Segunda época, número 12, julio-diciembre 2021, pp. 233-257.
Fecha de recepción: 10 de febrero de 2021.
Fecha de aceptación: 21 de junio de 2021.
Autor: Arturo Cristerna Sánchez.1
Resumen
El presente estudio de caso pretende reconstruir mediante historias de vida las experiencias migratorias de un purépecha, un ranchero y un ejidatario, todos ellos del Estado de Michoacán, durante el transcurso del Programa Bracero (1942-1964). Enfatizamos la relación entre las matrices culturales de sus comunidades de origen y sus migraciones hacia los Estados Unidos. A cada una de estas matrices culturales corresponde una ubicación geográfica específica y por lo tanto una cultura y afiliación laboral particular que determinaron de forma particular la experiencia migratoria de los braceros entrevistados para la presente investigación.
Palabras clave: experiencias migratorias, braceros, matrices culturales, Michoacán, historia oral.
The Michoacan braceros migration experience through their cultural matrix
Abstract
By using life stories, this study aims to reconstruct the migration experience of a purépecha, a ranchero, and an ejidatario, from the state of Michoacán, during the course of the Bracero Program (1942-1964). We emphasize the relationship between the cultural matrix that defines their communities of origin and their migration to the United States. Each one of this cultural matrices entails a specific geographical location, and therefore a particular culture and labor affiliation, which in many ways determined the migration experience of the braceros, interviewed for this research.
Keywords: migration experiences, braceros, cultural matrices, Michoacan, oral history.
Introducción
El Programa Bracero (1942-1964) fue el resultado de una serie de acuerdos entre los gobiernos de México y Estados Unidos para permitir la contratación de mexicanos para laborar temporalmente en los campos agrícolas de este país. Según Jorge Durand (2007), 5 millones de hombres fueron contratados como braceros durante los más de veinte años de vigencia del Programa (Durand, 2007, p. 18).
Desde entonces y hasta la actualidad, los braceros han sido considerados generalmente como víctimas de la avaricia de los agroindustriales estadounidenses quienes los explotaron sin la menor consideración, o de las autoridades de México y Estados Unidos, quienes hicieron poca cosa por proteger sus derechos contractuales. Sin embargo, lo anterior resulta cuestionable al escuchar los testimonios de los ex braceros, quienes revelan que a pesar de la corrupción y explotación a la que fueron sometidos tanto en suelo mexicano como estadounidense, también hubo manifestaciones de resistencia y estrategias para sortear los obstáculos impuestos por las autoridades y empresarios involucrados en la operatividad del Programa. Asimismo, estos testimonios exponen a la migración como un proceso que se puede comprender mediante el análisis de los elementos culturales inherentes a los propios individuos que la viven. Por lo que el presente artículo tiene por objetivo mostrar la migración de tres michoacanos a los Estados Unidos durante el periodo del Programa Bracero, utilizando el concepto de matrices culturales para mostrar la relación que existe entre los sistemas culturales a los cuales pertenecen y sus experiencias migratorias. Con ello se busca privilegiar un enfoque analítico alejado de explicaciones generalizadoras sobre la migración durante el periodo de vigencia del Programa.
Las lecturas victimizantes de los Braceros
Richard Hancock (1959), comparaba el proceso de reclutamiento de los braceros con el repartimiento colonial. Así como el juez repartidor seleccionaba a los indígenas que debían trabajar forzosamente para los españoles, en el caso de los braceros el presidente municipal seleccionaba a los hombres que debían laborar para los agricultores estadounidenses. Según Hancock, ambos sistemas se parecían en cuanto a las duras condiciones a las que sometían tanto a braceros como a indígenas durante los traslados hacia los lugares de trabajo. Además, en el caso de que el bracero abandonara su lugar de trabajo, si bien al ser capturado no iba a ser torturado por medio de latigazos como sucedió con los indígenas durante el periodo de la Nueva España, sí iba a ser desterrado e impedido de regresar nuevamente a los Estados Unidos.
Por su parte Gilbert González (2006) observaba ciertos paralelismos entre el trabajo de los braceros en Estados Unidos y la explotación laboral colonial a la que fue sometida la población de la India y Argelia, por los imperios británico y francés, respectivamente. Entre dichas semejanzas encontraba “el control sistemático de los patrones sobre los empleados, segregación, la imposibilidad de organización laboral, la incapacidad de exigir mejores salarios ya fuera individual y colectivamente; de protestar, o cambiar de residencia o patrón” (González, 2006, p. 2). Los factores de expulsión de los migrantes mexicanos, eran atribuidos por González al expansionismo económico estadounidense de la época, que mediante una “conquista pacífica” en la forma de empresas transnacionales ferrocarrileras y mineras, establecidas en México durante el Porfiriato, asfixiaron económicamente a los habitantes de los pueblos rurales y los forzaron a migrar de sus lugares de origen, desplazamiento que fue posible gracias a las compañías ferrocarrileras estadounidenses que conectaron a distintas regiones de México con los Estados Unidos.
Sin embargo, la afirmación de González acerca de una supuesta inviabilidad para asociarse laboralmente como braceros contrasta con lo escrito por Robert C. Jones en 1946 (Durand, 2007). Jones mencionó que estos podían:
elegir sus propios representantes para tratar con el empleador, con el representante debidamente autorizado del gremio o sindicato de trabajadores, o con otras personas interesadas, en todo lo relativo a los asuntos originados por la interpretación o aplicación del Convenio (p. 135).
Además, los diarios de la época dan cuenta de paros laborales llevados a cabo por braceros, como ocurrió en Tracy, California, en 1960, cuando 18 braceros abandonaron el campo agrícola en el que laboraban, ya que estaban inconformes con el salario de 15 centavos que recibían por caja de tomate pizcado (US to probe bracero strike at Tracy Ranch, 1960, p. 1).
De lo anterior se desprenden ciertos contrastes entre el determinismo económico de estos autores como causas de una migración forzosa de mexicanos hacia los Estados Unidos, y lo que podemos considerar como una atracción por migrar a partir de la influencia de otros migrantes retornantes. Estos contrastes nos hacen cuestionarnos la explicación dada por Hancock y González y nos lleva a plantear la interrogante sobre si los flujos migratorios en el Estado de Michoacán, cuyo desarrollo comenzó a finales del siglo XIX, respondieron a factores de otra índole.
A su vez, estas formas de análisis nos hacen considerar otros tipos de relaciones, como lo son la comunidad de origen como uno de los factores determinantes en las experiencias migratorias, relación que consideramos pertinente desarrollar en el presente artículo.
Lo anterior se desprende de la idea de Luis González y González (1989) en torno a la existencia de una compleja diversidad cultural en el mundo rural mexicano, con cuando menos tres sistemas socioculturales: el indígena, el campesino y el ranchero (González y González, 1989, p. 24). Asimismo, Patricia Arias (2005) caracteriza al sistema indígena por un sentido de pertenencia fuertemente anclado en lo comunitario, adquirido por el nacimiento y ratificado “en el cumplimiento de deberes comunitarios, por la participación del sistema de cargos” (Arias, 2005, p. 21). Dado el incremento de la migración indígena a los Estados Unidos, a partir de la década de 1980, los rasgos anteriores se vieron profundamente alterados, aunque la forma de organización tradicional siguió constituyendo un rasgo de suma importancia, según lo constata la gran cantidad de indígenas que regresan a sus pueblos anualmente para cumplir con sus obligaciones comunitarias (Arias, 2005, p. 22).
