Segunda época, número 15, enero-junio 2023, pp. 19-40.
Fecha de recepción: 12 de agosto de 2022.
Fecha de aceptación: 20 de abril de 2023.
Autor: Yerko Castro Neira.1
Resumen
En este trabajo se analizan algunos desafíos epistemológicos fundamentales que debe enfrentar la investigación de campo con migrantes en la actualidad, en especial aquélla que se desarrolla considerando las múltiples violencias que se presentan. Para lograr esto, utilizo información proveniente de mis investigaciones en la frontera norte de México y en particular en la ciudad de Tijuana. En el artículo primero se revisan tres aspectos clave del contexto violento que define las migraciones: la militarización del control migratorio, las cuestiones raciales y las violencias legales. Luego de esto, el artículo se detiene a analizar la demanda de objetividad y neutralidad axiológica impuesta por corrientes dominantes de las ciencias sociales, la cual se confronta con perspectivas feministas y decoloniales que han trazado una discusión productiva sobre estos principios metodológicos. Finalmente, el trabajo reconoce que buscar la neutralidad en estas condiciones es muy difícil, pero eso no limita la aspiración por una investigación seria, objetiva y comprometida.
Palabras clave: neutralidad axiológica, objetividad, compromiso, etnografía y migración.
Axiological neutrality, objectivity and commitment in field research with migrants: critical notes for a discussion
Abstract
This paper analyzes some fundamental epistemological challenges that field research with migrants must face nowadays, especially that which is developed considering the multiple forms of violence that are present. To achieve this, I use information from my research in the northern border of Mexico and in particular in the city of Tijuana. The article first reviews three key aspects of the violent context that defines migration: the militarization of migration control, racial issues and legal violence. The article then analyzes the demand for objectivity and axiological neutrality imposed by dominant currents in the social sciences, which is confronted with feminist and decolonial perspectives that have traced a productive discussion on these methodological principles. Finally, the paper recognizes that seeking neutrality under these conditions is very difficult, but this does not limit the aspiration for serious, objective and committed research.
Keywords: axiological neutrality, objectivity, commitment, ethnography and migration.
Introducción
El 27 de junio de 2022 fue encontrado un remolque abandonado en el suroeste de San Antonio, Texas, con 51 migrantes muertos por asfixia en una época del año en que las temperaturas no bajan de 40 grados Celsius. “Esto es una terrible tragedia”, declaró el alcalde de San Antonio, Ron Nirenberg. El presidente Biden, en tanto, lo definió como un episodio “horroroso y doloroso”, agregando más tarde que sus “oraciones están con los familiares y víctimas de esta tragedia”. Aprovechando el momento y las circunstancias, el gobernador republicano de Texas y opositor al gobierno de Biden, Greg Abbott, declaró que “estos muertos son de Biden”, y, además, “son el resultado de su política mortal de fronteras abiertas”.[1]
Probablemente el gobernador de Texas no está familiarizado con la amplia y contundente literatura que ha demostrado justamente lo contrario, es decir, que son las políticas antiinmigrantes cada vez más restrictivas y duras, las que provocan el aumento de muertes en la frontera de México y Estados Unidos (Cornelius, 2001; Jiménez, 2009; Martínez, et.al., 2014; De León, 2015; Boyce, 2016; Chambers, 2020).
En un seminario reciente en el que participé, varios colegas que trabajan con migrantes mencionaban lo difícil que era recibir y procesar estas noticias donde personas asfixiadas pierden la vida en su intento desesperado por llegar a Estados Unidos.[2] Javier Romano, colega que presentó su trabajo en aquella ocasión, mencionó que al igual que en el caso de la muerte del ciudadano afroamericano George Floyd, a los investigadores nos costaba respirar.[3] Romano señaló que: “me quedo sin palabras ante lo que pasa […] me falta el aire. Hay una condición de asfixia permanente en la actualidad”.
En cierta forma me parece ésta una manera acertada para describir nuestra condición y situación como investigadores e investigadoras de las migraciones. Pasmados frente a la realidad que nos excede, no se trata ya sólo de que nos faltan los conceptos para nombrar y para narrar lo que ocurre, sino que también adolecemos de herramientas para enfrentar este desconcierto existencial. Nos cuesta respirar y estamos dominados por el pasmo. ¿Hacia dónde ir ahora? ¿Dónde encontrar mínimas seguridades teóricas y epistemológicas? ¿Cómo pasar del pasmo a la acción investigativa y colaborativa? Mientras pensamos esto, otras muertes y muchas injusticias se continúan produciendo diariamente en torno a las personas migrantes.
En efecto, para quienes trabajamos con personas migrantes, uno de los desafíos evidentes consiste en que estudiamos temas que comprometen la existencia misma de los actores que nos interesan. Ellos y ellas se mueven en el límite de las seguridades humanas y la regularidad cotidiana. Y por estas mismas razones se nos impone la necesidad de pensar los efectos políticos y teóricos de nuestro trabajo. Emerge entre quienes hacemos trabajo de campo, una especie de estado de emergencia etnográfica permanente. Se trata de aceptar el desafío que significa desarrollar estilos y procesos de investigación con temas sensibles a la experiencia humana y en los cuales podamos decir algo. Hacer algo. Encontrar un lugar desde el cual escribir sin que parezca un ejercicio excesivo dadas las condiciones de vida de muchas personas migrantes.
Todo esto es mucho más importante si consideramos, tal como lo ha reportado la literatura especializada sobre el tema, que las violencias se han incrementado para las personas migrantes y para quienes las acompañan y defienden (De Genova, 2010; Willers, 2016; Torre-Cantalapiedra, 2019, Castro Neira, 2019). Podría afirmar, en este sentido, que migración y violencia se han transformado en palabras necesariamente asociadas y combinadas en las experiencias de miles de migrantes por el mundo.
En efecto, se observan en las migraciones toda una variedad de formas de refugio y desplazamiento. Aumentan con ello los demandantes de asilo y personas perseguidas que huyen de violencias múltiples. Por una serie de factores que espero explicar en este trabajo, hoy en día las dimensiones violentas que acompañan los procesos migratorios se han vuelto centrales, constantes y duraderas en la experiencia de muchas personas y grupos en movimiento. Las violencias, en este sentido, son aspectos transversales que afectan los fenómenos migratorios en muchos lugares del mundo.
Por estas mismas razones, es difícil definir y distinguir claramente quién es una persona migrante y quién una persona en búsqueda de protección internacional. Los migrantes sufren violencias múltiples en sus países de origen, en el tránsito y cuando son detenidos por autoridades mexicanas o norteamericanas. Se suman a ellas, la precariedad económica que los empuja a salir y que ha llevado a algunos autores a definirlos como migrantes de sobrevivencia (Sandoval García, 2020). En este sentido, la mayor parte de las personas migrantes que vemos son el resultado de esa combinación de experiencias económicas y de situaciones violentas.
Por lo anterior, mi postura aquí es que son las propias condiciones violentas que caracterizan los contextos migratorios las que provocan que la mayor parte de las personas que emigran si no lo son desde su origen, se van transformando en refugiados de facto en el propio tránsito.
