda obtener una visa turística por tres meses, previa carta de invitación de otra que resida en Europa de manera legal; en el caso de obtenerla, podría llegar a renovarla, conseguir otra posteriormente y así en lo sucesivo, ¿es ese el camino? ¿Se trata de una estrategia de inserción viable? ¿Qué sucedería si todas las personas que intentan llegar a Europa —insisto, representan la minoría de las que se desplazan por la región— se agolparan juntas, al mismo tiempo, a las puertas de las embajadas de algún país europeo en sus países de origen?

En opinión de distintos defensores del derecho a la libre circulación, integrantes de ONG de Malí y Níger, como Mauro Armanino, del Obervatorio de Migrantes en Dificultades, de Niamey, y el investigador Azizou Chehou, de Alarme Phone Sahara, de Agadez, la irregularidad, si se respetaran las leyes, debería comenzar en Libia o Argelia, países en los que se exige un visado para entrar:

La Unión Europea genera esta política asesina, con la complicidad de los gobiernos regionales de la CEDEAO (Azizou Chehou, nigerino, Agadez, Níger, 2020).

Explotan y criminalizan a migrantes. Sacan provecho. Muchos policías en las rutas, les sacan dinero […] (Mauro Armanino, italiano, Niamey, Níger, 2020).

Así, se avanza sobre los crecientes flujos migratorios de la región y contra un sistema históricamente diseñado para migrantes (Brachet, 2009). La externalización de las fronteras europeas comienza en las capitales de los países africanos en donde funcionan las embajadas. El casi seguro rechazo a las solicitudes de visados no deja mucha opción: la única vía de escape posible son las rutas militarizadas y controladas, ya no sólo por la presencia de Europa en la región, sino por el incumplimiento de la ley de libre circulación por parte los estados de África Occidental, negando y criminalizando el derecho humano a la movilidad.

Europa en África. Externalización de fronteras y de mecanismos de control

La Asociación de Malienses Expulsados (AME) se encarga de ayudar a las personas migrantes que se hallen en Bamako luego de ser expulsados de Argelia o Libia; no sólo a las malienses sino a cualquier persona de cualquier estado de la región, intentando garantizar los derechos de los migrantes en movilidad. En la calurosa tarde del 24 de febrero de 2020, me recibió Ousmane Diarra, su principal referente, en la sede de la entidad:

La muerte de los migrantes es consecuencia de la política migratoria europea que están aliados con los gobiernos de la región, para controlar fronteras en África […] Las rutas están llenas de policías y controles, lo que hace que los migrantes tomen caminos más peligrosos y se vuelva más complejo el viaje […] Los grandes perjudicados son ellos y nadie piensa en este problema, cada vez más se mueren en el desierto (Ousmane Diarra, maliense, en Bamako, Malí, 2020).

El incremento de los dispositivos de control de identidad, ya no sólo en los aeropuertos y otras terminales de tránsito, sino su implementación en varios puntos del territorio de los países de origen de los migrantes, cumplen la función de realizar un proceso de selección de personas que luego serán rechazadas o admitidas en Europa, incluso en el norte de África. De este modo, las personas migrantes se convierten, en los mismos inicios de sus trayectorias migratorias, en no ciudadanos, fomentándose así, cada vez en mayor medida, el “establecimiento de un apartheid mundial, consecutivo a la desaparición de los antiguos apartheids coloniales y poscoloniales” (Balibar, 2005, p. 95).

Se fomenta el retorno voluntario asistido para aquellas personas que han sido expulsadas de algún país del Magreb. En el caso de Níger o Malí esa posibilidad de retorno se da de manera forzosa ya que los migrantes son “interceptados por las fuerzas de seguridad en su vida cotidiana, en casa o en el trabajo, sobre todo en las canteras de construcción donde trabajan como mano de obra barata, y detenidos, deportados y abandonados en medio del desierto del Sáhara” (Puig y Pérez, 2019, p. 13). La violencia física y el racismo se hacen presentes en esas redadas, según testimonios recogidos en Niamey con migrantes entrevistados, como “Kevin” y “Richard”, y de acuerdo con lo relatado por aquellos con quienes mantuve conversaciones informales, como “Dennis” y “Teresa”, los cuatro liberianos. Lo propio sucedió al interrogar sobre el tema a los jóvenes malienses y sierraleoneses entrevistados en Bamako:

Yo estuve secuestrado y trabajando encerrado y con cadenas durante varios meses en Argelia primero y en Libia después […] Un día me encontraba dentro de un galpón con otros migrantes de Sierra Leona, Liberia, Malí, en una ciudad que quedaba en la frontera de Argelia con Malí y entraron varios policías […] Era de noche, sólo veía las luces de las linternas. Fue horrible (Joseph, sierraleonés, Bamako, Malí, 2020).

