Segunda época, número 17, enero-junio 2024, pp. 163-166.
Fecha de recepción: 16 de febrero de 2024.
Fecha de aceptación: 25 de junio de 2024.
Autor: Pablo Caraballo.1
Khosravi, Shahram. (2021). Yo soy frontera. Autoetnografía de un viajero ilegal (Laura Escorihuela, Trad.). Barcelona. Virus. 256 págs. ISBN: 978-84-17870-08-9.
Shahram Khosravi es un antropólogo de origen iraní que trabaja como profesor e investigador en la Universidad de Estocolmo. Khosravi llegó a Suecia en 1988, huyendo de la guerra en su país, experiencia que le sirve al autor de punto de partida para introducirnos, a lo largo de las páginas de Yo soy frontera. Autoetnografía de un viajero ilegal, al periplo que lo convertiría en un “viajero indocumentado”. Publicado en inglés en 2010, y traducido al español en 2021, el libro es, pues, mucho más que una investigación acerca de la migración irregularizada y los continuos procesos de fronterización que marcan los cuerpos con divisiones, distinciones y jerarquías. Ofrece, en cambio, una colección de relatos que se cruzan con el trayecto del propio Khosravi, permitiéndonos conocer esos procesos desde una perspectiva que raramente es accesible al quehacer académico y etnográfico. Así, desde los primeros capítulos, Yo soy frontera propone una mirada intima al destierro y la migración que, no obstante, trasciende al yo ensimismado, articulando la dimensión experiencial con la discusión teórica y con una labor investigativa de largo aliento que destaca más aún en los últimos capítulos del libro.
En este sentido, uno de los principales aciertos de la obra de Khosravi es su abordaje metodológico. Presentado, desde el título, como una autoetnografía, el libro no pormenoriza en las implicaciones de esta aproximación. Pese a ello, a través de un meticuloso ejercicio de ilación propone en la práctica ciertos parámetros que resultan de suma pertinencia analítica y utilidad epistemológica. Khosravi acude a su memoria para conducir un relato lineal que en ningún momento rehúye de la problematización teórica, destacando desde el inicio que Yo soy frontera no es una autobiografía sino una “etnografía de las fronteras” que atraviesa su propia historia de vida (p. 43). Esto le permite dar cuenta de lo emocional sin dejar de lado el contexto histórico en el que se produce y modela su experiencia, posibilitando un movimiento pendular entre el sujeto y las estructuras que lo habilitan.
Con ello, el autor trasciende la evocación individualista, defendida por algunos como rasgo definitorio y suficiente de la autoetnografía (por ejemplo, Ellis, Adams y Bochner, 2019; Ellis y Bochner, 2006; Blanco, 2012). Y, sin dejar de apelar a un “pensamiento poético” (p. 44), problematiza lo vivido (por él y por otros) a la luz de conceptos extrapolables a otros contextos. De este modo, aunque cita a algunas de las principales referencias de la autoetnografía denominada “evocativa”, Khosravi se distancia, a mi parecer, de autores que defienden la validez del método autoetnográfico sobre la base de una práctica experimental orientada a la reconstrucción de relatos autobiográficos, estéticamente meritorios, capaces de generar empatía y conexión con las personas que los leen, descuidando la pertinencia de aquello estudiado y la construcción de teoría (para una crítica al respecto, véase Anderson,2006; Walford, 2004).
Así pues, Yo soy frontera no se agota en la crónica de viaje o en la evocación terapéutica. Por el contrario, parte de discusiones necesarias que permiten un acercamiento crítico a los procesos migratorios y de fronterización que permean nuestra actualidad. Desde el primer capítulo, el autor cuestiona la esencialización de la categoría de migrante, problematizando asimismo la distinción tajante entre migración proactiva y reactiva, o voluntaria y forzada. Frente a esto, propone pensar la migración como un proceso siempre movilizado por el deseo y la voluntad. El rechazo al puro victimismo es, no obstante, enfrentado por la deriva que adentra al joven Khosravi en las categorías institucionalizadas que lo convierten en “refugiado”. El cruce entre su experiencia y el relato de otros viajeros, lo llevan a aproximarse entonces a la formación del refugiado como un sujeto forzado a traducir su experiencia al discurso legal occidental y a los términos de autenticidad que imponen las agencias internacionales. Términos que dependen de indicadores de plausibilidad y verisimilitud altamente volátiles y arbitrarios como son, por ejemplo, los contornos impuestos por los relatos de “los que llegaron primero” (p. 83).
De este modo, los esquemas institucionales que operan como filtros de acceso a un estatus de regularidad, no sólo suponen la subordinación de los sujetos al régimen global de fronteras (Mezzadra y Neilson, 2017; Cordero, Mezzadra y Varela, 2019), sino una suerte de homogeneización que reafirma un perfil preestablecido y las fronteras civilizatorias que separan sus países de origen, del mundo occidental que les ofrece un refugio condicionado. La necesidad de adecuar sus relatos a ciertas expectativas de credibilidad impone sobre la memoria unos criterios de atención (lo que hay que recordar y lo que no) que terminan aplanando las experiencias y uniformando los cuerpos. Así, junto a la traducción discursiva, este orden de cosas demanda del refugiado una performática que haga evidente su condición de víctima. Khosravi usa el concepto de “refugiosidad” para nombrar la incorporación de códigos que, tras un discurso humanitarista, reproduce formas de jerarquización y racialización que naturalizan las fronteras llamándolas a encarnarse en los sujetos. La “refugiosidad” aparece entonces, no como una identidad ni como una estatus previo y esencial, sino como un dispositivo de poder, en el sentido foucaultiano. Un recurso habilitante a la vez que una marca de vergüenza interiorizada, resultado del reconocimiento de la “carencia de documentos” como una “deficiencia e insuficiencia personal” (p. 128).
