Diferencia y espera: migrantes africanos y asiáticos en Tapachula, frontera sur de México

Segunda época, número 15, enero-junio 2023, pp. 144-167.1

Fecha de recepción: 12 de agosto de 2022.
Fecha de aceptación: 20 de abril de 2023.

Autores: Bruno Miranda2, Jana Sosa Gundelach3, Daniela Fernández Rodríguez4.

Resumen

A través de la sistematización de registros etnográficos, notas periodísticas, reportes intergubernamentales y datos estadísticos, analizamos cómo personas migrantes provenientes de África y Asia gestionan tanto sus recursos individuales y colectivos como sus marcadores sociales de diferencia para sostenerse mientras esperan en Tapachula, frontera sur de México, antes de poder seguir el tránsito hacia la frontera México-EE.UU. Se examinan tres lugares frecuentados por grupos de migrantes transcontinentales. Nuestros hallazgos revelan que el manejo de diferentes lenguas originarias, regionales o aprendidas en el tránsito, así como la conformación de grupos y de redes migratorias transcontinentales facilitan el sostenimiento y eventualmente acotan los tiempos de espera.

Palabras clave: migración africana, migración asiática, frontera de México, control migratorio, marcador social de diferencia.

Difference and Waiting: African and Asian Migrants in Tapachula, Southern Border of Mexico

Abstract
By systematizing ethnographic notes, newspaper articles, intergovernmental reports, and official statistical data, we analyze how migrants from Africa and Asia manage their individual and collective resources as well as their markers of social difference to sustain themselves while waiting in Tapachula, in the southern border of Mexico, before continuing transit towards the Mexico-US border. Three places where groups of transcontinental migrants frequently gather are examined. Our findings reveal that speaking different native or regional African languages, or languages learnt in transit, the constitution of groups in movement, and transcontinental migration networks, allow for subsistence and eventually shorten waiting times.

Keywords: African migration, Asian migration, Mexican border, migration management, marker of social difference.

Introducción

Las técnicas y estrategias del gobierno de las migraciones implementadas en determinados espacios y territorios de Sudamérica y México, bajo distintas lógicas y modalidades de gobernanza, han resultado en formas diferentes de control migratorio que varían y se combinan entre la contención, la militarización, la regulación y el ordenamiento (Álvarez, 2022; Domenech, 2020; Basok et al., 2015).

A lo largo de la frontera México-Estados Unidos, así como en la frontera Guatemala-México, el control migratorio no se limita al ámbito espacial, sino que se extiende cada vez más hacia la aplicación de mecanismos temporales o a la imposición de ciertas temporalidades administrativas, burocráticas y jurídicas para ralentizar y disuadir el tránsito migratorio. Son mecanismos inmateriales que suelen plasmarse en tiempos de espera largos e inciertos, especialmente después del brote pandémico por Coronavirus, y que de varias formas hacen eco a las experiencias de control aplicadas en partes de Europa y otros continentes (Tazzioli, 2018; McNevin y Missbach, 2018).

En los hechos, el control y la manipulación del tiempo de vida de las personas migrantes, solicitantes de asilo o refugio también se expresan de varias maneras. En este artículo, damos cuenta de las esperas impuestas por entidades estatales mexicanas en las que participan los actores de la gobernanza migratoria (agencias internacionales, humanitarias, ONG). Migrantes de orígenes variados esperan por documentos migratorios que permiten el tránsito regularizado por México, sean ellos formas migratorias múltiples o constancias de solicitud de refugio. Se trata de una espera impuesta por el Estado, distinta por lo tanto de la espera decidida y estratégica que algunos autores han revelado como expresión de la agencia migrante (Candiz y Bélanger, 2018; Gil Everaert, 2020).

El control espacial y temporal ha afectado no sólo a los migrantes centroamericanos, quienes a lo largo de las últimas décadas han hecho parte del paisaje migratorio mexicano (Casillas, 2008), sino también a personas y grupos familiares provenientes del Caribe (Haití y Cuba principalmente), de Sudamérica (Venezuela en especial), de regiones de África (Miranda, 2023; Yates y Bolter, 2021) y del sur-sureste de Asia (Ronderos, 2021).

El diagnóstico, todavía pendiente, se refiere a la remodelación socioespacial del territorio mexicano, en especial de sus fronteras norte y sur más allá de su uso como espacio de tránsito centroamericano, hacia la producción de nuevas categorías de espacio social, particularmente de espacios de espera, que dan soporte y al mismo tiempo son transformados por la instalación y el paso de personas en tránsito. En diálogo directo con la producción académica reciente, nos parece apremiante entender cómo los espacios en México, por los cuales los migrantes de otros continentes transitan y se asientan, conforman unos corredores migratorios extendidos, conectando ciertas regiones de Asia y África con Brasil, con Colombia o con los Andes ecuatorianos, hasta Centroamérica y México.

Analizar las diversas maneras en las cuales las personas migrantes de África y Asia viven la espera, interaccionan y eventualmente transforman los espacios y lugares donde se instalan en la frontera sur de México, es la preocupación central de este artículo. Nos interesa dar cuenta de las formas en las que las personas migrantes africanas y asiáticas gestionan y movilizan sus recursos individuales y colectivos, así como sus marcadores sociales de diferencia (Hirano, 2019; Piscitelli, 2008) para sostenerse mientras esperan en Tapachula, ciudad que se ha convertido en el epicentro de aglomeración de migrantes regionales y transcontinentales desde antes de la pandemia por Coronavirus. En otras palabras, buscamos indagar sobre la cotidianeidad de la espera.

Proponemos una mirada a escala local y microsocial de las interacciones sociales y espaciales entre los grupos migrantes y los residentes en la ciudad, además de las autoridades estatales. Partiremos de describir los lugares que frecuentan para adentrarnos en las trayectorias seleccionadas y examinar la activación de recursos individuales y colectivos mientras esperan. De esta forma, queremos aportar a la visibilización de las experiencias de personas migrantes transcontinentales en México, no sólo desde el punto de vista de las violencias a las que son sujetos y de sus necesidades de protección internacional, sino de sus arreglos cotidianos, su agencia y politización.

El texto está estructurado en cuatro partes. Mientras en la primera describimos las técnicas de investigación utilizadas, en la segunda presentamos un breve contexto del paso de personas provenientes de países africanos y asiáticos por México, seguido de nuestro marco analítico sobre el espacio, la espera y la diversidad instalada en la frontera sur del país. La cuarta parte es la más extensa, donde plasmamos nuestros registros etnográficos en torno a los lugares frecuentados en Tapachula. Seleccionaremos tres lugares en específico y a partir de ellos ahondaremos en las trayectorias de personas migrantes y sus formas de gestionar la espera. Por último, en las consideraciones finales, destacaremos las conclusiones preliminares de nuestro análisis en el marco del proyecto de investigación en curso.

Aspectos metodológicos

Los insumos para el análisis provienen en primer lugar del trabajo de campo etnográfico realizado en equipo en Tapachula durante el mes de marzo de 2022, además del monitoreo y sistematización de notas periodísticas, reportes intergubernamentales y datos estadísticos de México, Costa Rica, Panamá y Colombia para el periodo 2015-2021.