En efecto, desde el comienzo del siglo XXI, una buena parte de la explicación para entender esta situación de violencia generalizada se halla en el régimen fronterizo global que se ha creado en los últimos años (De Genova, 2010). Un régimen que consiste en la criminalización de migrantes, defensores y activistas (Rodier, 2012), la militarización de fronteras (Staudt et al., 2009) y la ilegalización de migrantes (Menjivar, 2011; Abrego et al., 2017). Estos son algunos de los aspectos que componen este orden global y que se encadenan para afectar la vida y los proyectos migratorios de miles de personas.
La situación compleja para las personas migrantes tampoco se resuelve del todo con la ayuda humanitaria, principalmente orquestada desde la sociedad civil y desde organizaciones eclesiales. Al contrario, en torno a las personas migrantes se ha formado un enorme dispositivo mundial que Michel Agier denomina “gobierno humanitario”, el cual se caracteriza por su profunda ambigüedad. Con ello, este investigador quiere subrayar la solidaridad orgánica que existe entre el mundo humanitario (la mano que cuida) y la instalación de un orden policial y militar (la mano que golpea), la cual dificulta aún más la situación para las personas migrantes (Agier, 2008).
Ahora bien, en este artículo parto de reconocer esta serie de situaciones que he estado señalando porque me interesa detenerme en los problemas relativos a los desafíos epistemológicos que conllevan los contextos violentos. Voy a sumarme, en este sentido, al conjunto de contribuciones que en el último tiempo han estado poniendo atención en las cuestiones metodológicas y epistemológicas en las investigaciones migratorias y sus violencias (Mezzadra y Neilson, 2016; Herrera Rosales, 2018; Sebastiani et al., 2020; Castro Neira y Blasquez, 2017). Para hacerlo, voy a discutir problemas clásicos de las Ciencias Sociales y de la Antropología en particular respecto a la demanda de objetividad y neutralidad que se ha impuesto históricamente en las disciplinas, a la luz del reconocimiento de que nuestras investigaciones se hacen en medio de espacios sociales como los descritos.
Por supuesto, debo reconocer que con el cambio de siglo las metodologías de investigación social se han diversificado y multiplicado en estilos, enfoques y herramientas utilizadas. Esto significa que el positivismo en la investigación social es cada vez menos preponderante. No obstante, aún permanece la duda sobre todos aquellos acercamientos demasiado subjetivos, personales o políticos.
Ahora bien, en este artículo me interesa, por una parte, explicar las dimensiones violentas que acompañan nuestras experiencias de terreno en contextos migratorios. Y junto a esto, quiero proponer una serie de reflexiones sobre los desafíos que imponen esas condiciones violentas a nuestro trabajo de investigación. ¿Cuáles son los límites éticos y políticos de una investigación sobre migraciones y con migrantes? ¿Qué desafíos epistemológicos tenemos que resolver en campo? Y, sobre todo, ¿cómo resolver la tensión existente entre la demanda de objetividad y neutralidad en toda actividad científica y nuestro deseo de contribuir a evitar el daño, los abusos y los peligros que enfrentan las personas migrantes?
Para responder a estas preguntas, a continuación, revisaré los aspectos principales que caracterizan y explican el orden violento que enmarca las migraciones. Posteriormente, discutiré sobre los imperativos asociados a la neutralidad axiológica y la objetividad científica enfrentados a la investigación de campo en las migraciones. Finalmente, ofreceré algunas conclusiones fundamentales de este trabajo.
Este artículo es resultado de mi experiencia en torno al estudio de las migraciones y en especial se debe a mi participación en el proyecto de investigación desarrollado en la frontera norte de México en los últimos años, específicamente en la ciudad de Tijuana.[4] Mi perspectiva etnográfica se basa en un enfoque ecléctico que recurre a una multiplicidad de fuentes como observaciones de campo, descripciones de situaciones sociales, entrevistas en profundidad e informales y reflexiones autoetnográficas. Coincido con Olivier de Sardan (1995) en que el etnógrafo establece múltiples interacciones, verbales y no verbales, simples y complejas. El esfuerzo consiste en transformar esas interacciones en datos de investigación.
Las situaciones violentas en las migraciones
Esta sección es necesaria para poder ilustrar el contexto a los lectores no familiarizados con la actualidad migratoria. Busco en esta parte explicar las dimensiones violentas de las migraciones y sus rasgos principales.
Aunque hay muchos elementos que podemos discutir cuando hablamos de violencias en las migraciones, para este trabajo voy a considerar tres aspectos principales del contexto migratorio actual. Ellos son, la militarización de las migraciones, las dimensiones raciales del régimen global migratorio y, por último, los procesos y las violencias legales en torno a todo esto.
La militarización
Respecto a la militarización, ésta puede ser definida como un enorme esfuerzo económico, material, científico y educativo cuya misión es acompañar el cambio desde una perspectiva administrativa de las migraciones hacia un enfoque de seguridad. Los migrantes, a partir de esto, son definidos como potenciales criminales. Los Estados conciben a los migrantes como un peligro o amenaza para la seguridad interior, a la vez que las fronteras se publicitan como dominadas por el caos y el descontrol, para lo cual, insisten los gobiernos de la región, la única forma de hacerles frente es por medio de la militarización del control migratorio.
Esta es una política continental y planetaria en muchos sentidos. En el caso de México, a pesar de que en el artículo 2 de la Ley de Migración del año 2011 se indica textualmente que “la situación migratoria irregular no prejuzgará la comisión de ilícitos por parte del migrante”, en los hechos las autoridades migratorias actúan como si esto ocurriera. Tal como lo denuncian muchos informes internacionales, la detención es la respuesta automática del Instituto Nacional de Migración (INM), con lo cual a las personas se le cancela su garantía al debido proceso (Global Detention Project, 2021).
La militarización del control migratorio es una tendencia que viene desde los años 1990 en esta parte del mundo (Martínez et al., 2014). En los hechos, producto de esta situación, México se transformó desde 2010 en adelante de ser un país de tránsito a ser un país que intercepta y detiene. Tal como lo reporta el citado informe, desde 2018 en México y Estados Unidos se ha desarrollado un sistema de detención migratoria como nunca en su historia (Global Detention Project, 2021).
Con esto, como indican especialistas del Programa de Seguridad Ciudadana de la Universidad Iberoamericana, ha proliferado un modelo de fuerza para detener migrantes, imponiendo un concepto de seguridad nacional por sobre un modelo de seguridad humana. En sus investigaciones, este grupo ha detectado una estrecha colaboración entre el INM, la Guardia Nacional (GN), la Secretaría de Defensa Nacional (SEDENA) y la Secretaría de Marina (SEMAR) con el fin de contener masivamente a las personas migrantes.[5]
Producto de la militarización, las denuncias y quejas contra esto se han multiplicado en el último tiempo. Por ejemplo, en el Informe “Bajo la Bota” se documenta que, entre los principales efectos de la militarización, encontramos el uso de la fuerza (cada vez más letal), las violaciones persistentes a los derechos humanos de personas migrantes, las detenciones arbitrarias, negación del asilo, violencia contra las mujeres, perfilamiento racial y resultados para la integridad de las personas (FJEDD et al., 2022).