A diferencia de la sociedad indígena, la campesina se caracteriza por “la debilidad del tejido social colectivo, el predominio de una actitud más individualista y secular que comunitaria y ritual” (Arias, 2005, p. 23). Además, esta sociedad se distingue por haber desarrollado en sus territorios una importante agricultura comercial, y haber luchado fuertemente durante la etapa de la Revolución, para hacerse de las tierras que trabajaban de forma asalariada. Según Arias, geográficamente las podemos ubicar principalmente, aunque no de forma exclusiva, en el bajío guanajuatense, el bajío zamorano, las tierras bajas de Morelos, así como los valles de Puebla y Sinaloa. Es por ello por lo que durante el reparto agrario llevado a su punto máximo durante la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940), surgieron comunidades identificadas con el agrarismo promovido por el Estado. Por otro lado, una de las características más importantes de las sociedades rancheras es su ubicación en las tierras altas de los Estados de Guanajuato, Jalisco, Michoacán y Veracruz. Asimismo, y según Luis González, se distinguen por descender de “antiguos pobladores y colonos españoles” (Arias, 2005, p. 25), cuyos oficios a los que principalmente se dedicaban eran el ganado, la mediería y el arrendamiento de ranchos, convirtiéndose posteriormente en propietarios de pequeñas extensiones de tierra. Además, las sociedades rancheras se caracterizan por los fuertes vínculos que han construido en torno a la iglesia católica, la cual ha intervenido incluso en la fundación de pueblos rancheros.
Según Arias, estos sistemas rurales no son estáticos ni excluyentes, sino que representan “distinciones que ayudan a pensar en que los universos y códigos culturales de los actores sociales tienen que ver en la construcción de sus modalidades, viejas y nuevas, de ser rural, pero también de pensar, vivir y transformar su rusticidad” (Arias, 2005, p. 19). Esta diversidad rural “es el resultado de procesos largos, de relaciones complicadas y cambiantes entre las mismas sociedades rurales y otras sociedades, así como con otros ámbitos, niveles y grupos sociales a través del tiempo” (Arias, 2005, p. 20).
Ampliando la explicación anterior, el antropólogo Esteban Barragán (2005) señala que las sociedades rurales son definidas por un proceso caracterizado por el desarrollo de un patrimonio cultural, el cual se compone por los bienes materiales y simbólicos utilizados por individuos o grupos sociales en su vida diaria. Dichos elementos, al ser valorados por sujetos o colectividades, adquieren el carácter de recursos materiales o cognitivos. Según Barragán (2005) “tales recursos materiales y cognitivos provienen de legados históricos redefinidos continuamente mediante prácticas diarias, de las relaciones de las personas entre sí al interior del mismo grupo social y con aquellos considerados diferentes, y en todos los casos, de las relaciones entabladas con su medio geográfico” (p. 13). De esta forma las sociedades rurales al transitar por un tiempo de larga duración y abarcar un gran espacio geográfico adquieren el carácter de matrices culturales, las cuales incluyen: indígenas, rancheros, empresarios agrícolas, jornaleros y afrodescendientes (Barragán, 2005, p. 13-14).
A partir de lo anterior, el presente artículo pretende reconstruir las experiencias migratorias de Anatolio Cruz, un ex bracero purépecha; Ignacio Oceguera, un ex bracero ranchero; y un ejidatario, José Valencia; todos ellos originarios de Michoacán, atendiendo al término de matrices culturales expuesto por Barragán. A cada una de estas matrices culturales corresponde una ubicación geográfica específica, y por lo tanto una cultura y filiación laboral particular, que determinaron de varias formas la experiencia migratoria de los braceros entrevistados.[1]
Cabe hacer mención que los testimonios utilizados en el presente artículo derivan de entrevistas practicadas en un lapso de cuatro meses, en distintas regiones del estado de Michoacán. Después de más de veinticinco sesiones de entrevistas a dieciséis informantes, se eligieron a tres ex braceros cuyas historias de vida, como veremos más adelante, resultan representativas de los sistemas culturales característicos de la ruralidad mexicana. Al reconstruir las historias de vida de estos ex braceros, establecimos las particularidades regionales que intervinieron en sus experiencias migratorias.
Ahora bien, según Velasco y Gianturco (2012), la historia de vida provoca que, al ser narrado un acontecimiento, el relator se posicione frente al hecho que se cuenta como un sujeto de la misma historia (p. 119-120). En este sentido, las historias de vida de los tres ex braceros seleccionados para la presente investigación nos ayudan a comprender la importancia que los narradores les otorgan a ciertos episodios de sus experiencias migratorias por encima de otros, mientras que al narrarlos ellos mismos se van auto reflejando como sujetos históricos dentro de la historia del Programa. Como veremos a continuación, en las narraciones de sus experiencias migratorias los informantes no solamente hablaron del Programa como meros testigos de las peculiaridades de una migración masiva institucionalizada, sino que al mismo tiempo lo evaluaron considerando las repercusiones que tuvo en sus vidas. Dicha evaluación no solamente parte del comienzo del proceso de reclutamiento, sino de la intervención de otros factores como la realidad vivida en sus lugares de origen y cómo ésta se modificó con su experiencia migratoria. Es decir, sus condiciones económicas antes de migrar, sus deseos de elevar su estatus social, su capacidad de agencia como migrantes, sus roces con autoridades de ambos lados de la frontera, los cambios ocurridos en sus vidas y las de sus familiares a causa de la migración, todo esto influyó en la manera en que perciben la historia del Programa Bracero.
Por su parte, Thomson (1999) indica que, en el caso de la migración, a diferencia de los estudios cuantitativos o sobre la creación e implementación de políticas migratorias, el testimonio oral refleja a la migración como un proceso complejo y muestra “cómo estas políticas y patrones se desarrollan a través de las vidas y relaciones sociales de individuos migrantes, familias y comunidades” (p. 28). Como lo propone este texto, las historias de vida de Ignacio Oceguera, José Valencia y Anatolio Cruz nos ayudan a entender la forma en que el Programa Bracero fue experimentado por tres individuos que tuvieron que sortear todo tipo de abusos tanto del lado mexicano como estadounidense en contextos históricos muy particulares: la Segunda Guerra Mundial y la Posguerra. Si bien podría parecer que el contexto anterior se vivió por igual tanto por nuestros ex braceros y millones de migrantes más, por el hecho de haber participado en un proyecto laboral con las mismas condiciones para todos ellos, la manera en que individualmente afrontaron dichas circunstancias los convierte en casos particulares dignos de un análisis histórico.
Asimismo, y si bien los testimonios de Ignacio, José y Anatolio no deben ser considerados como pruebas irrefutables de los hechos que narran, sí debemos de contemplarlos como la evidencia de tres experiencias migratorias depositadas en su memoria. Ésta, como lo expresa Abrams (2010) “no siempre es cien por ciento fidedigna o comprobable, sin embargo, su contenido no deja de ser verdadero para quien lo recuerda” (p. 79). En este sentido, las historias de vida que aquí se exponen reflejan la memoria de los narradores, no en un nivel meramente individual, sino colectivo, pues como lo expone Abrams (2010): “la memoria de una persona opera dentro un contexto mucho más amplio, que incluye a la memoria producida y mantenida por la familia, la comunidad y las representaciones públicas” (p. 79).