Durante la estancia en Tapachula, logramos establecer contactos con las personas migrantes (nuestros interlocutores) en distintos lugares de observación, que describiremos más adelante. En dichos lugares, nos acercamos a través de pláticas informales y, posteriormente, mantuvimos la comunicación con ellos acompañándolos en sus actividades cotidianas, compartiendo largos momentos de espera y, por último, a través de seguimiento telefónico y en redes socio-digitales (Whatsapp y Facebook).

De esta forma, fueron 31 los interlocutores: 14 de países de África Central, Occidental y Oriental (Angola, Ghana, Guinea Conakry, República Democrática del Congo, Senegal, Sierra Leona, Somalia y Togo), y 17 migrantes asiáticos provenientes de Pakistán, Bangladesh y China. Sus edades varían entre 20 y 50 años. Durante el trabajo de campo que realizamos para la elaboración de este artículo, tuvimos casi exclusivamente contacto con varones, por lo que hay sólo una mujer originaria de Bangladesh.

Esto se debe a que, según nos comentaron los interlocutores, parte de los hombres prefieren viajar sin sus esposas o familiares mujeres para no exponerlas a los riesgos del trayecto migratorio. Asimismo, nos dimos cuenta de que las mujeres, cuando están en tránsito, se quedan en sus sitios de hospedaje o resguardo mientras ellos hacen las gestiones necesarias para la documentación migratoria. En nuestro trabajo de campo, cuando las mujeres africanas y asiáticas estaban presentes, se mantenían en silencio, suponemos que por desconfianza e inseguridad.

Seis interlocutores africanos y dos asiáticos viajaban en familia, con niños y niñas. Nuestras interacciones con ellos se dieron en portugués, inglés y francés, en este orden de uso, ya que encontramos que esas eran las lenguas en común entre nosotras y ellos. En el caso de los migrantes de China, utilizamos el teléfono celular como primer recurso de comunicación, traduciendo las sentencias de los diálogos del mandarín al español en la aplicación WeChat.

En los acercamientos y abordajes a las personas migrantes, no participaron miembros de la sociedad civil organizada, es decir, las interacciones fueron todas directas, sin intermediación de defensoras, abogadas, casas o albergues migrantes, no por capricho, sino porque en Tapachula, ellos ocupan el espacio público. Nos presentábamos como estudiantes y profesor de la UNAM, mostrando nuestras credenciales.

En las ocasiones en las que pudimos brindar información y acompañarles en los trámites de refugio en México, más bien fuimos nosotras las intermediarias con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR); cuando les acompañamos a las agencias de remesas internacionales, nosotras fungimos como puente entre ellos y sus familiares y amigos en otros continentes. De manera efímera, fuimos parte de sus redes de apoyo. Al reencontrarnos en otros lugares de la ciudad, nos saludaban y nos deteníamos a platicar, lo que nos hizo entender que había confianza.

Elaboramos una primera tabla donde vaciamos el material de campo en función de los siguientes aspectos de su tránsito migratorio: las escalas de movilidad migratoria, temporalidades, condiciones y redes migratorias. En una segunda tabla contemplamos los marcadores sociales de diferencia que consideramos más relevantes: localidad de origen, edad, lenguas, grupo étnico, religión, afiliación política, nivel de educación formal, profesión, identidad de género, orientación sexual y estado civil.

Finalmente, en una tercera tabla anotamos los lugares frecuentados por ellos. Identificamos los siguientes ámbitos y lugares: alimentación (bares y restaurantes), vestimenta y estética (tiendas de ropas, peluquerías), comunicación (presencial y digital), financiero (agencias de remesas internacionales), hospedaje (hoteles, posadas, albergues, casas rentadas), regularización migratoria (estaciones migratorias y oficinas de regulación del Instituto Nacional de Migración [INM], oficinas de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados [COMAR] y de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados [ACNUR], papelerías), salud (clínicas públicas y autónomas), pasatiempos (plazas públicas, banquetas) y transporte/movilidad urbana.

Tránsito reciente de africanos y asiáticos por México

Recientemente, México, Centroamérica y los países sudamericanos por los cuales transitan migrantes de varios orígenes, se han insertado de lleno en el mapa de los corredores migratorios globales, de acuerdo con lo que informan los reportes intergubernamentales y los estudios realizados en toda la región (OEA y OIM, 2016; Yates y Bolter, 2021). El seguimiento y sistematización que hemos realizado revela que el recrudecimiento del tránsito de personas africanas por los corredores que conectan a Sudamérica con Centroamérica y México, a partir del bienio 2015-2016, sólo fue interrumpido durante el primer año de la pandemia por Coronavirus, en 2020.

El principal cuello de botella continental, antes de la frontera sur de México, es el Tapón del Darién en la frontera Colombia-Panamá. Por esa frontera el número de personas provenientes de Somalia, Ghana y Eritrea —los tres países de origen con mayor representación— alcanzó 1 105 en 2015, cinco veces más que el año anterior (SNM, 2019). Posteriormente, los orígenes se diversificaron, incluyendo a personas de la República Democrática del Congo (RDC), Angola, Camerún, Guinea Conakry y Senegal, entre otros.

En 2019, la Unidad de Política Migratoria, Registro e Identidad de Personas (UPMRIP) de México registró más de siete mil personas africanas presentadas y detenidas por las autoridades migratorias mexicanas. Ese número prácticamente duplicó el de 2016. Las nacionalidades asiáticas han acompañado la tendencia creciente: en 2019 fueron registradas 5 878 personas asiáticas en tránsito por México, principalmente de India y Bangladesh (UPMRIP, 2019). En 2021, el tránsito se reactivó y con él, los tiempos de espera. En el mismo año, el Servicio Nacional de Migración (SNM) de Panamá registró 133 726 personas en tránsito por los campamentos militares en el Darién, entre las cuales se encontraban más de cinco mil personas africanas y más de 4 500 asiáticas (SNM, 2021). En 2022, 248 284 personas cruzaron irregularmente el Darién (SNM, 2023). Las procedentes de los cinco primeros países asiáticos (India, China, Afganistán, Bangladesh y Nepal) suman más de 10 mil personas.

Poco a poco, se dan a conocer estudios sobre la presencia de personas migrantes de otros continentes en tránsito por México y Costa Rica, en especial poblaciones africanas (Navarro, 2022; Serra y González, 2022; Roa Ortega, 2021; Cinta Cruz, 2020; Acuña, 2019; Mora Izaguirre, 2017). En México, las poblaciones de migrantes asiáticos y africanos habían sido invisibilizadas hasta que el Estado les impuso tiempos de espera más largos —primero en la frontera norte de México en 2016 (Miranda y Silva Hernández, 2022), luego en su frontera sur en 2019.