“Joseph”, de 27 años, es uno de los sierraleoneses que entrevisté en Bamako. Su situación, como la de tantos otros, había sido figurada como retorno voluntario, cuando en realidad se trató en lo concreto de una expulsión.

Abdou Bontianti, docente investigador del Instituto de Investigaciones en Ciencias Humanas de la Universidad Abdou Moumouni, en Niamey, hizo hincapié, durante la entrevista realizada, en los malos gobiernos que se sucedieron, sobre todo desde 2011 en adelante, en Níger, para dar cuenta de la explotación de recursos, el acaparamiento de tierras por parte de las multinacionales:

Níger es rico en recursos: magnesio, uranio, oro […] La exclusión y desigualdad son enormes, este país está gobernado por clanes […] La desigualdad es enorme. Vivimos un nuevo colonialismo. La Unión Europea pone frenos y aumenta controles. Cada vez más gente cruza las fronteras. Y los gobiernos de África Occidental no garantizan la libre circulación […] Las políticas migratorias de nuestros países son acordes con las de la Unión Europea (Abdou Bontianti, nigerino, Niamey, Níger, 2020).

Cada persona que emprende la experiencia migratoria por la Ruta del Mediterráneo Central atraviesa países sin presentar visados o teniendo que soportar los controles en las rutas. En algunos casos, las personas detenidas ni siquiera están en ejercicio de una experiencia migratoria hacia el norte, sino que son habitantes locales, practicantes del nomadismo, que no poseen documentos y que transitan esas fronteras sin cumplir las normas que allí rigen; todas medidas ejecutadas bajo la excusa de la lucha contra el terrorismo, el crimen organizado, el tráfico de drogas y automóviles, entre otras. En algunos países como Argelia y Túnez, funcionan cárceles de expulsión donde las personas son depositadas como residuos cuando son rechazadas al momento de querer ingresar a Italia, reutilizando viejas estructuras de campos de concentración que allí existieron, y construyéndose, cada vez en mayor medida, nuevos centros de detención (Dietrich, 2008) o campos de internamiento (Gil Araujo, 2011). De esta manera, se realiza un eficiente control de circulación orientado a “cubrir todos los pasos dados por los inmigrantes, desde el comienzo de su viaje hasta la llegada a su destino” (Gil Araujo, 2011, p. 15). Ese destino puede ser cualquier país de Europa o algún país del Magreb. La nuda vida es la constante en el paisaje de las necro-fronteras de la región.

En la entrevista realizada con el reconocido geógrafo nigerino Harouna Mounkaila, del Departamento de Geografía de la Universidad Abdou Moumouni de Niamey-Níger, éste se refirió a los diversos peligros de envergadura presentes en estas rutas, así como a la responsabilidad y complicidad de la UE en este proceso:

[…] no sólo son las barreras naturales, como el desierto o el mar. Muchas gente muere en el desierto porque el excesivo control que impone la UE en la región obliga a los migrantes a tomar caminos más peligrosos, donde la mortalidad, el tráfico de personas, la corrupción, la clandestinización del transporte, de los actores de la migración, de los intermediarios, hace que atravesar estos caminos sea muy complicado […] La crisis migratoria solo se la piensa en el Mar Mediterráneo no en el Sahara […] ¿Por qué en el espacio Schengen los europeos pueden circular libremente y en la CEDEAO los africanos de la región no lo pueden hacer? (Harouna Mounkaila, Niamey, Níger, 2020).

Una experiencia ilustrativa sobre la presencia e influencia europea en la región, a la que se hace referencia, es el Plan África. Frecuentemente citado como un ejemplo del interés de España en favorecer el desarrollo de los países del continente, lo que realmente sucede se invisibiliza:

La violencia que permite el permanente expolio de sus recursos. Violencia que se concreta, súbitamente, cada vez que la explosión de un oleoducto en Nigeria —país de especial interés energético para España— mata a quienes tratan de robar un poco de combustible para cocinar y calentarse, mientras miles de millones de barriles de petróleo salen cada día del país, dejando tras de sí contaminación a gran escala, enfermedades e inseguridad alimentaria. Violencia que se personifica en los pescadores senegaleses o mauritanos que se juegan la vida para llegar a Europa, una vez que la pesca artesanal ha quebrado por la competencia de los barcos europeos y la enorme sobreexplotación a la que someten los caladeros (Romero, 2008, p. 162-163).