Por otro lado, resulta pertinente puntualizar que para el presente artículo, la categorización de las sociedades rurales planteada por Arias y por Barragán, servirá como una herramienta más para entender la complejidad de la migración durante el Programa Bracero, sin que por ello pretendamos afirmar que las matrices culturales presentes en las sociedades rurales, representan el único factor determinante en la manera en que se desarrollaron las experiencias migratorias expuestas en la presente investigación.
Selección de informantes
A continuación, se expone una brevísima semblanza biográfica de Ignacio, José y Anatolio para ilustrar las razones por los cuales sus historias de vida fueron seleccionadas con motivo de este ensayo.
El Ranchero
Nacido el 9 de enero de 1922 en La Laguneta, perteneciente al municipio de Tocumbo, dentro de una región tradicionalmente ranchera, Ignacio Oceguera Malpavón aprendió desde temprana edad a realizar las labores desempeñadas por la mayoría de los hombres del lugar: el trabajo en la ganadería como principal actividad, y la agricultura de manera complementaria. Ignacio recuerda cómo desde niño le ayudaba a su padre a arrear el ganado y ordeñar las vacas, propiedad de los rancheros para quienes su padre laboraba. Actualmente Ignacio vive en Santa Inés, territorio contiguo al municipio de Tocumbo, en donde radica de manera fija desde que se jubiló en Estados Unidos en 1984. Ignacio ha procreado cuatro hijos con su esposa Victoria Fernández Barragán, de los cuales uno falleció. Todavía soltero y analfabeto, Ignacio migró por vez primera a los Estados Unidos en 1943, junto con su hermano, dejando atrás a sus padres.
El Ejidatario
José Valencia nació en el año de 1917 en Los Ajolotes, comunidad que se constituyó como ejido en 1939 y que forma parte del municipio de Zacapu, Michoacán. A diferencia de los otros ex braceros entrevistados, cuando migró a Estados Unidos José era un ejidatario, lo que constituía un impedimento para ser contratado. En ese primer viaje José estaba casado y había procreado el primero de sus siete hijos. Sin embargo, José laboró en el Programa Bracero durante varios años a partir de 1945. Incluso, según lo narra, después de concluir el Programa en 1964, continuó laborando como inmigrante indocumentado de forma intermitente por aproximadamente treinta años más.
El Purépecha
Anatolio Cruz nació en 1935 en Comachuén, Michoacán, pueblo ubicado en el corazón de la Sierra Purépecha y densamente habitado por población purhé. Como lo menciona la antropóloga Lucía García (1984), Comachuén se considera uno de los antiguos pueblos tarascos entre cuyos habitantes predomina el idioma tarasco. Asimismo, la principal actividad económica entre sus habitantes es la agricultura, aunque la explotación de los bosques a pequeña escala también es practicada. Con una escolaridad que llegaba al cuarto año de primaria, Anatolio migró por vez primera como bracero en 1959, cuando ya estaba casado. En ese entonces tenía una hija y un hijo que ya cursaban la escuela primaria.
Las contrataciones
En el territorio ranchero ubicado entre Michoacán y Jalisco, de donde es originario Ignacio Oceguera, el párroco era la figura más socorrida, sobre todo durante las celebraciones religiosas, para tratar asuntos trascendentales de sus habitantes. Como lo menciona Barragán (1990): “igual se recurría a ellos por el consejo u orientación vocacional, como para solicitar financiamiento […] cuando el temporal era escaso, cuando las plagas atacaban sus cultivos o las enfermedades se cebaban en sus ganados” (p. 137).
Este poder ejercido por el párroco sería determinante para el inicio de la primera experiencia migratoria de Ignacio. Cuenta que fue a sus veintiún años cuando ya vivían en el pueblo de Santa Inés en 1943, ubicado a un lado de Tocumbo, cuando decidió contratarse como bracero en la Ciudad de México; sin embargo, al no contar con la aprobación de su padre, tuvo que recurrir a una autoridad aún mayor: el sacerdote. Fue entonces cuando el párroco se dirigió con un renuente Ezequiel Oceguera para comunicarle que había autorizado a sus hijos Ignacio y Daniel para que se fueran a los Estados Unidos, advirtiéndole a Ezequiel que con y sin su permiso: “puedo hacer que de todas maneras se vayan” (Ignacio Oceguera, entrevista, Santa Inés, Michoacán, 2015). Finalmente, Ignacio, su hermano y su padre, Ezequiel, se fueron a la Ciudad de México a contratarse.
De esa primera contratación en la Ciudad de México, Ignacio recuerda que en la explanada del centro de contratación había lo que él creyó ser “una plaga de piojos” que se podía observar en los troncos de los árboles, y que “había mucha suciedad en el centro de contratación en el DF”. El desalentador escenario de estas primeras contrataciones fue atestiguado por otros braceros, como Felipe Escalante, quien en 1943 alertaba en un telegrama al presidente Ávila Camacho que había personas durmiendo en las calles aledañas al estadio, y pedía que se ordenara abrir las puertas y se les permitiera ingresar para dormir adentro de él. Respecto al procedimiento de inspección y contratación, Ignacio manifiesta que el aspirante a bracero: “Entraba a cierto lugar ahí, como Dios lo echó al mundo, la ropa la desinfestaban […] y lo bañaban y antes de que salieran […] le daban la ropa que uno se había quitado […] ya salías contratado” (Ignacio Oceguera, entrevista, Santa Inés, Michoacán, 2015).
Después de esta desagradable primera experiencia, Ignacio y su hermano consiguieron la contratación; no así su padre Ezequiel, quien, debido a una pulmonía, tuvo que regresar a Santa Inés.
Otro ex bracero, José Valencia, se contrató como bracero en plena Segunda Guerra Mundial, al igual que Ignacio Oceguera, sólo que dos años después, en 1945. A pesar de la cercanía de los años en que ambos migraron por primera vez a Estados Unidos, la experiencia migratoria de José resulta muy distinta a la de Ignacio.
José era un ejidatario de Zacapu, Michoacán, un territorio con fuertes vínculos agraristas. Los intentos de miles de habitantes de este lugar por hacerse de las tierras pertenecientes a las familias propietarias, beneficiadas por la desecación de la Ciénega de Zacapu a finales del siglo XIX, trajo como consecuencia que dicha clase asalariada engrosara las filas del movimiento agrarista en la década de 1920, convirtiendo a la región de Zacapu en uno de los bastiones del movimiento en el Estado de Michoacán (Ramírez, 2009, p. 76-77). Esto se tradujo en violentos enfrentamientos entre ambos grupos, agudizados con el advenimiento de la Guerra Cristera en la década de 1920 pues el clero apoyaba a los terratenientes e intentaba desalentar a la población en la lucha por hacerse de sus tierras.
Cuando José decidió inscribirse en el Programa Bracero por primera vez en 1945, lo hizo obligado por la precariedad económica que él y su familia padecían. En este sentido, al preguntarle sobre las motivaciones que lo movieron a enlistarse en este Programa, José narra:
Hacíamos nuestras siembras, nos endrogábamos (sic), mientras hacíamos nuestras cosechas, y al último pos (sic) nos quedaba poco porque pagábamos lo que nos endrogamos (sic) […], yo era ejidatario, pero ya cuando me fui a contratar mi papá se entendió con la siembra, yo ya de ahí, me fui pa’(sic)contratar (José Valencia Ceja, entrevista, Los Ajolotes, municipio de Zacapu, Michoacán, 2014).