Desde luego, los asentamientos temporales que tienen lugar en las fronteras norte y sur de México complejizan la gobernanza de las migraciones, dada la instalación de agencias intergubernamentales, los nuevos arreglos interinstitucionales requeridos y las mismas necesidades de protección internacional de migrantes en tránsito y en espera. Frente a una mayor diversificación de los grupos de migrantes, el Estado mexicano ha optado por ampliar el control espacio-temporal echando mano de varios mecanismos a todas las poblaciones migrantes de los Sures del mundo, cuyas apuestas de vidas futuras para sí mismos y sus familias están colocadas en EE.UU., y eventualmente en Canadá.

Derivado de la pandemia por la COVID-19 declarada por la Organización Mundial de Salud (OMS), entró en vigor en varios países de la región (Panamá, Costa Rica, Honduras, Guatemala, El Salvador) la restricción de las movilidades mediante el cierre de fronteras, bajo el argumento de que la reducción del tránsito desaceleraría la posibilidad de contagio. México fue una excepción, ya que decidió no cerrar fronteras sino hasta marzo de 2021 con Guatemala y de manera temporal. El cierre fronterizo en Centroamérica ocasionó que 2 500 migrantes permanecieran retenidos en su paso por el Darién a mediados de 2020 en condiciones de hacinamiento, con escasez de productos básicos, inseguridad latente y la incertidumbre de su porvenir (OIM, 2020). Migrantes, en su mayoría de Haití, pero también de países de África y Asia, una vez reabiertas las fronteras centroamericanas, llegaron a Tapachula en 2021, un año marcado por la imposición estatal de la espera y por protestas y caravanas migrantes (Álvarez Velasco et al., 2021).

La pandemia por Coronavirus también introdujo importantes transformaciones en los procesos migratorios en el continente americano como un todo: el cierre y la militarización de las fronteras, la interrupción de los trámites de regularización migratoria, el aumento de los tiempos de espera en circunstancias infrahumanas y la constitución de marcos jurídicos antimigrantes en Estados Unidos, Chile, Ecuador y Perú (Álvarez Velazco y Varela-Huerta, 2022). Por otro lado, hay registros de un fuerte aumento de la violencia estatal contra migrantes racializados, por lo cual las ciudades fronterizas en el continente se volvieron “cárceles abiertas” (Álvarez Velasco et al., 2021). México, que desde 2018 con las caravanas migrantes, se había configurado como “país tapón” de las migraciones en las Américas (Varela, 2019), no quedó exento de estas dinámicas.

Mientras, en la frontera norte de México con Estados Unidos, el gobierno de Donald Trump activó un decreto de salud pública llamado Título 42 (Del Monte Madrigal, 2022), el cual determinó el cierre de la frontera y la expulsión inmediata y sin derecho a solicitar asilo de todas las personas consideradas no esenciales hacia México o a sus países de origen. Este decreto ha facilitado las deportaciones express que se dan en cuestión minutos: los regresan únicamente con un proceso de toma de huellas dactilares, sin réplicas ni objeciones.

Marco analítico

Este texto se suma a la producción académica de cuño multidisciplinario cuyos autores han indagado sobre las diferentes formas, dispositivos biopolíticos, espacios y tiempos de la inmovilidad migratoria (Varela Huerta y París Pombo, 2023; Jacobsen y Karlsen, 2021; Candiz y Bélanger, 2018; Schapendonk y Steel, 2014; Griffiths et al., 2013; Collyer, 2010). Es decir, todas las paradas, interrupciones voluntarias e involuntarias que fragmentan el tránsito migratorio en dos o más partes, especialmente en los casos y procesos que involucran a personas y familias migrantes cuyas movilidades llegan a durar varias semanas, meses o años.

Las experiencias de tránsito prolongado son en efecto emblemáticas de que no hay una disociación real entre las movilidades y las inmovilidades. Más bien, el tránsito o el cruce de fronteras suele estar atravesado por pausas y esperas (tanto las decididas como las impuestas). Es así como las trayectorias de movilidad abarcan y se concretan por medio de inmovilidades: son dos ámbitos antagónicos, pero mutuamente relacionados (Scheller y Urry, 2006).

Adicionalmente, nuestro texto se ubica en la intersección entre los estudios sobre el espacio social y la espera. Recuperamos las preocupaciones del Grupo Territoires de l’attente (TERRIAT) relativas a las diferentes temporalidades, las articulaciones espaciales y el carácter de intersticio de los espacios de espera en contextos de desplazamientos y de migraciones internacionales (Musset, 2015; Vidal et al., 2011). Los investigadores de dicho grupo apuestan a que “la espera da sentido al espacio” (Musset, 2015, p. 310), pero no lo define por completo. Más precisamente, es una forma de uso espacial que solapa los usos anteriores u ordinarios (Vidal et al., 2011) e “impone una nueva gestión del tiempo” (Musset, 2015, p.317).

Nos apoyamos en lo anterior y extendemos la mirada hacia otros procesos que se dan en los espacios de espera, a saber, los procesos referidos a las interacciones entre los distintos grupos de migrantes y a las eventuales transformaciones espaciales promovidas por los mismos. Entendemos el espacio no como una entidad en sí o que se explica por sí misma, sino como una entidad relacional, producida y reproducida a través de prácticas, representaciones y vivencias (Lefebvre, 2013; Díaz Parra y Roca, 2019). Es decir, el espacio es al mismo tiempo producto y soporte de las relaciones sociales, desde luego atravesadas por jerarquías, inclusiones y exclusiones.

A su vez, el lugar se caracteriza por su localización geográfica y por los lazos existentes con las personas que lo habitan (Agnew, 1987). Al hacer referencia a la relación entre espacio y lugar, Agnew plantea que:

el lugar permite un uso verdaderamente humano del espacio. Si el espacio es el resultado ´de arriba abajo´ de los esquemas institucionales de organización y representación espacial, el lugar es la representación ´de abajo arriba´ de las acciones de la gente común (Agnew et al., 2003, p. 613).[1]

Hay desde luego una aproximación analítica entre el espacio vivido de Lefebvre y el lugar de Agnew. Por esto, en este texto el lugar será considerado como un microespacio.

El espacio fronterizo de espera que hemos podido mapear hasta el momento al sur de México corresponde al espacio donde los actores estatales han implementado diversos mecanismos de contención migratoria. Comprende los corredores Tecún Umán-Tapachula y Talismán-Tapachula, el casco central de la ciudad misma de Tapachula y un tramo extendido de la carretera costera que pasa por las localidades de Huixtla, Escuintla, Mapastepec y Pijijiapan, todos en el estado de Chiapas. En este tramo, varias caravanas migrantes han sido desmanteladas o dispersadas por militares de la Guardia Nacional (GN) y agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) de México desde la reapertura de las fronteras en 2021 (Mariscal, 2021).