Para confirmar esta densa presencia militar en el control migratorio, conviene destacar que, de las 32 delegaciones del INM en el año 2021, 19 de ellas estaban en manos de la dirección de personal con formación militar. Se destinaron, además, 30 000 elementos para la contención y detención de migrantes en las frontera sur y norte de México, la mitad de ellos miembros del ejército y la otra mitad de la GN (FJEDD et al., 2022). En otras palabras, lejos de combatir el crimen, estas fuerzas policiaco-militares han estado destinadas al control migratorio. Claro, frente a todo esto los gobiernos de la región niegan que exista tal militarización, aun cuando los datos son irrefutables.
En mi opinión, los efectos evidentes y más preocupantes de la militarización son tres. Primero, debido a los discursos de medios y de distintos gobernantes, la militarización ha llegado a ser naturalizada por la sociedad, la cual ve el aumento de la presencia militar como normal e incluso necesaria. Se evita, de este modo, generar una discusión de fondo sobre las mejores opciones para regular las migraciones en la actualidad.
Segundo, el auge de la dimensión militar del control migratorio ha generado procesos de privatización de la seguridad y de participación de particulares en el lucrativo negocio del control migratorio, cuestión especialmente relevante en el caso de Estados Unidos, donde diversos informes indican que desde 2017 los procesos de deportación han aumentado un 50 % y se han creado más de 40 nuevos centros de detención, llegando a contabilizar 220 centros en todo Estados Unidos, de los cuales casi 100% está en manos privadas.[6]
Y el tercer efecto de la militarización es precisamente el aumento de muertes de migrantes. Tal como lo reportan diversos medios, tan sólo en el año 2021, las muertes llegaron a crecer un 125%.[7] Todas las organizaciones y muchos estudios coinciden en señalar que las muertes son el resultado del aumento en los riesgos que deben correr los migrantes ante una política migratoria que reduce sus opciones para legalizarse y que los obliga a tomar medidas desesperadas. Esto es precisamente lo que explica el caso de los migrantes asfixiados en la frontera de Texas.
Como concluye Boyce en su investigación de 2016, “se demuestra que las medidas de seguridad en la frontera no fueron tan efectivas en cuanto a su objetivo de reducir el número de cruces clandestinos de migrantes como fueron en aumentar las muertes (Boyce, 2016, p.11)”.
Ahora bien, este ambiente militarizado genera un clima de terror y de miedo. Por ejemplo, en mayo de 2019 México llega a un acuerdo migratorio con Estados Unidos luego de las presiones arancelarias de este país, lo cual significó que México se transformase en “tercer país seguro” para recibir a demandantes de asilo. Producto de esta situación, en Tijuana la Guardia Nacional comenzó a intensificar sus patrullajes alrededor de los albergues, incluso permaneciendo detenidos en las afueras de estos recintos durante varias horas. Los directivos de albergues denunciaron esto como una forma de hostigamiento hacia su trabajo de defensoría de migrantes. Derivado de esto, los migrantes decidieron dejar de salir a la calle para evitar las extorsiones y abusos policiales.
En nuestras etnografías, podemos ser testigos o incluso víctimas de situaciones violentas, lo cual refuerza el papel de la reflexividad para discutir qué hacemos allí y cuál puede ser nuestro papel. En los análisis que podamos hacer, se puede descubrir muy pronto que nuestras investigaciones están lejos de las urgencias de las personas (Escala Rabadán y Rivera Salgado, 2016).
Por ese entonces, firmé todas las declaraciones de apoyo a migrantes que llegaron a mi correo. Y junto con colegas y alumnas de posgrado, nos propusimos elaborar un informe de riesgos y desafíos para migrantes y defensores en Tijuana, trabajo que elaboramos junto a varias organizaciones. Convencido de que la colaboración sería básica para nuestro trabajo como investigadores en Tijuana, encontramos en la elaboración de este informe una motivación y un sentido más concreto a lo que podíamos aportar en esos momentos.[8]
Raza y aspectos raciales en las migraciones
Las políticas migratorias son selectivas y afectan de modos distintos a cada persona. Los factores de clase, raza y género son fundamentales en esta parte. Esto ha sido documentado por diversos informes y organizaciones internacionales, los cuales insisten en que en las migraciones se detectan una serie de decisiones políticas draconianas contra migrantes, con asombrosa falta de compasión por personas que huyen de las violencias, demostrando enormes disparidades raciales y consecuencias graves para las comunidades negras en el mundo (Black Alliance for Just Immigration, 2021).
Precisamente en esta sección mi objetivo es analizar la dimensión racial de las migraciones, cuestión que los gobiernos insisten en desconocer. Un caso ilustrativo a este respecto es el enorme contraste entre el trato recibido por personas haitianas y por refugiados ucranianos en Tijuana. Por supuesto no se trata de negar el carácter de desplazados y demandantes de protección internacional de las personas de Ucrania, pero sí de señalar la enorme distancia entre aquella recepción segura, ordenada y regular de personas provenientes de ese país el año 2022 y, en contraste, el maltrato constante de poblaciones centroamericanas, africanas y haitianas. En efecto, tal como fue documentado en numerosos medios nacionales e internacionales, mientras miles de haitianos y africanos esperaron por más de dos años por sus trámites de asilo para Estados Unidos, las personas de Ucrania duraban menos de 24 horas en tramitar sus solicitudes logrando que en el primer trimestre de 2022 más de 16 000 personas de ese país pudieran entrar a Estados Unidos desde Tijuana.[9]
Tal como lo reportó la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras de Estados Unidos, debido al uso del Título 42, entre comienzos de 2021 y comienzos de 2022, casi 18 000 haitianos fueron expulsados, convirtiendo a Haití en el país que más vuelos de custodia de migración recibió durante la pandemia.[10]
Diversas organizaciones han sostenido que producto del cierre de fronteras durante la COVID-19, unas 70 000 personas quedaron “atrapadas” en la frontera en espera de una cita para la Corte. Las autoridades norteamericanas justificaron esto diciendo que sus oficinas no tenían la capacidad para procesar tantas solicitudes, cuestión que quedó desmentida con la entrada expedita de ucranianos hacia Estados Unidos.
No se trata de decir que los ucranianos no tienen derecho a cruzar, porque reconocemos que vienen huyendo de una guerra. Estamos en solidaridad. Más bien, pasa lo contrario: esto nos demuestra que sí es posible agilizar los procesamientos, que sí hay capacidad, pero lo que falta es voluntad política (Paulina Olvera, directora del albergue Espacio Migrante, 2022).[11]
Volviendo a los aspectos raciales de los fenómenos migratorios, muchas investigaciones subrayan la continuidad entre las actuales políticas migratorias y las pasadas configuraciones coloniales para controlar ciertas razas de sujetos (Kalir, 2019). En estas nuevas políticas migratorias, se configuran formas de apartheid globales (Chomski, 2014), formas de racialización que están animadas por un sentimiento de superioridad moral que tiene sus raíces en la fantasía de la supremacía blanca (Kalir, 2019).
Por estas razones, autores como Kyriakides et al., (2019) proponen el concepto de “régimen racializado de migración”, justamente para destacar que la racialización de las migraciones refleja una estructura incrustada de opresión con profundas raíces en el capitalismo moderno y la economía global. Debido a estos procesos, se construye al refugiado como forzado, no occidental, sin voluntad y que debe ser rescatado y dirigido por la virtud de países del norte.