La situación económica de José y su familia era compartida por miles de campesinos mexicanos en el año de 1945. Si bien para ese momento gran parte de ellos habían sido dotados de tierras a través de la reforma agraria, no contaban con los insumos suficientes para hacerlas productivas ni los medios para adquirirlos. Por lo que al igual que José, para millones de mexicanos el Programa Bracero resultó una alternativa para obtener una salida a la difícil situación económica que enfrentaban (Massey et al., 2009).
En cuanto al siguiente ex bracero, Anatolio Cruz, su historia representa la experiencia migratoria de un purépecha que a diferencia de los dos migrantes anteriormente mencionados, sorteó otro tipo de obstáculos desde temprana edad, lo que posteriormente le permitió contratarse como bracero.
Según cuenta Anatolio, durante el periodo del Programa no fueron muchos los hombres de Comachuén que se contrataron como braceros, pues la barrera del idioma impedía que sus paisanos que no hablaban español se aventuraran a irse a los Estados Unidos: “en aquel tiempo no había muchos, unos 50 ó 60 por ahí, […] no iban porque mucha gente no podía hablar castellano, y no entendía, por eso no salían, porque en todas partes hablaban castellano y estos no sabían leer ni entendían castellano” (Anatolio Cruz, entrevista, Comachuén, municipio de Nahuátzen, Michoacán, 2015). A diferencia de ellos, Anatolio no tenía este impedimento cuando decidió contratarse como bracero, dado que de niño había sido enviado a la cabecera municipal de Nahuátzen para atender la primaria en una escuela bilingüe, en donde aprendió a leer y escribir en español. Esto le permitió ser contratado como bracero en 1959 no sin antes pasar por un obstáculo más impuesto por el gobierno mexicano.
A diferencia de Ignacio y José, en 1959 Anatolio obtuvo el derecho de ser contratado como bracero, pizcando 2,000 kilos de algodón para una empresa agrícola en Sonora. Para ese año, dicho estado se había convertido para los aspirantes a braceros en territorio de paso para laborar en Estados Unidos, pues el gobierno mexicano había establecido el sistema de Cartas de Control, que eran otorgados a aquellos mexicanos que pizcaran 2,000 kilos de algodón. Como lo menciona Sergio Chávez (2015), sólo mediante este documento podían contratarse al haber sido rechazados en su lugar de origen como aspirantes a braceros. Según el gobierno mexicano, el objetivo de dicho procedimiento era que los migrantes mexicanos ganaran dinero y aprendieran las técnicas para pizcar algodón, mientras los agricultores estadounidenses solicitaban nuevos braceros. Sin embargo, el requisito de las cartas de control también era una manera de proveer de trabajadores agrícolas a los poderosos rancheros sonorenses del Valle del Yaqui y asegurar el levantamiento de sus cosechas (Chávez, 2015).
Ante este requisito puesto en marcha para beneficio principal de los actores anteriormente mencionados, también hubo espacio para la reacción de los braceros. Como lo ha expresado Fitzgerald (2006), algunos testimonios de ex braceros revelan estrategias como el soborno para evitar la cuota de algodón establecida como requisito para obtener un contrato, o bien la alteración del peso de la cosecha, introduciendo tierra al costal, cuando el trabajo se pagaba por destajo. Por su parte, los braceros como Anatolio veían en el sistema de cuota una alternativa positiva para lograr obtener un contrato, ante las escasas oportunidades para conseguirlo en sus lugares de origen. En este sentido, coincidimos con Chávez, cuando afirma que el hecho de acudir a Sonora en aras de conseguir un contrato como bracero mediante la condición previa de pizcar 2,000 kilos de algodón representó un acto de agencia social o estrategia de los braceros y no simplemente un eslabón más de la cadena de explotación laboral a la que fueron sometidos los braceros (Chávez, 2015, pp. 279-280).
Vida y trabajo en Estados Unidos
Una vez contratado en 1943, Ignacio abordó el tren en la estación Buena Vista en la Ciudad de México con destino a los Estados Unidos junto con miles de braceros más. Desde que el tren comenzó su marcha, Ignacio fue testigo del miedo que imperaba entre sus acompañantes al dirigirse a un territorio sumido en la Segunda Guerra Mundial, y así “cuando empezó el tren empezaron a brincar. [Un bracero] estaba platicando por la ventana, sería su esposa […] cuando el cabrón tren pitó y empezó, que levanta la ventana y se brinca ahí” (Ignacio Oceguera, entrevista, Santa Inés, Michoacán, 2015).
Esa vez Ignacio fue contratado para laborar en Modesto, California, en la pizca de zanahoria, y según recuerda, las condiciones de alojamiento no fueron nada gratas. Recuerda que el sabor de la comida que le servían en aquel enorme galerón que compartía con miles de braceros más, era muy distinto al de los alimentos que consumía en su lugar de origen, pues en el rancho “no faltaba el trago de leche, el jocoque, el requesón, […] cocer una olla de atole de arroz” (Ignacio Oceguera, entrevista, Santa Inés, Michoacán, 2015). Asimismo, el cúmulo de personas que vivían con él en Modesto agudizaba aún más la incomodidad que sentía: “se me hacía una cosa rara pues, esas cosas, ese tumulto de gente y cómo vivía uno, yo ahí acostumbrado a vivir al campo, libre por allá por los cerros […]” (Ignacio Oceguera, entrevista, Santa Inés, Michoacán, 2015).
Una gran oportunidad llegó para Ignacio a los pocos días de haber llegado a Modesto. El administrador del campo laboral anunció a los braceros que un agricultor estaba solicitando a un sólo trabajador para la siembra y cosecha de frijol; y fue precisamente Ignacio quien aprovechó la oportunidad y aceptó la oferta. Esta experiencia le permitió a Ignacio disfrutar de mejor comida y hospedaje, pues manifiesta que en ese campo agrícola en el que laboró solamente vivían el dueño y él, por lo que gozaba de mejores atenciones. Lo más importante de esta experiencia es que Ignacio le hizo saber a su patrón que sabía ordeñar vacas a mano y realizar otras actividades ganaderas, por lo cual se ganó aún más su confianza:
Él tenía dos vacas allí, […] y empecé a ver que él las atendía, le dije ‘pues si yo también sé […] ordeñar […] yo le puedo ordeñar sus vacas para que no se levante temprano’ […] ‘¿si sabes ordeñar a mano?’ […] le dije ‘señor, […] yo en eso abrí los ojos’, ‘ah bueno pues si quieres’, me dijo […] Él se levantó ya tenía ahí donde dormía el balde con la leche de las vacas (Ignacio Oceguera, entrevista, Santa Inés, Michoacán, 8 de noviembre de 2015).