Ahora bien, forzar a que alguien o determinados grupos de migrantes esperen (por documentos, por derechos) también refleja relaciones de poder y de dominación (Auyero, 2012). Sin embargo, como ha sido señalado por varios autores (Conlon, 2011; Vidal et al., 2011; Brun, 2005), la espera en contextos de movilidad migratoria irregularizada no es pasiva, tampoco se limita a experiencias de sufrimiento paciente. Por el contrario, la espera, ya sea leída como situación o como dimensión existencial, es una práctica activa porque requiere de vigilancia sistemática (de los cambios de leyes, de nuevos decretos, de la coyuntura política) y genera expectativas ante la incertidumbre y la impredecibilidad (Khosravi, 2021). Mientras esperan, las personas migrantes deben sostener la reproducción diaria individual, grupal o familiar. Además, estar en espera indefinida eventualmente provoca reacciones organizadas bajo la forma de activismo (Mountz, 2011) o estrategias individuales y familiares para seguir en tránsito (Miranda, 2021).

Lo anterior nos lleva a considerar las diversas formas y manifestaciones de agencia y politización que permiten sostenerse en condición de espera o incluso darla por terminada. En esos casos, los márgenes de acción de cada migrante, familia o grupo en tránsito son desde luego limitados, pero hemos registrado recursos, habilidades y marcadores sociales que son movilizados cotidianamente.

Los marcadores de diferencia son tan múltiples como los orígenes y los grupos étnicos, las lenguas habladas, las adscripciones religiosas, pero también las condiciones migratorias, las experiencias laborales, las afiliaciones políticas y los perfiles socioeconómicos. Partimos de la idea que la adscripción religiosa al Islam, el comunicarse en tres o más lenguas o ser leído racialmente como una persona negra, para citar tres de los ejemplos que hemos podido observar en campo, marcan la trayectoria de movilidad y la vivencia en los espacios de espera en la medida que habilitan ciertos recursos y gestiones y bloquean otros.

Bajo nuestra perspectiva, los marcadores son utilizados como elementos de diferenciación entre grupos migrantes entre sí y en relación con las poblaciones que habitan el espacio fronterizo estudiado; nuestros análisis no implican necesariamente enfocarse en los sistemas de opresión, como lo hace la perspectiva interseccional, sino en los mecanismos de diferenciación intergrupales.

A ese respecto, nos sirve la tipología propuesta por la antropóloga Baukje Prins, luego recuperada por Piscitelli (2008) y Hirano (2019), quienes distinguen un abordaje sistémico de otro construccionista. Mientras el primero privilegia el análisis de las relaciones de poder y las formas de subordinación reproducidas desde la raza, el género y la clase, el abordaje construccionista “busca una interpretación atenta a las especificidades contextuales y procesuales, observando los posibles espacios de agencia, resistencia y puntos de fuga (Hirano, 2019, p. 38)”.[2]

Combinados de distintas maneras, los marcadores condicionan entonces los patrones de interacción, de manera que la diferencia puede convertirse en racismos y desigualdades, o en dinámicas de convivencialidad (Padilla et al., 2018). De cualquier modo, los marcadores de diferencia son articulados, empleados y experimentados en función de las condiciones, contextos y circunstancias. Lo que se busca con esos lentes teóricos es una perspectiva multidimensional de la diversidad, más allá del multiculturalismo neoliberal, en espacios en los que los marcadores de diferencia de cada individuo se combinan, entrecruzan y vuelven a integrar de maneras complejas para conformar arenas de interacción múltiples (Vertovec, 2010). Como en el estudio de Navarro (2022), estamos atentas a la homogeneización de la diferencia al emplear categorías gubernamentales tales como “migrantes extracontinentales” o “migrantes africanos”.

Lugares frecuentados en la espera

Nuestra narración partirá de los lugares frecuentados y de los espacios vivenciados (Lefebvre, 2013) por las personas originarias de países y regiones de África y de Asia en espera en Tapachula. Conforme vayamos describiéndolos, recuperaremos las trayectorias de movilidad individuales y grupales en función de los recursos y los marcadores sociales de diferencia que son movilizados.

Según los tiempos de espera que pudimos acompañar y que nos fueron relatados, la espera para conseguir el documento migratorio que permita el tránsito regular por México suele variar de uno a tres meses en Tapachula. La variación entre más o menos tiempo responde principalmente a la velocidad de atención y emisión de oficios, constancias o formas migratorias por parte de las entidades responsables por el ingreso/permanencia de migrantes y por el refugio en México, respectivamente el INM y la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR).

El ritmo de atención y emisión de documentos suele ser lento, eventualmente se interrumpe o se acelera, en función de manifestaciones y protestas migrantes organizadas o espontáneas, o de eventos de la agenda política coyuntural, tal como pudimos observar durante la visita a Tapachula del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador el 11 de marzo de 2022, cuando en un par de días el INM aceleró la emisión de las formas migratorias múltiples (FMM).

Mientras esperan, jóvenes, familias y grupos de migrantes africanos y asiáticos se instalan en hoteles y posadas, recorren múltiples veces y consumen en las calles, parques y mercados centrales de Tapachula. Aunque la duración de los asentamientos sea temporal, los migrantes en espera significan los lugares frecuentados e interpretan sus vivencias en ellos (Winters, 2019; Tarrius, 2000), interactúan con poblaciones transfronterizas mexicanas y guatemaltecas, con comerciantes y trabajadores locales. De esta manera, hacen suyos determinados lugares y transforman o afectan a otros.

A inicios de marzo de 2020, exactamente dos años antes de nuestro trabajo de campo, el periodista de The New York Times, Kirk Semple, dió a conocer uno de esos lugares. Se trataba del bar Lebialem, inaugurado y gestionado por migrantes de Camerún en uno de los barrios residenciales de Tapachula (Semple, 2020). Otro de los soportes con el que contamos, es la etnografía pionera realizada entre 2015 y 2017 por Cinta Cruz (2020). Él pudo dar cuenta de otro lugar frecuentado por migrantes transcontinentales: el restaurante de Mamá Asha. En su narración, Cinta describe lo siguiente:

El restaurante indicado era un negocio familiar que manejaba una mujer, conocida como Mamá Asha o Mamá África, que fue bautizada con estos nombres por las personas africanas y asiáticas que pasaron por el lugar […] Uno de los elementos más atrayentes de este restaurante era la comida que se ofrecía, basada en una dieta cercana a la acostumbrada por estas personas: pollo, pescado, arroz y pan. Asimismo, llamaba la atención que en las paredes del local había un número indeterminado de nombres de personas y nacionalidades, firmas, números de teléfono, dedicatorias y oraciones en idiomas como árabe, somalí, amárico, bengalí, hindú y trigueña, así como en español e inglés (Cinta Cruz, 2020, p. 110-111).

Las huellas de los comensales de Mamá Asha provenientes de otros continentes todavía permanecen en las mismas paredes que hoy albergan un puesto comercial de venta de ropa popular en Tapachula. Las rayas hechas con plumón en las paredes hacen referencia a dos localidades relativamente cercanas: Gunagado, Etiopía y Hamar Jadiid, un distrito de Mogadiscio, capital de Somalia. Además, se ven los alfabetos árabe y bengalí (fotografía 1). También se ve el mismo billete de 1 nakfa de Eritrea pegado a una de las paredes, cuya imagen compone la portada del libro de Cinta Cruz (2020). A diferencia de la portada, el billete estaba roto. Simboliza de cierta manera la impronta de migrantes transcontinentales que se quiso borrar, pero no se pudo (fotografía 2).