Como lo ha reportado la literatura especializada, la raza es una cruel ficción que opera como uno de los grandes segmentadores de población (Hall, 2015). Y esto es justamente lo que se observa en la actualidad migratoria. Por ejemplo, como lo ha demostrado el trabajo de Córdova Morales, la figura del refugiado surge después de la Segunda Guerra Mundial y en un principio fue concebida bajo la imagen de poblaciones blancas europeas, algunas apátridas, quienes huían de la conflagración en sus países. Sin embargo, este autor explica que, con el aumento de las migraciones del sur y el fin de la guerra fría, la figura del refugiado blanco indisolublemente ligado a la historia de Europa comienza a decaer para ser sustituida por un migrante cada vez más racializado, separado de la europeidad (Córdova Morales, 2023).
Azarmandi y Rexhepi sostienen que en el caso de los migrantes y de Europa, este continente se ha beneficiado del desarrollo desigual en todo el mundo, también del capitalismo racial y la colonialidad, y hoy en día, de las medidas de austeridad en las fronteras que han abandonado y apartado a los migrantes de las retribuciones y reparaciones.[12]
Debido a estos procesos, las políticas migratorias aparecen como una práctica de poder estatal que refuerza su propia soberanía a la vez que renueva y profundiza las fronteras entre incluidos y excluidos, ciudadanos y extranjeros (Hasselberg, 2016). Las políticas de control migratorio contribuyen, de esta manera, a la formación de la raza a la vez que ayudan a reafirmar la narrativa de los Estados Unidos como una nación de leyes (Valdez, 2016).
En Tijuana, el racismo y la xenofobia se entremezclan para generar ambientes desigualmente desfavorables para clases distintas de personas, sobre las cuales se estructuran formas de racismo anti-negro, xenofobia anti-hondureña, junto a otras formas de discriminación. Estas situaciones han provocado el surgimiento de frentes antirracistas como la comunidad negra afrodescendiente de Tijuana. Ellos han denunciado discriminación laboral, extorsiones policiales y detenciones arbitrarias guiadas por el perfil racial.
En este contexto, Joseph llegó a Tijuana a principios del 2022 después de descubrir que no podría vivir en República Dominicana ni en Chile, países donde pasó los últimos años. En Tijuana comprendió pronto que para los haitianos la ciudad significa miedo, discriminación y en casos extremos, muerte. Con esto se reforzó su plan de llegar a Estados Unidos como única posibilidad. Y este impulso es aún mayor dada la serie de situaciones violentas que han estado experimentando personas haitianas en la ciudad de Tijuana. En enero de 2020, por ejemplo, un joven haitiano fue golpeado por policías municipales en la Plaza Santa Cecilia de esa ciudad, lo cual se sumó a su padecimiento de asma para causarle la muerte. La organización Haitian Bridge Alliance con sede en San Diego y Tijuana explicó que en la primera mitad de 2022 pagó los gastos de 12 funerales de jóvenes negros, muchos de ellos muertos en situaciones violentas y otros más, muertos tras el rechazo a recibir atención médica en los hospitales de la ciudad.[13]
Violencias legales y procesos de ilegalización de las migraciones
Como lo he analizado antes, la ley ocupa un lugar central en la matriz de exclusión de las personas migrantes (Castro Neira, 2020). Lejos de ser algo natural y obvio, la ley crea el delito y al hacerlo, transforma a personas en ilegales. Es importante insistir, como lo afirma Josiah Heyman, que no existen las personas ilegales. Lo que sí existe son las personas que han sido ilegalizadas. La ilegalidad, en este sentido, es una forma de gubernamentalidad que constriñe y limita el proyecto migratorio de cada persona.[14]
A pesar de ser una ficción, la ley es profundamente real y material al mismo tiempo. Todas las personas migrantes buscan obtener sus papeles para tener una estancia legal que les permita vivir tranquilamente. Sin embargo, los Estados han sido hábiles en diseñar leyes que han transformado las fronteras en muros jurídicos que hacen muy difícil obtenerlos.
En mis investigaciones en la frontera norte de México con Estados Unidos he visto que tendrán éxito en sus procesos de solicitud de protección internacional muy pocas personas. En general, serán aquéllas con más recursos económicos, con familiares con estancia legal en Estados Unidos y que puedan pagar abogados y trámites legales (los llamados sponsors). De esta manera, la ilegalidad migrante es una forma de segregación por medio del estatus legal de las personas y por su lugar de nacimiento. Por lo tanto, en nombre de la seguridad y el orden, el control migratorio de los Estados multiplica sus arbitrariedades y violencias, las cuales llegan a estar inmersas en regímenes que son, paradójicamente, jurídicos e ilegales al mismo tiempo.
Ejemplo de lo anterior es el caso de Juan y Ernestina que viajaron desde El Salvador rumbo a Estados Unidos. En Tapachula después de mucho esperar les dieron su Tarjeta de Visitante por Razones Humanitarias (TVRH). Confiados en que con esta documentación podrían viajar tranquilos por el país, pronto se dieron cuenta que esto no sería así. Durante su viaje en autobús rumbo a Tijuana, se subieron muchas veces personas de migración y militares. En uno de esos retenes, les quitaron su dinero y rompieron sus documentos frente a sus ojos.
Esto es algo que los defensores de migrantes han estado denunciando durante muchos años. Alejandra es abogada encargada de la clínica legal del albergue EM de Tijuana. Ella comentó que “migración de México no detiene los camiones con remolque que es donde viene la mayoría de las personas que quiere llegar a Estados Unidos. A ellos sólo les interesan los autobuses porque es de donde pueden sacar algo de dinero”.
Frente a este tipo de situaciones que en campo escuchamos todo el tiempo, como investigadores nos cuestionamos directamente por la utilidad de nuestros estudios y el sentido con que hacemos estas investigaciones.
Durante la pandemia por la COVID-19 se suspendieron los procedimientos de asilo y miles de personas quedaron atrapadas en las fronteras o fueron encerradas en centros de detención de inmigrantes, campos de refugiados o centros de acogida. En la práctica, esto terminó negando e incluso cancelando el derecho a la protección internacional.
De una manera sorprendente, debido a estas restricciones muchos migrantes quedaron atrapados en un limbo jurídico que consistía en que no podían acceder a la documentación legal pero tampoco eran expulsados o retornados a sus países. A pesar de la enorme cantidad de normas y acuerdos internacionales, los Estados hicieron todo lo posible por no reconocer el derecho a la protección internacional, aumentado con ello toda la vulnerabilidad de las personas migrantes.
De esta forma y al observar el comportamiento de la ley frente a las migraciones, nos podríamos preguntar genuinamente si acaso no estamos asistiendo al fin de una era legal marcada por los derechos humanos. En este sentido, correspondería ahora ir a interrogar a la ciudadanía y a los Estados nacionales que son los elementos críticos de la época contemporánea. Quizás —y mirado a la distancia histórica— el estudio de las migraciones nos permite confirmar que existen signos de una transformación mayor del estatus mismo de la política y de la responsabilidad del Estado.