Como podemos observar, las raíces culturales de Ignacio le proveyeron de una experiencia laboral que no tuvieron la mayoría de sus compañeros braceros. Y esto le ayudó a mejorar sus condiciones de trabajo en Estados Unidos realizando actividades diferentes a la mera pizca de alimentos. Por lo cual, esta parte del testimonio de Ignacio sugiere que en ciertos casos los braceros llevaron a cabo labores que resultaban complementarias al trabajo agrícola, actividad exclusiva para la cual había sido creado el Programa junto con el trabajo ferroviario, este último alentado durante la Segunda Guerra Mundial hasta su conclusión en 1945. Estos límites fueron extendidos por los propios braceros y los patrones para beneficio de ambos, aunque de manera desproporcional. Es decir, y de acuerdo con la famosa obra de Ernesto Galarza publicada en 1956, Strangers in our fields, si bien el Programa estaba formalmente a cargo de los gobiernos de México y Estados Unidos, en la práctica los agroindustriales controlaban de facto su aplicación dentro de los campos laborales, lo cual derivaba en violaciones periódicas a las cláusulas de los contratos laborales. Sin embargo, estas desigualdades no permanecían sin ser contestadas por los braceros, y como en el caso de Ignacio, en algunas ocasiones estos buscaron sortear los obstáculos impuestos, utilizando los recursos provistos por la matriz cultural a la que pertenecían.
Al concluir el contrato después de un año de haber iniciado, el patrón de Ignacio le consiguió una nueva contratación a través de un amigo suyo que trabajaba en un establo. Al trabajar Ignacio en dicho lugar, se le abrió la posibilidad de aprender a utilizar maquinaria pesada como tractores y trilladoras. Esto significa que Ignacio continuó excediendo los límites del trabajo agrícola impuesto por las leyes que regulaban el Programa Bracero. Pero, además, el testimonio de Ignacio nos muestra que saber pizcar no representaba la única posibilidad de hacer dinero como bracero. Al poseer otras cualidades laborales aparte de levantar las cosechas, un bracero podía obtener un empleo mejor remunerado, bajo condiciones más favorables que el trabajo braceril y sin perder el estatus migratorio legal que los protegía ante las autoridades migratorias estadounidenses.
Fuera de lo laboral, la vida de Ignacio, según lo narra, continuaría sin mayores sobresaltos, enviando dinero a su padre, quien se lo guardaba, y haciendo visitas periódicas a Santa Inés. Todo esto cambió en el año de 1953, cuando su padre murió, y al año siguiente contrajo matrimonio con su actual esposa Victoria Fernández Barragán. Recién casados, Ignacio y Victoria se mudaron a Cuatitlán Izcalli, en el Estado de México, en donde Ignacio consiguió trabajo en una fábrica de asbestos. Después de un año regresó junto con Victoria a Santa Inés, en donde laboró en el desmonte, a cambio de recibir las dos terceras partes de lo que sembraba, entregando el resto al dueño de la tierra. Así transcurrió ese año hasta que en 1955 surgió nuevamente la posibilidad de migrar hacia los Estados Unidos gracias a una lista de preselección de braceros que se había autorizado específicamente para los habitantes de Santa Inés. Así fue como se contrató en un establo cercano a Modesto, California, en donde había laborado algunos años atrás hasta que su padre murió. Esa estancia como bracero duraría aproximadamente 32 meses, y al finalizar el contrato su entonces patrón le ayudaría a obtener su ciudadanía en Estados Unidos, la cual obtendría en 1958.
De esta forma, la bracereada había sido un trampolín para Ignacio y una manera de mejorar sus condiciones laborales a partir de la confianza ganada de sus patrones y de la creación de relaciones de solidaridad con sus compañeros de trabajo.
Por otro lado, al hablar de su experiencia braceril en Oregón en 1945, el bracero ejidatario José Valencia muestra cierta ambivalencia. Mientras que, por un lado, describe el ambiente tenso que se vivía en el campo en donde laboraba por su cercanía con algunas bases militares en plena Segunda Guerra Mundial, por otro lado, habla de condiciones de trabajo muy favorables e incluso de un trato indulgente por parte de sus patrones.
Laborar en Oregón durante Segunda Guerra Mundial significó un miedo constante ante posibles ataques enemigos, quizá debido a que el 9 de septiembre de 1942, es decir, tres años antes de la llegada de José a dicho Estado, un avión japonés había arrojado una bomba incendiaria sobre una zona boscosa cerca de la comunidad de Brookings, Oregón, constituyendo el primer ataque de este tipo sobre suelo estadounidense (James D. Olson, comunicación personal con el Coordinador de Defensa del Estado de Oregón, Jerrold Owen, 1942).
Todos los días venían los aviones […] y cada rato llegaban muertos ahí junto al campo de donde estaba, pues conté como unos 10 ó 12 cercas(sic) ahí, porque había banderas ahí de luto de los que mataban, e iban los representantes del cónsul a decirnos que arregláramos y pues que la gente más que nada callada por los ruidos de los aviones; que arregláramos papeles porque se iba a poner trabajoso, pero es que ellos se sentían re hinchados porque ya andaban peleando en agua (José Valencia Ceja, entrevista propia, Los Ajolotes, Michoacán, 2014).
Ahora bien, las condiciones a las que se enfrentó José en el estado de Oregón fueron muy particulares en el año de 1945. Dos años antes de su llegada las predicciones del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés) en cuanto a la productividad agrícola a nivel nacional eran muy pesimistas, ya que se afirmaba que sería imposible producir la cantidad de alimentos que la población demandaba (Gamboa, 1990), por lo que en el noroeste de dicho país se recurrieron a medidas extraordinarias, a la vez que se fijaron metas productivas altísimas. Particularmente en Oregón, en 1943 la industria agrícola se había propuesto como objetivo primordial el volumen de producción más elevado en la historia del Estado (Gamboa, 1990). Ante tales metas, la comunidad empresarial del noroeste estadounidense, fuertemente ligada a la agroindustria llevó a cabo acciones para incentivar el reclutamiento de estadounidenses en el trabajo agrícola, colocando anuncios de vacantes en algunos comercios o espectaculares, e incluso transmitiéndolos a través de medios audiovisuales. Si bien dichas medidas no rindieron los frutos deseados, en Oregón se logró el empleo de 15,284 mujeres para el trabajo agrícola (Gamboa, 1990, p. 45). Como lo expone José: “había viejillas que andaban trabajando, gringas, no había trabajo, toda la gente estaba, iban y venían los trenes” (José Valencia Ceja, entrevista propia, Los Ajolotes, Michoacán, 2014).
Después de cumplir su primer contrato de ocho meses como bracero, José regresó a la comunidad de los Ajolotes, en Michoacán. Para ese entonces el municipio de Zacapu había comenzado a sufrir profundos cambios socioeconómicos a raíz de la instalación de la compañía tabiquera Viscosa Mexicana en 1946 (después llamada La Celanese), cuya presencia trastocó fuertemente la economía de Zacapu, acelerando el desarrollo regional de la industria del tabique, para la cual los pueblos del municipio proporcionaron los insumos que requería y que abundaban en el territorio: agua, leña y barro (Mummert y Ramírez, 1988). Este proceso se tradujo a su vez en la incorporación de una gran cantidad de la población económicamente activa del municipio en el sector industrial, pasando de un porcentaje de 3.3% durante la década de 1940 a 13.7% en la de 1950 (Mummert, 1994, p. 45). Estos nuevos asalariados provenían de todos los pueblos que conformaban el municipio de Zacapu. Como lo expresa Gail Mummert (1994): “Al ganar un salario varias veces mayor que el de un jornalero y contar con prestaciones sociales, estos obreros sindicalizados pronto alcanzaron un nivel de vida visiblemente superior al promedio de la población” (pp. 54-55). Si bien lo anterior fue cierto, para José La Celanese no resultó una opción atractiva para buscar empleo por los siguientes motivos: “La fábrica nunca quise yo trabajar porque algunas veces, quise ir por invitación, pero toca que […] este, Pancho Duarte lo llevaron ciego por la plaza, ciego de la fábrica”, mientras refiere que al suegro de un ex bracero zacapuense también padeció de la vista a causa de laborar en dicha fàbrica. “No’ dije ‘vamos a la’, no pues esa gente se acabó pronto […] Si aquí me tienen todavía es porque yo a la fábrica no fui” (José Valencia Ceja, entrevista, Los Ajolotes, Michoacán, 2015).