Fotografía 1. Registros de personas transcontinentales, ex restaurant Mamá Asha, centro de Tapachula, marzo 2022

Fuente: archivo del proyecto.

Fotografía 2. Billete de Eritrea, ex restaurant Mamá Asha, centro de Tapachula, marzo 2022

Fuente: archivo del proyecto.

El casco central de la ciudad es el espacio donde los migrantes asiáticos y africanos habitan cuando no atienden a alguna de las oficinas del INM o de la COMAR fuera de ese perímetro. Por las avenidas y calles centrales, se hospedan, se alimentan, cortan su cabello, compran sus boletos para dejar la ciudad hacia la frontera norte de México, o apenas se sientan en una banqueta sombreada para platicar y pasar el tiempo observando el ajetreo de personas, comerciantes, coches y combis. Además de las calles mencionadas, el conjunto central incluye el Parque Miguel Hidalgo (que alberga el Palacio Municipal), el Parque Benito Juárez y el Mercado Sebastián Escobar.

En estos lugares, también confluyen, inevitablemente, personas de Haití, quienes han ido acomodándose en la ciudad principalmente desde la reapertura de las fronteras a inicios de 2021. Así como las personas migrantes transcontinentales, las haitianas han sido forzadas a esperar. Ante el establecimiento de redes sociofamiliares y la diversificación de actividades de venta en el comercio callejero, algunas familias haitianas se asentaron y generaron un nuevo polo diaspórico en México, una nueva baz (Cotinguiba, 2019). En efecto, los haitianos actúan como intermediarios para la instalación temporal de otros grupos migrantes, incluyendo a los transcontinentales. Lo hacen a través de los productos que comercializan (cosméticos, frutas y verduras, accesorios para celulares) y de los espacios que ocupan en el centro.

Otro de los lugares frecuentados tanto por asiáticos como por africanos son los restaurantes chinos dispersos en el centro o los puestos de comida china al interior de los mercados. La comida china es tradicional en Tapachula, curiosamente reconocida en determinados círculos como la «comida típica» de la ciudad. En ellos se alimentan a diario personas de orígenes tan diversos como Pakistán y Somalia, Ghana y Bangladesh. Uno de nuestros interlocutores originario de Ghana, por ejemplo, nos reveló que están más habituados al arroz frito, verduras y pollo utilizados en la culinaria china local, en contraste con la cocina mexicana, en la cual, aparte, se acostumbran porciones demasiado pequeñas, según nos comentó otro interlocutor pakistaní. De hecho, además de que los platos en los restaurantes chinos son bien servidos, los precios son accesibles.

A reserva de que renten casas o departamentos para el núcleo familiar o de manera compartida con otros migrantes connacionales, nuestros interlocutores se hospedaban en los hoteles ubicados en el centro de Tapachula, donde descansaban física y mentalmente después de periplos extendidos y arriesgados. Bajo la sombra de una alta bananera que crecía en el patio de una edificación colonial, o en el fresco pasillo en la entrada de uno de los hoteles observados, solían sentarse los hombres del grupo asiático con el que convivimos, compuesto por pakistaníes y bengalíes.

Dados los registros etnográficos que pudimos realizar, quisiéramos destacar otros tres lugares: Ghana House, la Oficina de Regulación del INM y las agencias de remesas internacionales.

Ghana House

Del conjunto de nuestros interlocutores, 70% provienen de países o regiones de África y Asia en las que el Islam es la religión predominante o una de las más relevantes. Este es el caso de personas provenientes de Pakistán y Bangladesh en Asia y Guinea Conakry, Senegal, Sierra Leona y Somalia en África, donde la mayoría de la población es musulmana, y de Ghana y Togo, donde el Islam tiene un porcentaje significativo de practicantes. En Tapachula, esas personas y familias que pasaron de migrantes en tránsito a migrantes en espera acudían a un lugar para realizar el Salat, los cinco rezos diarios del Islam. Informalmente conocido como Ghana House, es cercano al eje central de hoteles en los que se hospedan.

Su construcción inició en 2018, dada la necesidad de un espacio religioso para personas musulmanas. Ghana House está armada sobre un terreno privado. Comprende una mezquita y diez cuartos de huéspedes. Según Silvia, la gestora del lugar en ese entonces, la mayoría de los huéspedes provienen de Ghana, de ahí su nombre. No así la mezquita, que recibe personas de varias regiones y países del África subsahariana y saheliana, eventualmente de Pakistán, Bangladesh e India. La mezquita posee un muro de cerca de un metro de altura que la separa del resto del terreno y de la sección de los cuartos. Para amenizar la sensación de calor de las personas practicantes, se construyó un techo tapizado con yeso del que cuelgan un par de ventiladores (fotografía 3).

La construcción y remodelación de la mezquita incluyó la instalación de una fuente de agua sobre el terreno y un sistema de cubetas para realizar la ablución, que implica lavarse los pies, las manos y brazos y el rostro antes de ingresar a la mezquita. Con esto, se limpian física y espiritualmente para los rezos del Salat (fotografía 4), siempre direccionados hacia La Meca. En uno de los costados de la mezquita se encontraba una cocina con estufa, mesa y sillas donde solían preparar su comida, pero durante nuestras visitas este espacio no estaba en uso.

Fotografía 3. Mezquita en Ghana House con habitaciones al fondo, Tapachula, marzo de 2022

Fuente: archivo del proyecto.

Fotografía 4. Horarios y rezos del Salat (Isha’a, Maghrib, Asr, Dhuhr y Fajr), Ghana House, Tapachula, marzo de 2022

 Fuente: archivo del proyecto.

En ese lugar pueden alabar a Allah, además de hospedarse. Dado el vaivén de personas a lo largo del día, el lugar se ha convertido en un centro de encuentros entre migrantes transcontinentales, en gran parte varones africanos subsaharianos. Allá, solíamos encontrarnos con personas que habíamos conocido en las calles y filas en torno a la oficina del INM de la colonia Las Vegas, al sur de la ciudad. En Ghana House se sentían como en casa. Se les veía sueltos, hablando en sus propios idiomas regionales como el hausa o el fula, eventualmente en francés o inglés. Ghana House es un lugar seguro y estratégico, donde intercambiaban experiencias de tránsito y se actualizaban sobre los procedimientos burocráticos y la ubicación siempre cambiante de las oficinas del INM, de la COMAR o del ACNUR a las que debían atender para recibir atención, iniciar o dar seguimiento a los trámites migratorios y de refugio en México.

En la tarde de un jueves, luego de haber visitado inicialmente el terreno un par de veces, conocimos a Sidiq, un joven veinteañero originario de los barrios periféricos de Accra, capital de Ghana. Él, sin embargo, no venía de su país, mucho menos del continente africano. Había trabajado en la industria de carne halal[3] en el estado de Santa Catarina, región sur de Brasil. Decidió dejar el país sudamericano por motivos económicos, en especial por las dificultades para enviar remesas a su familia en Ghana. Sidiq venía con un grupo de personas desde Sudamérica, conformado por otros cuatro jóvenes ghaneses, todos con experiencia previa en el sur de Brasil, y una mujer bengalí que venía de Argentina.