Desafíos para la neutralidad axiológica y la objetividad
Al trabajar con migrantes y observar todo lo que he mencionado hasta aquí, se confirma que en terreno nos enfrentamos diariamente a situaciones extremas de sufrimiento social y somos testigos de innumerables abusos de autoridad y de violencias de todo tipo. Escuchamos testimonios que confirman la centralidad de múltiples violencias en las vidas migrantes. Leemos informes que demuestran volúmenes y características de la tragedia migratoria. Y al hacer todo esto y experimentarlo, una mezcla de sentimientos contradictorios emerge entre algunos investigadores. Pasmo, falta de aire, sensación de impotencia, y una serie similar de emociones y sentimientos me llevan a trazar una reflexión en esta parte.
La investigación con personas genera, por su propia definición, dilemas éticos y metodológicos (Cerri, 2011). Uno de ellos tiene que ver con los escasos aportes concretos y prácticos que pueden tener nuestras investigaciones. En Tijuana, en el año 2019, mientras conducía a un equipo de alumnas en sus prácticas de campo, dedicábamos nuestras conversaciones a reflexionar sobre esa común sensación que tenían de que sus estudios podían aportar bien poco a la solución de los problemas de las personas migrantes. Ante los problemas tan grandes que ellos tienen, nuestras investigaciones parecían aportar bastante poco.
Como explican Escala Rabadán y Rivera Salgado (2016) en su trabajo con migrantes, muchas veces para las mismas personas resulta difícil identificar las bondades de su colaboración con académicos. No necesariamente ven provechos en establecer relaciones con investigadores. Las organizaciones tienen prioridades y urgencias, nos dicen estos autores, por lo cual las investigaciones les suenan lejanas.
Y todo lo anterior se torna más angustiante si lo que define muchos de sus contextos y experiencias de vida es la violencia en sus múltiples formas. En el caso de nuestras investigaciones, las violencias no son nuevas para quienes hacemos trabajo de campo etnográfico en distintas realidades sociales. Al contrario. Las situaciones de violencia sobre el terreno están bien documentadas en etnografía al menos desde los años 1990. Trabajos como los de Sluka (1995), fueron pioneros al considerar el aumento de situaciones violentas que debían enfrentar los investigadores de terreno. Para este autor, en los años 1990 las violencias que debía enfrentar un trabajador de campo eran más extendidas y múltiples que lo que eran antes.
Sin embargo, si bien estas violencias han sido parte del paisaje social que hemos tenido que enfrentar, es evidente que la investigación sobre las migraciones está, como nunca en su historia, atravesada por innumerables formas nuevas y masivas de violencia. Por esta razón, considero que los testimonios y las historias de los migrantes son, utilizando la expresión de Geertz, descripción densa. En efecto, se trata de datos cargados de potencia etnográfica pero sensibles desde una mirada ética y académica.
Inmersos en el campo, ya sea que seamos testigos de situaciones violentas o víctimas de ellas, descubrimos que debido a todo esto, la realidad nos interpela todo el tiempo. Nos obliga a interrogarnos de muchas maneras. Cobra sentido, en este contexto, la propuesta de Stuart Hall de pensar la teoría como un vehículo para interactuar con la realidad (2015). Esto significa ver la teoría como una forma de establecer relaciones con la realidad para modificarla. En el mismo sentido, se trata de recoger la propuesta de Foucault de sacar los conceptos de los libros para ver cómo trabajan en medio de la sociedad.
Además de ello, en lugares violentos o de alta conflictividad, generamos con nuestros colaboradores o nuestras informantes, una comunidad político-afectiva, una comunidad de sentido (Jimeno, 2010). Esto significa que cuando la etnógrafa o el etnógrafo y la población comparten experiencias de sufrimiento, esto permite la creación de una comunidad emocional que favorece la recuperación del sujeto como participante en una comunidad política. Esto nos obliga a cuestionar la doble dimensión que podemos tener como investigadores y ciudadanos al mismo tiempo. Esto es algo de lo cual se dieron cuenta especialmente las investigadoras de campo. Ejemplo de ello es el trabajo de Natalia De Marinis quien en terreno descubrió que:
La etnografía supone una proximidad caracterizada por un acercamiento a los sujetos, un cuidado para adentrarnos a sus modos de actuar, pensar y sentir, pero también esta proximidad está definida por las emociones que circulan en el contacto con los otros, en la empatía, complicidad y en la ética de la colaboración (De Marinis, 2017, p. 13).
Las comunidades político-afectivas en contextos de trauma, violencia e impunidad pueden ser fuente de recuperación. Un punto de partida para fortalecer la intersubjetividad que comparten las víctimas y miembros de las comunidades afectadas. De Marinis demuestra en su trabajo que, gracias a esto, ella comprendió el poder sanador de las palabras y las emociones compartidas. Valoró, además, los espacios de diálogo y colaboración como parte fundamental de la investigación y de su propia formación como etnógrafa.
Lo anterior es un punto de partida fundamental para el diseño del trabajo de campo que he realizado junto a mis alumnas de posgrado en Tijuana. En cada uno de ellos, hemos establecido todo tipo de acuerdos de trabajo y colaboración con las organizaciones y los albergues con el fin de investigar mientras colaboramos. Así es como algunas alumnas han prestado apoyo en el área laboral o psicológica de los albergues, otras han colaborado en la cocina y en la preparación de alimentos, y no pocas han servido de traductoras, llenadoras de formularios de asilo o refugio, talleristas, o asistentes legales.
Muchos de los preceptos que guían un trabajo de investigación como el descrito están contenidos en los enfoques de la investigación acción, investigación colaborativa o activista (Greenwood, 2000; Colmenares, 2012; Kaltmeier, 2020). Estos enfoques parten por discutir qué significa “participante” cuando decimos “observación participante”. Aquí se entiende que la investigación debe ser colaborativa y reciproca (Greenwood, 2000). Ella aspira a desarrollar estilos de investigación más horizontales donde se pongan en cuestión las jerarquías y se busquen nivelar los equilibrios de poder (Kaltmeier, 2020).
Debo recordar aquí que el giro de las etnografías en los años 1990 implicó una serie de transformaciones mayores en la disciplina, mismas que prepararon el camino a las contemporáneas perspectivas críticas de investigación. Precisamente desde entonces las etnografías tomaron muy en serio el dar la palabra y afinar la escucha. Significó también cuestionar el privilegio de narrar y hablar por una cultura o sociedad, dándole toda la importancia necesaria a la reflexividad y la escritura. Con el orden violento de las migraciones, todos esos imperativos se hicieron más necesarios.
Por supuesto la colaboración ya existía en las tempranas etnografías de autores como Boas, sin embargo, con los acercamientos actuales es cada vez más clara la importancia de la reflexividad en el centro de ese enfoque. Para investigadoras como Cerri (2011), la introspección sobre la experiencia etnográfica personal contribuyó enormemente en la propia reformulación de la antropología.
Hoy en día, la reflexividad opera como una herramienta analítica central, como propone Aliano y colaboradores, porque permite convertir ciertas tensiones en el campo, en datos verdaderamente sensibles a la perspectiva de los actores (Aliano, et al., 2018).