Desde esta perspectiva, Yo soy frontera no aboga por un voluntarismo reduccionista. Pues, como vemos, si migrar es siempre una decisión, la experiencia de migrar es modelada por condiciones que exceden al sujeto. Por ejemplo, el capital económico aparece en el relato de Khosravi como un factor determinante de un destino no necesariamente elegido. El autor señala que, en su caso, sabía poco sobre Suecia cuando optó por ese país como final de su trayecto. La “elección” estuvo mediada por el monto que exigía su “traficante” para trasladarlo; un monto menor al de otros destinos, como Canadá. Esa diferencia dineraria modelaría no sólo su itinerario, sino su trayectoria vital posterior. Al mismo tiempo, la anécdota nos habla del “costo” diferencial que implica acceder a los países ricos que se presentan como destinos de apertura humanitaria para refugiados. Este costo diferencial, que opera en la clandestinidad del tránsito irregularizado y es designado por los traficantes, depende del proceso de apertura y cierre de las fronteras que conforman un régimen, no tanto de contención, como de filtración y gestión de la movilidad del sur hacia el norte global.
En este contexto, Khosravi nos invita a pensar la migración como un proceso intersectado por jerarquías de clase, género, “raza” y movilidad. En el cruce de esas jerarquías, las fronteras se imprimen en el cuerpo de quienes las transgreden. Como quizá uno de los ejemplos más extremos, la violación aparece como un “arancel fronterizo” (p. 91) en el que el castigo da paso a una suerte de prebenda cobrada por los salvaguardas de las fronteras. La persistencia de éstas, más allá de los límites territoriales de la nación, se puede entender entonces a partir de las marcas que, a modo de trauma, permanecen en el cuerpo, así como a partir de las “diferencias” que pasan a ser reconocidas, en el proceso de cruzarlas, como objeto de exclusión y racialización. Dicha persistencia configura lo que Khosravi llama una “frontera invisible” que, con mayor o menor violencia, tiene por función devolver al migrante a su lugar. De ello da cuenta su propia historia, al haber sido blanco de un intento de homicidio en Estocolmo, a manos de un supremacista que lo identificó a la distancia como inmigrante. La excepcionalidad que evoca el hecho de que este último fuese designado a posteriori como asesino serial, contrasta, no obstante, con la naturalidad con la que Khosravi relata haber sido tomado por la policía como merecedor del ataque, cuando éste ocurrió.
Yo soy frontera nos permite, en suma, conocer desde adentro la experiencia de irregularización y criminalización de Khosravi a través de descripciones profusas y cercanas, y una narrativa coral que encuentra, por fuera del yo, las conexiones que le permiten al autor construir teoría y tender puentes con las discusiones más recientes en el campo de los estudios críticos de las migraciones. Desde el sentimiento de permanente transitoriedad que conlleva el exilio (p. 138) y la subordinación que impone una extranjeridad racializada, hasta reflexiones sobre el sentido de la migración y su fuerza incontenible en boca de los traficantes que se cruzan en su camino, el libro nos lleva por parajes distantes y ajenos que, aun así, se sienten cercanos. Y esto es así no sólo por la empatía que despierta el estilo narrativo de Khosravi y su aproximación autoetnográfica, sino porque logra adentrarse con fineza analítica y meticulosidad en las lógicas globalizadas de producción y naturalización de las fronteras y en los mecanismos cotidianos que estructuran la experiencia de quienes las traspasan y, aún de maneras ambivalentes, se resisten ante ellas.
Referencias bibliográficas
- Anderson, L. (2006). “Analytic Autoethnography”. Journal of Contemporary Ethnography. Vol. 35. Núm. 4. pp. 373-395. DOI: https://doi.org/10.1177/0891241605280449.
- Blanco, M. (2012). “¿Autobiografía o autoetnografía?”. Desacatos. Núm. 38. pp. 169-178. DOI: https://doi.org/10.29340/38.278.
- Cordero, B., Mezzadra, S., y Varela, A. (Coord.) (2019). América Latina en movimiento. Migraciones, límites a la movilidad y sus desbordamientos. Ciudad de México/Madrid: UACM/Traficantes de sueños/Tinta Limón.
- Ellis, C., Adams, T., y Bochner, A. (2019). “Una historia resumida de la metodología”. En S. Bénard Calva (Comp.). Autoetnografía. Una metodología cualitativa. San Luis Potosí: UAA-COLSAN. pp. 15-41.
- Ellis, C., y Bochner, A. (2006). “Analyzing Analytic. AutoethnographyAn Autopsy”. Journal of Contemporary Ethnography. Vol. 35. Núm. 4. pp. 429-449. DOI: https://doi.org/10.1177/0891241606286979.
- Mezzadra, S., y Neilson, B. (2017). La frontera como método o la multiplicación del trabajo. Madrid: Traficantes de Sueños.
- Walford, G. (2004). “Finding the limits: autoethnography and being an Oxford University Proctor”. Qualitative Research. Vol. 4. Núm. 3. pp. 403-417. DOI: https://doi.org/10.1177/1468794104047238.
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Venezolano. Doctor en Sociología por el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Velez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (ICSyH-BUAP), México. Líneas de investigación: migración, dinámicas de fronterización y racialización y corporalidades. Contacto: pacaraballoc@gmail.com.