Pasado menos de una semana de haberlo conocido, todos los seis fueron invitados a ocupar una habitación en un céntrico hotel de Tapachula, cuya renta mensual es de US$600, luego de que otra persona ghanesa la dejara vacía. Sidiq y sus compañeros de viaje tenían las FMM expedidas por el INM que daban derecho a permanecer en México por 180 días, una suerte de documento ad hoc que, al igual que la Tarjeta de Visitante por Razones Humanitarias (TVRH), permite el tránsito regularizado hacia el norte de México. Al final, a causa de la misma dinámica de apoyo mutuo, uno de ellos logró financiar los boletos de autobús de todos los demás a Monterrey.

Haber llegado a Ghana House es por sí solo resultado de los recursos que le brindó la red de contactos de migrantes ghaneses. Además, ser musulmán y haberse hospedado en el lugar, le permitía a Sidiq estar en contacto cuasi permanente con otros migrantes o grupos de migrantes en espera. Sidiq habla inglés, twi y hausa. El twi tiene más de 15 millones de hablantes en Ghana, mientras el hausa es un idioma regional que abarca desde regiones de Ghana a partes de Camerún. En su grupo, él era el único en condiciones de alternar entre los tres idiomas, ya que no todos los ghaneses hablaban ni entendían hausa.

Sidiq fungía de cierta manera como un traductor y agenciador entre su grupo y los grupos de jóvenes anglófonos para informarse o incluso orientar a otras personas. Él mismo armaba esas redes de apoyo y ayudaba a otros jóvenes en el camino al explicarles el paso a paso de los trámites migratorios y de refugio en México, o simplemente ofrecer compañía, compartir protección y cuidados durante el viaje.

Para Sidiq y su grupo en espera, Ghana House era un lugar para el sostenimiento de la espera en la ciudad construido desde abajo en el sentido de Agnew, Pringle y Shelley (2003). Alude también a una infraestructura de movilidad (Jung y Buhr, 2021) con lógicas similares a las que detecta Fernandes (2023) en ciertos espacios de migrantes africanos en la ciudad de São Paulo, Brasil, o a los hogares divididos por nacionalidades (casa de Mali, casa de Senegal, etcétera) que son ocupados por migrantes africanos en tránsito por el desierto del Sahara hacia Europa, revelados por el relato de Mahmud Traoré, en Traoré y Le Dantec (2014).

Agencias de remesas internacionales

En los últimos días de la estancia de campo en Tapachula, conocimos a Abdul. Él es originario de Freetown, Sierra Leona, en el occidente de África. Estaba hospedado en Ghana House hacía un par de días. Abdul tiene 38 años y tampoco partió del continente africano. Él también venía de vivir en Brasil por cinco años, en São Paulo más precisamente, donde se casó con una ciudadana brasileña y se desempeñaba como confitero. Estuvo en Tapachula poco más de un mes. Dada la suspensión de la atención de la Oficina del INM, Abdul consiguió la visa humanitaria no en Tapachula, sino en Talismán, en la frontera México-Guatemala.

Él llegó a México sin dinero y requería apoyo para cualquier nuevo tránsito o eventual gestión. Por lo anterior, en sus primeros días en Tapachula se alimentaba con galletas y leche. En el tránsito desde Sudamérica, Abdul llegó a recibir pequeños giros internacionales desde Freetown y desde São Paulo de parte de parientes y amigos. Esos envíos de dinero le permitieron avanzar en su camino, especialmente luego de que fuera asaltado en el Darién.

Un día después de conocer a Abdul fuimos a una sucursal de Coppel para ayudarle a recibir un giro internacional. De esta manera, buscábamos retribuirle su tiempo y sus relatos. Nos percatamos de que desde tres horas antes, las personas se forman en una fila para recibir las fichas numeradas que la agencia distribuye a partir de las 9:00 am. Recién llegado, Abdul no lo sabía, nosotras tampoco. Así que lo intentamos en otra sucursal de Coppel y luego en Banco Azteca. En ambas, fuimos informadas de que no hay convenios con países africanos y que, por lo tanto, no sería posible recibir remesas desde localidades de África, como sí lo hizo Abdul estando en tránsito por Colombia y Costa Rica. Al final, él encontró otra estrategia para recibir el dinero: contactó a alguien en São Paulo que pudo recibir el monto enviado desde Freetown y luego reenviarlo a Tapachula.

Abdul habla seis idiomas diferentes: inglés, portugués, fula, krió, mendé y temné. Mientras el fula es un idioma regional importante que le permite comunicarse con migrantes de Camerún, Guinea Conakry, Mali, Mauritania y Senegal (todos son países de origen registrados en campo), los tres últimos son idiomas sierraleoneses. A diferencia de Sidiq, Abdul no había conformado o hecho parte de un grupo en tránsito, pero estaba en condiciones de movilizar una red migratoria dispersa entre continentes.

El seguimiento que hemos dado a las personas y familias africanas nos revela que los casos en que las remesas económicas parten de las localidades de origen son mínimos, pero existen. Es decir, no todos los giros internacionales provienen de parientes o amigos en EE.UU., o Canadá. De ahí que gestionar los miembros de la red en diferentes espacios y husos horarios para que el envío y la recepción de las remesas llegaran a buen puerto, exigía de Abdul diligencias constantes y una experiencia de espera activa y expectante (Khosravi, 2021), especialmente si tomamos en cuenta que su smartphone había sido robado y la emergencia en cubrir las necesidades básicas como hospedaje y alimentación. Sufría de insomnio, según nos comentó un par de veces.

Otro de los jóvenes con el que convivimos a lo largo de nuestra estancia de campo fue Sam, un joven bengalí nacido y crecido en Daca. Él venía de un periplo hiper-extendido en compañía de su amigo Rubel.  En 2018, volaron de Daca a Mumbai, India, y de ahí a Conakry, capital de Guinea, en el occidente de África. Se asentaron por ocho meses porque tenían planes de alcanzar el continente europeo. Por esto, llegaron a desplazarse por Senegal, Gambia y luego Mali. Sin éxito al cruzar el Sahara, dados los riesgos implicados y el control migratorio europeo externalizado (Hess y Kasparek, 2017), realizaron juntos un desvío de ruta transcontinental. Volaron a Sudáfrica, desde donde tomaron un vuelo a Sudamérica y terminaron asentándose en Asunción, Paraguay. Desde el país conosureño, pensaban conseguir una visa estadounidense, pero fueron forzados a esperar otros dos años para que el consulado de Estados Unidos volviera a abrir sus puertas después de la pandemia por la COVID-19.