Ahora bien, inmersos en estos contextos y enfrentados a estas situaciones, como investigadores de lo social podemos trazar un cuestionamiento crítico a varios de los presupuestos originarios de las ciencias sociales en occidente. Por ejemplo, al ser testigo de las violencias que experimentan las personas migrantes, seguir las recomendaciones de Durkheim de tratar los hechos sociales como cosas resuena demasiado lejos. El positivismo del proyecto sociológico de Durkheim, en este sentido, impone una distancia y un desapego que es por momentos imposible de asumir.[15]
Del mismo modo, puede resultar exasperante mantener la neutralidad axiológica exigida por Weber en el trabajo científico social (Weber, 2018). Aunque la propuesta metodológica de Weber tiene puntos muy valiosos, esta exigencia metodológica puede ser una camisa de fuerza para muchos investigadores que se encuentran en la primera línea de contacto con las fronteras y las trayectorias migratorias.
Como sabemos, la neutralidad axiológica o wertfeiheit, es una propuesta que Weber realizó justamente para cuestionar el discurso normativo dentro de la ciencia, discurso propio de perspectivas como las desarrolladas por Marx. De acuerdo con esto, Weber buscaba distinguir entre valores y hechos para estimular una investigación científica realizada de forma libre y crítica. Recomendaba este autor, no falsear los datos ni modificar los resultados. Mucho menos acomodarlos a los ideales del investigador o a sus preceptos normativos (Daoust, 2013).
Como en Durkehim, Weber suponía que es posible aspirar a una ciencia libre de juicios de valor, ciencia que tiene por objetivo la descripción estricta de las cosas. La aspiración realista de la sociología, en este sentido, constituye la base desde la que arranca el programa positivista en ciencias sociales. En este sentido, la neutralidad que demanda este pensador constituye una exigencia epistemológica y ética.
Para lograr esto, Weber propone separar los juicios descriptivos de los juicios de valor. El investigador, en su perspectiva, debe comportarse de manera distante o escéptica de la política y de las tesis normativas. Los hechos no pueden variar en función de nuestras creencias o convicciones morales. En el fondo, para Weber la neutralidad de valores es la condición de posibilidad misma de todo el proyecto científico de la investigación social.
Por supuesto que los problemas asociados a la propuesta de Weber son muy importantes y supusieron un largo debate que aún no termina por estar resuelto. Quizás una de las principales enseñanzas que nos deja es justamente el que las ciencias sociales pueden ser ellas mismas objeto de reflexión y análisis.
Sin embargo, probablemente hoy asistimos a un cuestionamiento importante hacia los enfoques positivistas, pero ellos siguen dominando en los equipos con más recursos y en aquellas instituciones con vínculos de trabajo con gobiernos. De ahí que como lo explicase Claudio Lomnitz, la reina de las ciencias sociales que había sido la antropología en el siglo XX dejó su lugar a la sociometría y la estadística como disciplinas centrales de la investigación social en este siglo XXI.[16]
Esto significa que, como afirman Escala Rabadán y Rivera Salgado (2016), persisten las suspicacias ante investigaciones académicas colaborativas o más horizontales, las cuales suelen ser vistas como activismo político, investigación aplicada y no como algo académicamente serio y sofisticado.
Ahora bien, como Pierre Bourdieu nos advertía, la dicotomía entre estudios y compromiso puede ser artificial y no nos sirve para resolver sus enigmas. El sociólogo, nos dice Bourdieu, se da cuenta de los engranajes de la dominación y esto puede ser realmente importante (Bourdieu, 2002). En su trabajo, Bourdieu se movió siempre entre dos polos, de un lado la deconstrucción de la figura clásica del investigador como alguien neutro y sin compromiso, y del otro lado, su aspiración por una investigación científica y objetiva (Pinto, 2011).
Para algunos autores, suprimir nuestros valores puede resultar burocrático e inhumano, y puede, además, suponer que los asuntos de la ciencia son cuestiones puramente técnicas (Daoust, 2013). Como explica Pontoizeau, seguir la búsqueda de universales metodológicos de distancia y objetividad puede obligar a no respetar las múltiples formas y objetivos de conocimiento. Para este autor, toda investigación científica tiene una intención, un proyecto, un deseo y unas convicciones. La exigencia de neutralidad axiológica, entonces, puede llegar a ser contraria a la vida ordinaria, puede terminar deshumanizando nuestros objetos de estudio (Pontoizeau, 2019).
El contrapunto con los enfoques feministas y decoloniales
Por supuesto, frente a los debates que menciono se ha desarrollado una amplia literatura. En este artículo quiero recoger varios aportes de perspectivas que, en mi opinión, pueden ayudar a enriquecer la discusión en un sentido bastante profundo. Para ello, tomaré debates e ideas de dos cuerpos de literaturas, en mi opinión, claves: la discusión feminista y las perspectivas decoloniales. Mi propia práctica como investigador y profesor me han llevado a valorar enormemente el aporte de estos dos enfoques.
Respecto a los estudios feministas, Claude Gautier propone deconstruir la tradición positivista de la ciencia a partir de la crítica feminista. Esto implica cuestionar la ilusión metafísica de que sería posible extraernos del mundo en el que estamos para observarlo mejor (Gautier, 2018). Para Haraway, la cuestión de la neutralidad epistémica es el asunto divino o mitológico de la ciencia. De acuerdo con esta pensadora, el problema es que la ciencia dominante confundió objetividad con neutralidad. Con ello, se olvidó que no hay tal acercamiento neutro a la realidad, sino que siempre interviene el punto de vista (Haraway, 1988).
La propuesta de Gautier es por una ruptura mayor puesto que al cuestionar la neutralidad axiológica, en realidad, lo que se pretende es ir más allá para criticar la función social y política de la objetividad como criterio único para alcanzar el conocimiento verdadero. En este sentido, Gautier propone cuestionar el ideal masculino de la objetividad y de la necesaria toma de distancia del objeto de conocimiento. El imperativo de la neutralidad, en este sentido, es parte de un enfoque dominante de la ciencia en el siglo XX que la define como visión objetiva del mundo.
Haraway piensa, al respecto, que la historia de la ciencia está ligada al militarismo, capitalismo, colonialismo y supremacía masculina. Ramazanoglu y Holland, por su parte, piensan que las feministas han estado luchando contra enfoques dominantes de ciencia, razón, progreso y verdad. Al cuestionar estos principios desde sus propias experiencias como mujeres, ellas han descubierto que el poder es parte de la producción de conocimiento (Ramazanoglu y Holland, 2002).
Los efectos que estas perspectivas tienen sobre estas discusiones son enormes. Donna Haraway plantea que la objetividad para las feministas significa reconocer la naturaleza situada como fundamento de toda investigación, en donde la parcialidad y no la universalidad sean la condición de posibilidad para la actividad científica. La objetividad dominante, para Haraway, es un término curioso porque “la ciencia es un texto discutible y un campo de poder (Haraway, 1988, p. 577)”.
Por todo esto, Gautier insiste en que la investigación feminista situada no parte, de antemano, con nociones y epistemologías abstractas, uniformes y a priori. Al contrario, toda la actividad está inserta en tramas de relaciones de poder desiguales donde el investigador y la investigadora intervienen como un actor más con su propia especificidad (Gautier, 2018).
En mi perspectiva, la principal enseñanza de la pluralidad de feminismos con relación a la demanda de neutralidad axiológica es que no hay una sola forma de objetividad sino muchas. Podemos aceptar entonces que lo que ha dominado ha sido un modelo universal y androcéntrico de la objetividad justamente anclado en esa neutralidad. Por estas razones, diversas investigadoras hablan de una objetividad feminista (Harstock, 1983).