Según Mummert (1994), el “contar con ingresos seguros y estables le abría al asalariado la posibilidad de mejorar el nivel de vida de su grupo doméstico y de asumir compromisos económicos de largo plazo” (p. 54), no obstante, para personas como José, las condiciones laborales impuestas por la Compañía Celanese eran consideradas de alto riesgo para su salud y, por lo tanto, más peligrosas que las experimentadas en los campos agrícolas estadounidenses. Luego entonces, no es de extrañar que José haya preferido migrar hacia los Estados Unidos, lejos de su lugar de origen, que permanecer trabajando en Zacapu en La Celanese.
José recuerda que no duró mucho tiempo sin que la necesidad económica nuevamente lo llevara a migrar hacia Estados Unidos como bracero:
Un año no fui, y al tercer año me fui porque empezó a padecer mi papá y se murió, yo quedé endrogado (endeudado), acabé la cosecha, y me fui, caí a Texas, ahí a un lado de Mission […] y luego ahí cayó un huracán y fregó el algodón, y trabajamos como 17 días y luego el patrón nos dijo que nos iba a recontratar y nos sacó ahí al campo de contratación y de ahí nos mandaron a West, al algodón (José Valencia Ceja, entrevista, Los Ajolotes, Michoacán, 6 de julio de 2014).
Si bien José no recuerda con exactitud el año en que migró a Texas, por los años que menciona que transcurrieron entre su regreso de Oregón a Los Ajolotes y su segunda contratación como bracero nos hacen suponer que fue en 1949 cuando arribó a Texas. Este año había sido crítico para el Programa Bracero, pues se había firmado un acuerdo “transitorio” entre Estados Unidos y México para prorrogar su vigencia, pero ahora con un cambio sustancial respecto al acuerdo inicial vigente de 1942 a 1947: en vez de contratar a braceros reclutados en México, ahora se contratarían preferentemente a los mexicanos que se encontraban laborando en Estados Unidos de manera irregular.
Por su parte, el purépecha Anatolio Cruz vivió en carne propia los riesgos de laborar en los campos agrícolas de Arizona. Recuerda que fue durante la segunda vez que había salido de Comachuén como bracero, cuando sufrió un grave accidente en el camino hacia la ciudad de Somerton, proveniente de Yuma, Arizona:
[…] el chofer traía ahí algodón atrás, entonces un coche se atravesó, y el carro se atrancó […] y la gente se fue toda, unos encima, pero el tubo en el que venían agarrados se quebró y me dio por aquí en la nuca […] un golpe duro pues, pero el día siguiente el mayordomo me llevó a Somerton a la clínica, y estuve como unas tres semanas o unos quince días y ya quedé bien, entonces ya me hicieron trabajar, me pagaron, y me echaron para afuera (Anatolio Cruz, entrevista, Comachuén, Michoacán, 27 de septiembre de 2015).
Los efectos de este accidente posteriormente se agudizaron aún más cuando al montar un toro en Comachuén, como habitualmente lo hacía para divertirse, el animal le cayó encima, ocasionando una sordera permanente, al caer de cabeza.[2]
Ahora bien, a diferencia de José e Ignacio, Anatolio no regresaba directamente a su lugar de origen una vez que terminaban sus contratos en Estados Unidos, sino que se dirigía a varias partes de México en busca de trabajo como pizcador mientras se contrataba nuevamente como bracero. Esta era la manera en que Anatolio sorteaba la precariedad laboral que existía en Comachuén.
Además, y como ya se mencionó anteriormente, a diferencia de los otros braceros de los que trata este capítulo, la lengua materna de Anatolio era el purhépecha y no el castellano, por lo que este idioma aprendido durante su infancia fue utilizado por él como una herramienta que utilizó a su favor durante su experiencia migratoria:
[…] como yo hablaba castellano entonces me juntaba con cualquiera por allá, y yo era muy astuto para hablar a la gente, yo pronto vi a los que eran malditos y no me juntaba con ellos, o no les hacía caso, había también buena gente de por ahí de la frontera, pero […] yo no les confiaba mucho porque uno se fue y estaba por allá por California, como dos o tres años, fue a despedirse de otros amigos de por allá, y éstos lo mataron en la noche, le picaron todo y […] luego estos lo trajeron aquí, porque allá los quemaban (Anatolio Cruz, entrevista, Comachuén, Michoacán, 2015).
En este sentido, Anatolio deja entrever que era muy consciente de la importancia del idioma como mecanismo de defensa ante los peligros de la bracereada, y de cómo el castellano le permitía entablar relaciones personales con otros braceros para prevenir algún infortunio; pero además para un purépecha el idioma español resultaba un arma para poder adquirir una mayor capacidad de agencia respecto a los purépechas que no lo hablaban. Como lo expresa Mireya Loza: “Para los braceros indígenas dominar el idioma castellano significaba el acceso a vías de incorporación social dentro del Programa, y les permitía hasta cierto punto hacer amistades con braceros mestizos y méxico-americanos” (Loza, 2010, p. 78). El idioma se convertía entonces en una necesidad para aminorar, aunque fuera un poco, la discriminación a la que eran sometidos los braceros indígenas.
Esta conciencia purépecha de la importancia de conocer el idioma castellano llevó a Anatolio a intentar derribar otra barrera, ahora impuesta por el desconocimiento del idioma inglés. Recuerda que esto lo logró mediante la compra de “un librito que estaba escrito en español y en inglés” (Anatolio Cruz, entrevista, Comachuén, Michoacán, 2015), y así, según él “les medio entendía, les hablaba, ‘buenos días’, así en inglés”. Sin embargo, al estar en Estados Unidos se dio cuenta de que hablar inglés no era tan necesario, pues, por ejemplo, en las tiendas en donde compraba ropa u otros objetos había personal que hablaba español. No obstante, del testimonio de José Valencia se desprende la importancia que tuvo en ciertos episodios de la bracereada el conocimiento del idioma inglés. Cuenta que su compadre Ciro Castro había acudido con él a las contrataciones en Uruapan en 1945, pero fue rechazado por no cumplir con los requerimientos físicos establecidos por el Programa. Sin embargo, dado que sabía inglés logró comunicarse con los estadounidenses que en esos momentos supervisaban el proceso de contratación. Finalmente les explicó que “iba recomendado” desde Zacapu y fue contratado como cocinero para trabajar en Idaho (José Valencia Ceja, entrevista, Los Ajolotes, Michoacán, 2015).