Cuando por fin la solicitud de visa fue rechazada, Sam partió con Rubel y juntos cruzaron por la vía terrestre muchas de las fronteras sur y centroamericanas. Por miedo de que lo deportaran, antes de llegar a México tiró su pasaporte en la frontera con Guatemala. Después de diez días detenido en la estación migratoria Siglo XXI y alrededor de un mes en Tapachula, obtuvo la FMM emitida por el INM para llegar a la frontera con Estados Unidos, donde Sam y Rubel solicitarían asilo por persecución política.

Ellos sólo esperaban un giro internacional para pagar los boletos de autobús hacia el norte de México y al coyote que los ayudaría a cruzar la frontera. En otra ocasión, Sam pudo hacer el retiro con la ayuda de una persona cubana. En el momento que los conocimos nos dispusimos nosotras a apoyarles. Dado el límite de mil dólares impuesto por el banco para cada giro, fuimos obligadas a realizar dos operaciones. Al llegar a la ventanilla, Sam se dio cuenta de que su padre, el remitente, no había colocado nuestros nombres y apellidos en el orden correcto.

Las agencias de envío y recepción de remesas internacionales son lugares recurrentes para las personas migrantes en espera. En Tapachula, se trata de tiendas departamentales o bancos que prestan servicios como intermediarias de Western Union o Moneygram. Están ubicadas en el entorno del Parque Miguel Hidalgo y durante su horario de apertura, se puede observar el vaivén de personas mexicanas y de otras nacionalidades. Ante la frecuencia con la que se presentan dificultades para que las personas migrantes reciban su transferencia, ya sea por la falta de algún dato, una confusión respecto a los documentos necesarios o a los nombres, las fallas en el sistema informático o la simple negligencia de los empleados, los tiempos se extienden.

Con lo anterior, se extiende también el clima de angustia y tensión, dada la alta probabilidad de tener que formarse repetidas veces. Esa y las demás agencias de remesas son lugares de bancarización de migrantes en tránsito a través de los cuales se sostienen mientras esperan en Tapachula, pero donde no pueden comunicarse con las lenguas habladas o aprendidas en el camino como lo hacen en Ghana House, ni siquiera el inglés. La comunicación con los empleados de las agencias tiene que darse en español. Eso hace que las instrucciones y logística para recibir apoyos económicos sean aún más engorrosas.

Al final, Sam pudo recibir el monto. Lo había enviado su padre, un exmilitar bengalí. Además del apoyo familiar desde la localidad de origen, él recibía remesas desde Paraguay de parte de amigos. De la misma forma como Abdul, Sam contaba con una red migratoria que se amplió durante su periplo transcontinental. En cada nuevo giro internacional, la espera se llenaba de agencia y los tiempos de espera se aceleraban y contrastaban con los periodos de aburrimiento en los que el tiempo pareciera estancarse. En efecto, la espera no sólo es vivenciada según los recursos y los marcadores de diferencia corporizados, sino que contiene diferentes temporalidades.

Oficina de Regulación del INM, colonia Las Vegas

A partir de 2019, cuando la contención temporal pasó a formar parte explícitamente de las prácticas del Estado mexicano en su frontera sur (Miranda, 2023), las personas y familias migrantes centroamericanas, caribeñas, sudamericanas y transcontinentales han sido forzadas a hacer filas o a armar campamentos improvisados enfrente de las instalaciones cambiantes del INM y de la COMAR. Durante el verano de 2019, el lugar por excelencia para esperar por la documentación migratoria fue la Estación Migratoria Siglo XXI, a 8 kilómetros del centro de Tapachula.[4] En el último trimestre de 2021, ese lugar fue el Estadio Olímpico de la ciudad (Olivares Alonso, 2021). A lo largo de 2022, fue el turno de la Oficina de Regulación del INM, en la colonia Las Vegas, ubicada al sur de la ciudad. En efecto, el cambio de lugares de espera por la documentación expone públicamente a las poblaciones migrantes y altera la dinámica de ocupación espacial en la ciudad.

Sobre las calles que dan a las dos entradas de la Oficina de Las Vegas, centenas de personas y familias migrantes, muchas de ellas con niños, niñas y adolescentes, pasaban el día formadas en enormes filas bajo el sol (fotografía 5). Conforme adentrábamos las calles, en especial la calle Migración, más personas se encontraban formadas, apoyadas en bardas mal dispuestas por los agentes del INM y militares de la Guardia Nacional, o entonces inclinadas en los murales patrocinados por el ACNUR que le dan color a esa calle. Los murales con mensajes de optimismo y dignidad contrastaban con la realidad de las personas y familias en el lugar, apenas teniendo la posibilidad de protegerse del sol con un cartón, sin acceso a instalaciones sanitarias o agua corriente proporcionada por el INM.

Fotografía 5. Filas de migrantes africanos (en primer plano), haitianos (al fondo a la izquierda) y latinoamericanos (a la derecha) en calle Migración, Oficina del INM Las Vegas, Tapachula, marzo de 2022

Fuente: archivo del proyecto.

Frente a las pinturas de niños y niñas exigiendo su derecho a estar protegidos, los niños y niñas de carne y hueso, acompañados por sus familiares, llegaban incluso a pernoctar a cielo abierto. Se acostaban sobre cartones, al lado de vasos de unicel y botellas plásticas acumuladas durante todo el día, transformando el lugar impuesto por el Estado como un lugar de desechos y desechado (fotografía 6).

Fotografía 6. Calle Migración por la noche, Oficina del INM Las Vegas, Tapachula, marzo de 2022

Fuente: archivo del proyecto.

En cuanto un agente del INM ponía un pie fuera del portón, una multitud de personas reaccionaba de inmediato, rodeándolo y bombardeándolo de preguntas respecto a la situación de sus trámites. Efectivamente, mantener a las personas solicitantes en incertidumbre es parte de la estrategia de control y disciplinamiento. Este también es un lugar del cual se apropian distintos grupos migrantes que se organizan por nacionalidad o por región de origen para realizar protestas, por ejemplo, cortes de ruta u ocupaciones de las instalaciones de la Oficina, como la sucedida durante nuestra estancia de campo (Sinembargo, 2022).

Una semana antes de nuestra llegada, un grupo de migrantes africanos se enfrentó con militares de la Guardia Nacional precisamente en esas calles (Infobae, 2022). Observamos una dinámica tensa y conflictiva entre las autoridades estatales (agentes migratorios y militares) y las personas migrantes, que suele ser perturbada por distintas expresiones de lucha migrante (Varela, 2015). Las filas largas y tardadas son justamente una de las formas de organización y producción estatal y gubernamental de la espera. Ante tal situación, las personas formadas día y noche desarrollaron sus propios mecanismos de organización. Nos percatamos que llegaban incluso a orientar las mismas autoridades migratorias y agentes de la Guardia Nacional para que el proceso de obtención de documentos migratorios fuera más ágil.

No siempre hay coincidencia entre los idiomas hablados entre los propios migrantes. En este caso, se apoyan en el portugués, que se ha convertido en una suerte de lengua franca. Entre los registros del proyecto relativos a las personas con experiencia previa en Sudamérica, 35% de ellas había tenido experiencia previa en Brasil (11 de 31 personas). Este hallazgo podrá tener que ver con la misma forma de abordaje y la facilidad para emplear el portugués durante el trabajo de campo, pero, de todas formas, las trayectorias de movilidad con asentamiento previo en Brasil son recurrentes.