Pasando a la otra fuente de reflexiones que me interesa para discutir la neutralidad, partiría diciendo que las teorías decoloniales han contribuido también a ubicar la producción de conocimientos como parte de la formación de occidente y de Europa y como parte central de los proyectos coloniales en el mundo.
En este sentido, si bien el análisis de las migraciones desde las teorías decoloniales en América Latina es reciente (Herrera Rosales, 2018; Sebastiani, et al., 2020), hay una demanda cada vez más amplia de estudios que cuestionen los fuertes sesgos del norte que tienen las investigaciones sobre migración. Juliano Fiori, por ejemplo, propone crear un proyecto epistemológico de deconstrucción que parta por cuestionar la centralidad de Europa y el eurocentrismo en los estudios migratorios (Fiori, 2020). Nicholas de Genova propone generar epistemologías desestabilizadoras con grupos que trasciendan la hegemonía del norte (De Genova, 2016). Mezzadra y Neilson proponen un activismo en torno a las luchas migrantes que trascienda los límites de la filosofía política (Mezzadra y Neilson, 2016).
Fiore dice que el eurocentrismo dirige la atención hacia el otro no occidental, cuyo paso a Europa confirma la centralidad de ese continente. Además, confirma la misión civilizadora europea y norteamericana para salvar y civilizar al otro por medio de una visión universal del humanitarismo. Esto forma parte de las políticas neocoloniales de Occidente en el Tercer Mundo, que consisten en intervenciones en nombre de la defensa de los derechos humanos. En este sentido, la gran contradicción es que los derechos humanos se defienden con medios militares (Bricmont, 2009).
Herrera Rosales, basándose en las ideas de Tuhiwai Smith (1999), propone desmontar la impronta imperial y colonial que han acompañado las investigaciones. Según su perspectiva, los conceptos e ideas en los estudios no son puros, sino que están codificados y regulados por un entorno colonial que debe ser analizado (Herrera Rosales, 2018). Mellino considera incluso que se deben revisar los límites materiales y discursivos del humanismo europeo en las migraciones (Mellino, 2015). En su perspectiva, se debe discutir el hilo que une al humanismo, el racismo y el colonialismo.
La Unión Europea está administrando la crisis humanitaria. Ellos gobiernan las migraciones de un cierto modo, funcional a la valorización capitalista y al control represivo y securitario de las poblaciones y los diversos territorios, es decir, a un control represivo que es constitutivo de la tecnología neoliberal de gobierno.[17]
En términos concretos, diversos estudios indican que las migraciones se producen en un marco de relaciones poscoloniales que persisten. Herrera Rosales nos recuerda que las personas migrantes salen de sus lugares de origen marcados por historias coloniales, pero también buscan establecerse en espacios de destino que también están modelados por la estructura de esa colonialidad (Herrera Rosales, 2018).
A partir de estas investigaciones guiadas por enfoques decoloniales o poscoloniales, hemos llegado a entender que muchos de los problemas asociados a las migraciones continúan vinculándose a problemas raciales y a líneas de color que dividen pueblos y grupos sociales. Además, estos enfoques nos ayudan a cuestionar la propia geopolítica actual de las migraciones.
En efecto, estas perspectivas permiten comprender el contexto más específico que caracteriza a las migraciones actuales, donde se cuestiona la idea de que las olas migratorias son invasiones que demográficamente afectan gravemente a los países de llegada. Además, se cuestiona la composición misma de países de acuerdo con los migrantes que reciben, que contienen y que expulsan.
Con esto, sabemos hay más migrantes en el sur que en el norte, donde los países más pobres reciben y contienen a estas olas migratorias. Sumado a ello, hay innumerables formas de migración sur-sur o desde el norte al sur rompiendo con las lecturas clásicas sobre las migraciones. Ejemplo de estas contradicciones son, como plantea Fiori, el número total de 2.3 millones de refugiados que hay en toda Europa contra los 1.5 millones de refugiados sirios que residen en el Líbano, un pequeño país que no se compara con las economías y los territorios de la Unión Europea (Fiori, 2020).
En mi opinión, las agendas migratorias de los gobiernos hacen parte sustancial de esa visión global de un sur salvaje que necesita ser corregido y un norte global deseado por todos.
Conclusiones
Para muchos de nosotros, enfrentados a contextos y situaciones de trauma y dolor humano, la neutralidad axiológica no es una opción. Pero esto no desanima nuestros objetivos por hacer investigaciones rigurosas, sistemáticas y lo más objetivas posibles. Para lograr esto, a nivel colectivo el trabajo en equipo y con la mayor diversidad disciplinaria se torna indispensable. La producción y el análisis colectivo puede permitir reflexiones más comparativas y robustas.
A nivel individual, para los etnógrafos el diario de campo resulta en una herramienta vital para trabajar una reflexividad profunda. Dado que, como investigadores de terreno, sobre todo en trabajos de campo extensos, estamos moviéndonos constantemente entre los datos y la interpretación, nos es urgente conservar un diálogo intelectual permanente. Como explica Oliver de Sardan, el diario de campo juega un rol central en esta parte, puesto que nos permite conservar situaciones de diálogo, incluso si el diálogo es con el mismo diario. Esto ayuda a sostener los procesos de interpretación, aun cuando sea un método desplegado en solitario (Oliver de Sardan, 1995).
En suma, en los temas que encontramos en ambientes dominados por múltiples violencias, el compromiso y la colaboración resultan indispensables. Pero reconocer esto no reduce la dificultad que supone, puesto que, como Lilian Mathieu señala, entre la postura militante de las investigadoras y la actividad científico social hay muchos puntos ciegos (Mathieu, 2015).
Para resolver, en parte, esos puntos ciegos, podemos aceptar la imposibilidad de lograr una neutralidad absoluta en nuestras investigaciones, mientras perseguimos ser lo más rigurosos, serios y sistemáticos en nuestro trabajo. En mi opinión, entre quienes hacemos etnografía es importante reflexionar críticamente sobre nuestra función simultánea de investigador y de participante. Al hacerlo, es también recomendable explicitar, en nuestras investigaciones, los límites éticos y normativos de nuestro trabajo.
Desde un punto de vista práctico, en el caso de las investigaciones realizadas en la frontera norte de México y en la ciudad de Tijuana, he descubierto que no es posible investigar sin colaborar de alguna manera. Esto quiere decir estar dispuesto a lavar trastes, apoyar distribuyendo recursos entre los buscadores de asilo y deportados, haciendo talleres, llenando formatos migratorios o asistiendo en trámites administrativos. Significa también, sumarse a acciones legales diversas, visibilizando la desprotección en que se encuentran los defensores de personas migrantes. La colaboración, en este sentido, se entiende como una serie de pasos tendientes a coproducir nuestras investigaciones más allá de la noción de obra de autor exclusivo. En este sentido, el compromiso no se puede reducir sólo a la escritura. Sin duda, aceptar esto no debe significar que nuestras investigaciones son de menor calidad o alcance científico social, al contrario, la investigación activista y colaborativa puede ser provechosa teóricamente (Speed, 2006).