Prácticas de resistencia en los campos agrícolas
Como lo expone Bourdieu, los que monopolizan las relaciones de fuerza “se inclinan por las estrategias de conservación de dicho estado […] mientras que los menos provistos de capital […] se inclinan por las estrategias de subversión” (Bourdieu, 2008, p. 114). En el caso de José y Anatolio, sus experiencias en los campos agrícolas estadounidenses demuestran las estrategias de subversión que se implementaban para contrarrestar las condiciones adversas impuestas por sus patrones. La subversión y el reclamo por el respeto a sus derechos laborales no es algo que se circunscriba únicamente al periodo del Programa, pues en la actualidad miles de ex braceros continúan una lucha iniciada a mediados de la década de 1990 en diversos estados del país, debido a la falta de pago de un fondo de ahorro constituido por el diez por ciento de las ganancias obtenidas como trabajadores agrícolas temporales en los Estados Unidos durante el tiempo que laboraron como braceros. Si bien, en el año 2005 lograron que se creara un fideicomiso mediante el cual se recibirían la cantidad de $38,000.00 pesos como “apoyo social”, en la actualidad existen 40,000 ex braceros que cumplieron con todos los requisitos para cobrar dicho dinero sin que hayan recibido pago alguno (Schaffhauser, 2018, p. 209), y peor aún, dicho fideicomiso fue eliminado en el 2020 por los actuales legisladores federales.
Ahora bien, es difícil determinar las razones por las cuales, a diferencia de Ignacio, tanto como José como Anatolio manifestaron haber implementado acciones individuales o colectivas para contrarrestar los abusos de sus patrones. Las penurias en mayor o menor grado habían estado presentes en las vidas de nuestros tres ex braceros, por lo que argumentar que los actos de resistencia se debieron a una lucha impulsada desde la necesidad económica no es suficiente para explicar lo anterior, pues a diferencia de José y Anatolio, Ignacio optó por obtener mayores beneficios de su estancia en Estados Unidos a través de la búsqueda de la diversificación de las actividades labores. Por lo cual, la atribución de Ignacio al mérito individual como medio para sortear los obstáculos impuestos por las condiciones de facto del Programa, nos remiten a las matrices culturales de las cuales provienen nuestros tres ex braceros. A través de ellas, es posible explicar a las reacciones que todos ellos tuvieron ante las condiciones labores y de vivienda en Estados Unidos.
Como vimos anteriormente, el municipio de Zacapu había sido un bastión de la lucha agrarista y, por lo tanto, antagonista a los intereses de los hacendados y de su poderoso aliado, el clero. En el caso de la memoria de José, como hemos visto, gravita un fuerte discurso agrarista y anticlerical que remite a las contradicciones características de Zacapu que existían entre la élite agrícola y los peones antes de la desaparición de las haciendas ubicadas alrededor de su territorio. Durante la Guerra Cristera, esta lucha también encontraría su expresión en el magisterio, oponiendo el clero a los agraristas una educación que fomentaba el rechazo a las acciones emprendidas por éstos. Por lo cual, los agraristas hicieron lo propio bajo el liderazgo del prominente agrarista, Primo Tapia, fundándose escuelas federales a lo largo de Zacapu que comenzaron a imponerse sobre las religiosas (Ramírez, 2009). En estas escuelas José estudió por las tardes por un periodo muy breve, después de trabajar con su padre en el campo. No obstante, logró aprender a leer, escribir y realizar operaciones matemáticas básicas. Quizá este pasado de luchas encarnizadas por la tierra y de una evidente politización de la población zacapuense es que podemos entender las manifestaciones de hartazgo de José; como cuando en una ocasión, mientras se encontraba laborando como bracero en Fresno, California, se presentó en el campo laboral el representante del cónsul mexicano, ocasión que aprovechó José para increparlo por las pobres condiciones laborales en que se encontraban sus compañeros y él:
Ahí estuvo el representante del cónsul recibiendo la gente, éramos como unos dos mil meloneros, trabajábamos cuatro horas, seis, doce, sacábamos los cheques, libres de a cincuenta dólares, y todavía me querían hacer moroso un día, yo le dije ahí […] ’muy malamente […] que traten la gente así, […] nosotros venimos a levantar el trabajo para conseguir para la familia, ¿qué mandamos?, apenas nos quedan para los cigarros’. Yo nunca les he tenido miedo a los políticos, […] allí le dije, ‘ahora, la comida que nos dan qué, puros caldillos ahí, puras zanahorias y papas picadas con caldillos’, ¿pues qué comidas nos dan a nosotros?, le dije, el cónsul de México […] está negociando con ustedes(sic) con las cocinas (José Valencia Ceja, entrevista, Los Ajolotes, Michoacán, 2015).
Al manifestar José que nunca se ha sentido intimidado por políticos, parece indicar una politización de su persona proveniente de la historia de su propio lugar de origen, una politización que no es característica de la sociedad de la que proviene Ignacio, y que acompañaría a José en las décadas siguientes a su regreso definitivo de los Estados Unidos.
En el caso de Anatolio, sus constantes referencias políticas también parecen hacer eco de un pasado lleno de luchas agrarias. Estos conflictos que se remontan hasta el siglo XVII, cuando pobladores indígenas de Comachuén invadieron las haciendas de Nahuátzen, continuaron a lo largo del siglo XIX, cuando al promulgarse la Ley Lerdo de 1856 se expropiaron las tierras comunales de los indígenas y se dejó en estado de indefensión a aquéllos que no reivindicaron sus tierras dentro del plazo legalmente establecido (Cipriani, 2009, p. 156). No fue sino hasta la promulgación de la Constitución de 1917, cuando se reconoció la propiedad ejidal de los pueblos indígenas, que se logró instalar el carácter comunal de la propiedad de la tierra, anteriores a las políticas individualizadoras liberales. Sin embargo, los conflictos intercomunitarios de los pueblos purépechas continuaron, por lo que resultó muy difícil la restitución de las tierras durante el proceso de repartimiento agrario, y así los conflictos entre Nahuátzen y Comachuén, entre otros pueblos continuaron a lo largo del siglo XX. Incluso, estas disputas han alcanzado “tonos más drásticos, con venganzas cruzadas, daños importantes, odios profundos” (Cipriani, 2009, p. 162). El testimonio de Anatolio evoca este clima violento, además de su animadversión hacia el agrarismo:
[A los agraristas] el gobierno les había dado armas, eran como defensas por eso mataban a los pobres que no traían pues nada, a ellos no los mataban porque les tenían miedo pues, y luego éstos salían de noche, andaban de noche, se emborrachaban, mataron a dos hermanos de mi papá, mis tíos pues, los colgaron uno allá (Anatolio Cruz, entrevista, Comachuén, Michoacán, 2015).
Es sorprendente que este tipo de referencias estén ausentes en el testimonio de Ignacio, pues no refiere ningún reclamo o estrategia implementada durante su paso por los Estados Unidos, como las aludidas por José o Anatolio. Aunque lo anterior resulta entendible si tomamos en cuenta las matrices culturales de donde provienen estos dos. Así tenemos que Santa Inés, al igual que los otros pueblos rancheros al suroeste del municipio de Tocumbo, Michoacán, se han caracterizado por su aislamiento geográfico y político respecto a los gobiernos de los tres niveles. Es decir, y de acuerdo con el antropólogo Esteban Barragán “se trata de una sociedad que ha permanecido al margen de la dinámica nacional, pero se ha visto afectada indirectamente por un ‘progreso’ que queda fuera de su alcance, por el proceso de modernización que sólo puede verse de lejos y desde abajo” (Barragán, 1990, p. 41). Por lo tanto, las relaciones con instituciones de gobierno “son mínimas” (Barragán, 1990, p. 51). Quizá por esto es por lo que, a diferencia de José, para Ignacio el balance de laborar en Estados Unidos dependía de una cuestión personal y no del actuar de las autoridades responsables de su vigilancia. Esto lo dejó muy en claro cuando se le preguntó si había notado cierto deterioro en las condiciones laborales y de vivienda como bracero después de la Segunda Guerra Mundial. Para Ignacio la percepción de lo anterior dependía “del comportamiento de la persona […] si es un mal trabajador, usted ocupa un trabajador y lo quiere de planta allí, le falla, el día del cheque va y se gasta lo poco que gana en la semana, al día lunes ya ni se presenta” (Ignacio Oceguera, entrevista, Santa Inés, Michoacán, 2015).