Éste es el caso de Roman. Él es originario de Punyab, la provincia más poblada de Pakistán, limítrofe con India. Licenciado en periodismo, Roman había vivido cinco años en São Paulo, donde administraba un negocio de venta de ropa femenina en el barrio del Brás, un conocido polo nacional de la industria de confecciones. Fue asaltado un par de veces y decidió partir hacia Estados Unidos en búsqueda de una mejor vida. Lo hizo con otros varones paquistaníes y con un grupo de jóvenes bengalíes asimismo asentados previamente en la metrópoli brasileña. Roman es también un facilitador de la comunicación en el grupo. Por medio del urdu, un idioma cercano al hindi, se comunicaba con los bengalíes. Con sus compañeros de Pakistán hablaba punyabí y utilizaba el inglés y el portugués para interactuar con grupos de migrantes africanos, con las personas que habían vivido en Brasil y con nosotras.

En la calle Migración, al acompañarlo en una de las madrugadas que pernoctaron en las afueras de la Oficina del INM, participamos en una conversación entre Roman y un joven venezolano que se daba en portugués. El joven igualmente había vivido en la ciudad de São Paulo. Intercambiaban sus impresiones sobre la lentitud de los trámites y sus porqués, eventualmente comparando la experiencia en México con la que tuvieron en Brasil. Desde luego, nuestra presencia e interacción con Roman fue esencial para que ellos establecieran contacto.

Pasados unos días, durante el acto en el que los agentes del INM devolvieron los pasaportes con los documentos para el tránsito por México a las personas migrantes en la misma calle, registramos otro uso del portugués. Conforme se anunciaban los nombres y las nacionalidades de los pasaportes, pudimos apuntar 17 diferentes países africanos.[5] En ese momento, presenciamos fuertes discusiones entre jóvenes africanos, dado que algunos de ellos no habían obtenido sus documentos de vuelta y tendrían que esperar algunos días más.  El idioma usado en esos ríspidos diálogos fue el portugués. Es un indicio más de la movilización de recursos a partir de un marcador social no originario, sino aprehendido durante la misma trayectoria migratoria.

Conclusiones

Arrojar luz sobre la cotidianeidad de personas de África y Asia en un importante espacio fronterizo al sur de México es también dar a conocer a esas mismas personas, con la diversidad lingüística, religiosa y racial que ellas instalan en los diferentes lugares donde se asientan antes de seguir su tránsito hacia el Norte Global. En este texto, hemos analizado las maneras cómo la movilización de los marcadores sociales de diferencia y de diferentes recursos individuales y colectivos les permiten sostenerse y disminuir los tiempos de espera.

Para realizar los registros etnográficos que aquí fueron examinados, tuvimos que esperar con ellos, es decir, coesperamos. Al hacerlo, les acompañamos durante varias horas y a lo largo de varios días en largas filas en diferentes partes de la ciudad de Tapachula, bajo el calor de los días de marzo, en el silencio de las madrugadas o bajo el aire acondicionado de una agencia bancaria. Atendimos pues al llamado de Vidal, Musset y Vidal (2011) para quienes la “etnografía de la espera” también coloca al investigador/a en situación de espera.

Desde luego, el espacio fronterizo de espera al sur de México es producto de las prácticas de poder soberano del Estado y de los actores locales y globales de la gobernanza migratoria. Eso significa que las jerarquías y las relaciones de poder son constitutivas del espacio y de los lugares analizados. Sin embargo, quisimos destacar en este texto la participación de las personas migrantes en tránsito en la reproducción de ese espacio, ya sea por medio del cambio, la apropiación o incluso desechando lugares.

Describimos parte de Ghana House, un lugar esencial para que migrantes musulmanes puedan retomar la rutina religiosa y recalibrar su espiritualidad después de varias semanas o meses en tránsito por diferentes países y fronteras. Se trata de un lugar para el sostenimiento de la espera que ha sido modificado según sus necesidades. Asimismo, consideramos las agencias de remesas internacionales como lugares centrales para la reproducción de sus vidas en espera.

Por último, etnografiamos el lugar por excelencia que el Estado mexicano ha elegido para disponer del tiempo de vida de centenas de individuos y familias migrantes durante varios meses de 2022: la Oficina de Regulación del Instituto Nacional de Migración. Al contrario de Ghana House, donde las reglas de convivencia no les son ajenas, tanto en las agencias bancarias como en la Oficina del INM, el control de sus tiempos, planes y proyectos se les escurre de las manos. En esos tres lugares y en los demás que conforman el espacio más amplio de espera fronteriza, poder accionar redes migratorias transcontinentales, conformar grupos de confianza con los cuales transitar por México o utilizar lenguas francas, impactan directamente en las experiencias mismas de espera.

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[1] En original: “place allows for the truly human use of space. If space is the ‘top-down’ impact of institutional schemes of spatial organization and representation, then place is the ‘bottom-up’ representation of the actions of ordinary people (Agnew et al., 2003, p. 613)”.

[2] En original: “busca uma interpretação atenta às especificidades contextuais e processuais, observando os espaços possíveis da agência, da resistência e pontos de fuga (Hirano, 2019, p. 38)”.

[3] La palabra árabe halal refiere a prácticas, cosas o alimentos que están permitidos por el Islam. Aplicado a la carne, halal garantiza que la matanza de los animales (como el pollo, la res y el borrego) se dé bajo normas específicas supervisadas por personas musulmanas.

[4] Al respecto véase la serie de reportajes realizados por Alberto Pradilla durante el verano de 2019 en:  https://www.animalpolitico.com/.

[5] En orden numérico: Angola, Ghana, Senegal, Guinea Conakry, Nigeria, Burkina Faso, Camerún, Mali, Mauritania, República Democrática del Congo, Somalia, Chad, Etiopía, Kenia, Sierra Leona, Togo y Guinea-Bissau. Entre los 17 países africanos, nueve de ellos corresponden a los orígenes de nuestros interlocutores.


  1. Este artículo es producto del proyecto “Migrantes/solicitantes de asilo transcontinentales y la conformación de un espacio fronterizo de espera en México”, aprobado en el marco de la Convocatoria 2022 del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT-DGAPA/UNAM).

  2. Brasileño. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México. Actualmente adscrito al Instituto de Investigaciones Sociales en la misma casa de estudios (IIS-UNAM). Líneas de investigación: migraciones y movilidades, temporalidades migratorias y procesos fronterizos. Contacto: brunofemiranda@sociales.unam.mx.

  3. Alemana-mexicana. Estudiante de la Licenciatura en Antropología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México. Líneas de investigación: transnacionalismo migratorio y género. Contacto: janas.sosa@politicas.unam.mx.

  4. Mexicana. Estudiante de la Licenciatura en Sociología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), México. Líneas de investigación: desigualdad y espacio urbano.  Contacto: daniela_fernandez@politicas.unam.mx.