En efecto, como explica Colmenares (2012), estos enfoques cualitativos tienden a ser novedosos y flexibles, a la vez que rigurosos y sistemáticos. Para Rappaport (2018), las metodologías colaborativas no se utilizan sólo por razones éticas, sino que ellas mismas ayudan a producir buenas etnografías. Para esta autora, la colaboración tiene un alto valor en la producción teórica y tiene, además, el potencial de nutrir y revitalizar el pensamiento antropológico.
En estas etnografías, el testimonio de las personas que colaboran resulta un tema medular para la investigación. Ya sea por medio de historias de vida, de entrevistas en profundidad o de entrevistas informales que resultan del acompañamiento prolongado con personas diferentes, el testimonio es el vehículo para dar voz a nuestros interlocutores.
Todos quienes investigamos en estos campos violentos o con múltiples conflictos todo el tiempo estamos tratando de cuestionar nuestros puntos de vista y de politizar nuestra relación con estos contextos, con los colaboradores y amigos en campo. Lo hacemos porque estas violencias están muchas veces imbuidas de relaciones de poder y es preciso que tomemos una postura que nos ayude a lidiar con las tensiones y los problemas en campo.
Finalmente, para quienes trabajamos con este tipo de temas, quizás no sea Max Weber nuestra principal guía en esta parte sino otro pensador alemán como Walter Benjamin. Podemos seguir con él, su concepto de crítica para pensar en el contenido de una agenda de estudios críticos en torno a las migraciones y las violencias.
Para Benjamin, y con ello concuerdo, se debe desconfiar del discurso de la historia como progreso y como mejora constante. Al contrario, el crítico debe denunciar el peligro y la muerte. Como explica Palencia, la cuestión de la crítica en Benjamin no es un asunto de la cabeza, sino de las entrañas. No sólo es un debate conceptual sino una profunda experiencia humana de lucha (Palencia, 2017). En este sentido, sí recogemos la propuesta crítica de este autor y la trasladamos a los estudios migratorios en contextos violentos, podremos concluir que el horizonte consiste en participar del desenmascaramiento general de todos estos procesos.
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[1] Se publicaron muchas notas de prensa sobre este acontecimiento. Véase, por ejemplo, la siguiente nota: https://elpais.com/internacional/2022-06-28/hallados-al-menos-40-migrantes-muertos-en-un-trailer-en-san-antonio.html. [consultado el 10 de diciembre de 2022].
[2] Se trata del Seminario (In)Movilidades, Prácticas de vida y prácticas de muerte en torno a las migraciones, desplazamiento forzado y protección internacional, coordinado por Mariana Zaragoza, Amarela Varela y Soledad Álvarez, el cual se llevó a cabo el 29 de junio de 2022.
[3] George Floyd era un ciudadano afroamericano que murió producto de la brutalidad policiaca el 25 de mayo de 2020 en la ciudad estadounidense de Mineápolis. Allí, un policía lo detuvo utilizando su rodilla para presionar su cuello contra el pavimento por más de 8 minutos. Producto de esto, Floyd murió asfixiado. Muchos testigos escucharon cuando George Floyd decía “No puedo respirar”, mensaje que después se transformaría en un slogan de varios movimientos antirracistas de Estados Unidos.
[4] Proyecto “Geopolíticas de la exclusión, frontera y poder en Tijuana”, financiado por la Dirección de Investigación y Posgrado de la Universidad Iberoamericana de México.
[5] Esta información fue proporcionada por Ernesto López y Samuel Storr del Programa de Seguridad Ciudadana de la UIA, en el marco del Seminario “Militarización de fronteras y controles migratorios en la región”, organizado por el “Seminario sobre movilidad humana del SUJ” y el “Seminario permanente de la Red Jesuita con Migrantes Centroamérica-Norteamérica”, el lunes 14 de marzo de 2022.
[6] Información disponible en: https://www.efe.com/efe/usa/inmigracion/eeuu-multiplica-su-presupuesto-para-el-control-fronterizo/50000098-4294061. [consultado el 10 de diciembre de 2022].
[7] Información disponible en: https://www.animalpolitico.com/2022/06/muertes-migrantes-frontera-sur-eu-riesgos-alza/. [consultado el 10 de diciembre de 2022].
[8] Al respecto véase: “Desafíos y riesgos enfrentados por albergues, organizaciones civiles y personas migrantes en Tijuana, 2019. Una propuesta de diálogo desde la Universidad Iberoamericana”. México: Programa de Asuntos Migratorios (PRAMI) de la Universidad Iberoamericana y Posgrado de Antropología. Disponible en: https://ibero.mx/sites/default/files/informe._desafios_y_riesgos_enfrentados_por_organizaciones_y_migrantes._tijuana.pdf.
[9] Información disponible en: https://es.euronews.com/2022/04/12/los-migrantes-latinos-denuncian-el-trato-preferente-a-los-ucranianos-en-la-frontera-de-ee-. [consultado el 10 de junio de 2022].
[10] información disponible en: https://www.latimes.com/espanol/mexico/articulo/2022-06-14/dos-migrantes-haitianos-en-tijuana-han-sido-los-ultimos-en-morir-en-circunstancias. [consultado el 10 de diciembre de 2022].
[11] Información disponible en: https://gatopardo.com/reportajes/ucranianos-tijuana-migrantes/. [consultado el 10 de junio de 2022].
[12] Las opiniones e ideas de Azarmandi y Rexhepi están disponibles en el blog: Capitalismo Racial y Reparaciones Coloniales. # 3 Políticas migratorias y fronteras múltiples: Análisis, Críticas y Luchas. Disponible en: https://desde-elmargen.net/capitalismo-racial-y-reparaciones-coloniales/.
[13] Información disponible en: https://twitter.com/AlOtroLado_Org/status/1275172387554840578. [consultado el 20 de diciembre de 2022].
[14] Ideas expresadas por Josiah Heyman en el Coloquio “Entre lo Legal y lo Ilegal”, efectuado en el Museo de Historia Mexicana de Monterrey, el 11 de noviembre de 2019. Información disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=uHgKZ3aEucw&list=PLGMCItxC000E9MK5jK0R1uOj9s6qdxEGr. [consultado el 20 de diciembre de 2022].
[15] Durkheim escribió estos principios en Las Reglas del Método Sociológico, en donde plantea que el objeto propio de la sociología son los hechos sociales, mismos que son independientes del individuo y que deben estudiarse desde fuera, como cosas exteriores a la voluntad del sujeto. Se garantizará así, el estatus científico de la disciplina.
[16] Estas opiniones de Claudio Lomnitz están disponibles en: https://www.nexos.com.mx/?p=23263. [consultado el 10 de diciembre de 2022].
[17] Estas ideas planteadas por Miguel Mellino se pueden encontrar en: https://traficantes.net/resena/crisis-del-humanismo-cr%C3%ADtica-de-la-raz%C3%B3n-humanitaria. [consultado el 10 de diciembre de 2022].
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Mexicano. Doctor en Antropología por la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Iztapalapa (UAM-I), México. Actualmente es Profesor-Investigador del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana (IBERO), México; y Coordinador de la “Línea de investigación redes de poder, complejos legales y producción de violencias” del Posgrado en Antropología en la misma casa de estudios. Líneas de investigación: migraciones y el régimen de control migratorio, sus múltiples violencias y los problemas asociados a la ley y a la justicia. Contacto: yerko.castro@ibero.mx.