Por lo anteriormente dicho, podemos afirmar que, en cierta medida, la forma en que se afrontaban las penurias vividas como braceros reflejaba la experiencia histórica y la matriz cultural de su lugar de origen. Estos elementos eran exteriorizados por José y Anatolio al momento de participar en actos de resistencia, ya fueran ocultos o visibles; o bien, conformaban una agencia social que utilizaban para mejorar sus condiciones laborales, como en el caso de Ignacio.
Estas reacciones no se pueden minimizar pues dejan al descubierto que cuando menos en algunas ocasiones las injusticias cometidas por los patrones fueron mitigadas a través de acciones de insubordinación, y aunque con consecuencias menores para los patrones, cuando menos aminoraron la subordinación de los braceros. En este sentido, estamos de acuerdo con la crítica que realiza James C. Scott a la teoría de la válvula de escape según la cual “la manifestación sin riesgos de la agresión conjugada con la fantasía, los ritos o los cuentos populares produce la misma o casi la misma satisfacción (y por lo tanto, la misma reducción de presión) que la agresión directa contra el objeto de la frustración” (Scott, 1990, pp. 220-221). En contra sentido creemos como Scott que, así como las élites dominantes intentan subordinar a los dominados simbólicamente mediante la exigencia de gestos de obediencia en forma de “respeto, conducta, actitud, fórmulas verbales y actos de humildad” (Scott, 1990, p. 222), también llevan a cabo un proceso de apropiación mediante la extracción de “impuestos materiales en forma de trabajo, granos, dinero en efectivo y servicios” (Scott, 1990, p. 222). Ante esto “la resistencia, como la dominación, pelea en dos frentes a la vez. El discurso oculto no es sólo refunfuños y quejas tras bambalinas: se realiza en un conjunto de estratagemas tan concretas como discretas, cuyo fin es minimizar la apropiación” (Scott, 1990, p. 222). En el caso de las estrategias de insubordinación oculta llevadas a cabo por José al alterar el peso de la cosecha para compensar el intento de la empresa agrícola de engañarlo, al alterar la calibración de la báscula; o bien de forma visible por Anatolio, al participar en un paro de labores por la demora en el pago de su trabajo como Bracero, estimamos que ambos casos constituyeron luchas como las ejemplificadas por Scott, ocurridas en un contexto de combate derivado de una explotación material.[3]
Conclusiones
Las historias de vida presentadas a lo largo de este artículo permiten entender la diversidad de elementos que determinaron las experiencias migratorias de los braceros michoacanos. Mientras que para José Valencia se tradujo en una oportunidad para migrar a Estados Unidos como bracero, y así incrementar sus ingresos, en el caso de Ignacio y Anatolio, los rasgos culturales de sus lugares de origen fueron factores determinantes en ciertos momentos importantes de su experiencia migratoria. Las actividades ganaderas aprendidas desde temprana edad por Ignacio le permitieron mejorar sus condiciones laborales en Estados Unidos, mientras que, en el caso de Anatolio, el conocimiento del castellano fue un factor decisivo que a diferencia de otros habitantes de Comachuén, le permitió contratarse como bracero.
Por otro lado, las historias de vida muestran las estrategias que utilizaron ex braceros michoacanos en ciertos episodios adversos en Estados Unidos.
Finalmente, podemos argumentar que, si bien las condiciones laborales del Programa Bracero fueron en muchos sentidos adversas, sería erróneo concluir que los braceros nunca reaccionaron ante las mismas, como si hubiesen sido una manada de ovejas que aceptaban su condición de inferioridad de forma estoica. Como se expuso en este artículo, también existieron braceros que hicieron uso de una agencia social que les permitió superar ciertos obstáculos impuestos por los gobiernos de México y Estados Unidos, así como de los agroindustriales estadounidenses, que les impedían obtener mayores beneficios durante sus experiencias migratorias.
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Entrevistas
- José Valencia Ceja, entrevista propia, Los Ajolotes, Michoacán, 6 de julio de 2014.
- Anatolio Cruz, entrevista propia, Comachuén, Michoacán, 27 de septiembre de 2015.
- Anatolio Cruz, entrevista propia, Comachuén, Michoacán, 3 de octubre de 2015.
- Ignacio Oceguera Malpavón, entrevista propia, Santa Inés, Michoacán, 8 de noviembre de 2015.
- Ignacio Oceguera Malpavón, entrevista propia, Santa Inés, Michoacán, 10 de noviembre de 2015.
- Ignacio Oceguera Malpavón, entrevista propia, Santa Inés, Michoacán, 20 de noviembre de 2015.
- Archivos Hemerográficos
- US to probe Bracero strike at Tracy Ranch. (6 de octubre de 1960). Lodi News-Sentinel. Recuperado de: https://news.google.com/newspapers?nid=2245&dat=19601006&id=S28zAAAAIBAJ&sjid=fe4HAAAAIBAJ&pg=5981,345644&hl=en.
[1] Si bien el caso de José, al ser ejidatario, lo coloca en una clasificación más cercana a la dada por Arias, apelamos al carácter dinámico del mundo rural y de sus clasificaciones para situarlo como una matriz cultural como es expuesta por Barragán. Lo anterior con base en el patrimonio cultural particular, plenamente identificable en las sociedades ejidales.
[2] Cuando menos en California, las lesiones e incluso las muertes de braceros a causa de accidentes automovilísticos “ocurrían cada temporada de cosechas”, según lo manifestaba un activista en pro de los derechos de los migrantes mexicanos el 19 de septiembre de 1963. Dos días antes, 28 mexicanos habían muerto y más de 30 resultaron heridos, cuando el camión que los transportaba fue arrollado por un tren en el Valle de Salinas, California. Associated Press, “Migrant Deaths In Rail Crash Set Off Protest”, The Tuscaloosa News, 19 de septiembre de 1963. Disponible en: https://news.google.com/newspapers?nid=1817&dat=19630919&id=SxcfAAAAIBAJ&sjid=-JoEAAAAIBAJ&pg=5037,2489696&hl=en.
[3] En el caso de José, la resistencia se asemeja al ejemplo expuesto por Scott, en donde los esclavos y los campesinos, robaban o se ausentaban del trabajo; y en el caso de Anatolio, cuando estos recolectaban granos o practicaban la caza furtiva, de manera ilegal.
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Mexicano. Maestro en Historia Internacional por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), México. Actualmente es catedrático en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC), México. Líneas de investigación: historia de la migración México-Estados Unidos. Contacto: acristerna@uabc.edu.mx.