De esta forma, el papel de los Estados de África Occidental es el de “garantizar la seguridad y las infraestructuras de transporte para facilitar la salida del petróleo, del gas, de los diamantes, del oro, del coltán, de los monocultivos agrarios de exportación, etcétera (Romero, 2008, p. 163-164)”. Allí, en cada comunidad expoliada de sus recursos, comienza la experiencia migratoria por la Ruta del Mediterráneo Central, algo que pocas veces se menciona: primero hacia las capitales y grandes ciudades del país, sobreviviendo en sus márgenes. Posteriormente, hacia algún país vecino u otro de la región; algunos, lo menos, intentarán llegar a Europa (Mora Tebas, 2019). La trayectoria migratoria de “Joseph” ejemplifica la lógica y el itinerario referidos:

Cuando fue la guerra en mi país yo era muy niño, mis padres sí la vivieron, pero ya no hay más […] Europa era mi destino […] De Port Loko, me fui a Freetown, allí me albergaron unos parientes y conocí muchas personas que habían llegado a la capital como yo, buscando trabajo. Yo salí de mi país pensando que en Senegal había una salida laboral que necesitaba para seguir viajando, no sé, hacer cualquier cosa, ganar más dinero […] En Dakar me hablaron de las minas de oro en Malí […] Fui a Malí y ahí escuché del norte, de Libia, Argelia, Túnez, cada vez más cerca de Europa […] Elegí el camino de Níger, por Agadez, primero Libia […] Un infierno […]. Volví a Agadez, luego Argelia […] Me regresaron a Malí […] No sé si volver a intentarlo, es muy difícil, hay mucho control (Joseph, sierraleonés, Bamako, Malí, 2020).

En definitiva, la externalización de las fronteras “está definida como un nuevo modo de gobernabilidad, ya que implica que la inmigración está siendo integrada como tema clave en las negociaciones internacionales y expresa, directa o indirectamente, la corresponsabilidad en un interés común: evitar el movimiento de personas” (Azkona Ramos, 2013, p. 63).

Mapa 3: Trayectoria de viaje migratorio de “Joseph”, sierraleonés

Fuente: Cátedra Abierta de Estudios Urbanos y Territoriales–UNP sede Trelew (2021).

La UE externalizó de tal modo sus fronteras que podríamos decir que éstas se hallan en el corazón de cada capital de los países africanos, es decir, en las embajadas, además de solicitarle a empresas de transporte o funcionarios de esos países que lleven adelante permanentes controles de documentación a lo largo y ancho del territorio. La frontera empieza en el mismo instante en que un migrante decide llevar adelante este tipo de travesías (Fernández Bessa, 2008); el cuerpo mismo es frontera.

Las relaciones de poder colonial persisten a través de estas migraciones sur-norte y de la continua y creciente presencia de Europa en África Occidental. En este sentido, todo y toda migrante porta el peso de las históricas relaciones de dominación —tanto materiales como simbólicas— entre el país de origen (dominado) y el de destino (dominante): herencia de pasados encuentros entre la metrópolis y sus antiguas colonias. La historia de la colonización ha dado forma a la historia de la emigración/inmigración entre Europa y sus periferias. Las derivas de la política migratoria comunitaria conforman la persistente existencia del vínculo entre orden colonial y orden migratorio (Gil Araujo, 2011, p. 27).

Reflexiones finales: externalización de las fronteras y la frontera como campo de batalla

El fenómeno conocido como externalización de las fronteras europeas en el continente africano ha sido y es un elemento clave al momento de indagar sobre las trayectorias migratorias de las personas migrantes de la región. No obstante, resulta necesario pensar la externalización más allá del paradigma securitario, tanto en relación con las fronteras europeas en África como a las africanas en Europa.

Hago hincapié en ese cuerpo otro, “que se instituye en ese momento como perímetro fronterizo”. La discriminación, el racismo, la amenaza permanente a ser deportado, las violencias físicas de todo tipo se dan sobre el cuerpo donde se inscribe la frontera: “Ese cuerpo extraño es frontera encarnada” (Pastor Aguilar y León Mendoza, 2017, p. 28).

Cuerpos extraños que se diseminan a lo largo y ancho del continente europeo, para trabajar en la agricultura, o en el servicio doméstico, o para ser empleados en la economía informal vinculada al delito, siempre explotados.

Vale la pena insistir con la existencia y el papel de las redes, los saberes y los intercambios entre quienes migran. Las migraciones son parte central de la globalización, con todo lo que ello acarrea, y quien migra es agente de cambio, sea este político, cultural y/o social (Goldberg, 2003). Resulta importante explorar, por tanto, las prácticas emergentes de ciudadanías transfronterizas que plantan cara a las necro-fronteras.

En el sentido inverso, existen y han existido desde siempre desplazamientos de europeos a África. Descriptos como “ciudadanos del mundo”, “turistas”, “empresarios”, “inversores”, “antropólogos” —o “historiadores”, “politólogos”, da igual—, son considerados miembros de una clase social mundial y convertidos en “sujetos globales” (Agier, 2014). Con esto, no pretendo poner en debate quién tiene “más mundo en la cabeza”, si los migrantes o estos sujetos; lo que está en cuestión es la representación en torno a las personas migrantes y al resto de las categorías mencionadas. ¿Turistas? Nadie va a Malí o Níger, por el terrorismo, por los peligros que acarrea. En palabras de Azizou, de Alarme Phone Sahara-Agadez: “viven muchos europeos en África […] Un africano en Europa, es migrante, refugiado, un europeo en África es empresario, trabaja en la seguridad, es médico. No hay estadísticas de la cantidad de europeos en nuestro continente (Agadez, Níger, 2020).

Mezzadra y Neilson, (2017) también hacen hincapié en la migración vinculada a los desplazamientos transnacionales de las personas empleadas por corporaciones multinacionales en el Sur Global, que no son sólo europeas, sino también norteamericanas y chinas. Para Kabunda (2012), la presencia de las grandes potencias en África responde a factores que van más allá de intervenir en los conflictos internos: pretende cuidar sus intereses políticos y económicos, controlando sus recursos mineros y petroleros. Esclavitud, colonialismo y migraciones se entrelazan como una continuidad biopolítica, donde la nuda vida es la razón de ser del capitalismo y el modelo de acumulación por despojo.

Aunque existan diferencias en el funcionamiento de la necropolítica en las fronteras del Sur y el Norte Global que se abordaron en este texto, no quedan dudas que el destinatario de las políticas migratorias sea en el espacio CEDEAO o en el Schengen, es el cuerpo migrante, el cuerpo-frontera. Sí, aún en África Occidental, donde existen leyes de libre circulación para quienes habitan en esos países, la necropolítica opera sobre esos cuerpos. He escuchado y leído que los recorridos llegan a ser de hasta trece años, entre que un migrante sale de su comunidad y pisa —si tiene suerte— suelo europeo.

Las personas muertas en el Mar Mediterráneo o en el desierto del Sahara, no son “inmigrados” (porque no arribaron al destino deseado), ni refugiados (porque no obtuvieron el estatuto): son los muertos de la migración, producto de los controles en el mar, la desidia en el mar (que los deja morir), las vallas en Ceuta y Melilla, los camiones que se pierden en el desierto, las fuerzas de seguridad del Magreb, apañadas por Europa y un largo y terrorífico etcétera.

Sin embargo, es la tenacidad, producto de una necesidad, la que lleva a continuar intentándolo, cada vez más migrantes arriesgan sus vidas, plantando cara a las necro-fronteras.

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[1] También Libia constituye un país relevante al momento de analizar esta ruta, ya que es el camino más empleado por las personas que intentan cruzar a Europa desde África. Por razones de seguridad en dicho país, no realicé trabajo de campo allí.

[2] La convivencia es menos complicada debido a la tradicional relación de los países africanos con Marruecos. Marruecos alberga en su territorio más de 96 nacionalidades según los datos del Ministerio encargado de los Marroquíes Residentes en el Extranjero y de los Asuntos de la Migración, aunque 93% de los expedientes de las peticiones provienen especialmente de 15 países entre ellos, Mauritania, Senegal, Nigeria, Costa de Marfil, Guinea, Congo y Mali (Arabi, 2016, p. 58)

[3] Agrupación terrorista paramilitar. También es conocido como Estado Islámico.

[4] Para ampliar sobre lo que se denominó la Crisis del Sahel, específicamente en Malí y Níger, puede consultarse el trabajo de Boas (2019), específicamente el capítulo dos: Mali and the Sahel–the epicentre of contemporary African conflict.

[5] El trabajo que cito de Boyer y Mounkaila, aborda también la migración nigerina. Desde 2014, Argelia ha procedido de este modo a más de 35 000 expulsiones de nigerinos, de las cuales aproximadamente 11 000 sólo en 2018 y a más de 10 000 expulsiones de no nigerinos (OIM-Níger). Mientras que los “retornados” nigerinos reciben asistencia conjunta para el transporte y la reinserción de las autoridades nacionales y la OIM, los extranjeros entran, si lo desean, en el marco del programa de “retorno voluntario asistido” (RVA) de la OIM. Al margen del uso excepcional del término expulsión, el carácter voluntario de los retornos plantea aquí un interrogante. En efecto, la situación de extrema vulnerabilidad en la que se encuentran las personas al llegar al territorio nigerino pone en cuestión el aspecto voluntario, sobre todo teniendo en cuenta que la única alternativa que tienen los migrantes expulsados es arreglárselas por su cuenta en la ciudad de Agadez.


 

  1. Argentino. Doctor en Antropología Social por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Argentina. Actualmente adscrito al Instituto de Investigaciones Históricas y Sociales de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales en la Universidad Nacional de la Patagonia (UNP), Argentina. Líneas de investigación: migraciones forzosas internacionales e historia contemporánea del continente africano. Contacto: pabloblanco72@yahoo.com.ar.