Primera época, número 7, enero-junio 2019, pp. 34-53.
Autor: Francisco Hernández Galván.1
Resumen2
El presente texto sostiene una reflexión sobre las relaciones entre la sexualidad y el espacio, entendiendo que el entramado que las mismas forman es complejo y diverso. Dado que los significados, las representaciones, los discursos y las prácticas que se desarrollan en esta imbricación operan de manera heteróclita, buscar aquellos instrumentos —epistémicos, teóricos y metodológicos— que den cuenta de esas relaciones no es una tarea sencilla. Por esta razón se propone problematizar y atender de manera teórico-metodológica la relación planteada líneas arriba. Por ejemplo, una imbricación existente entre el espacio y la sexualidad se encuentra en el estudio de los desplazamientos, físicos y simbólicos. Si bien todos los sujetos nos desplazamos por y en el espacio —de un lugar a otro, de una zona a otra—, de manera más o menos permanente. Existen desplazamientos que realizamos con fines particulares: la huida, la fuga, el anonimato, el exilio permiten reflexionar y explorar las figuras del desplazamiento.
Palabras clave: Desplazamiento, Espacio social, Sexualidad, Deseo, Ciudad.
Homosexuals in movement: reflections on desire and displacement
Abstract
The present text sustains a reflection between sexuality and space, understanding that the framework is complex and diverse; the meanings, the representations, the speeches and the practices that are developed in this imbrication operate in a heteroclite way, so looking for those instruments —epystemic, theoretical and methodological— that account for these relationships is not a simple task. For this reason, we propose to problematize and address in a theoretical-methodological manner the relationship proposed above. An existing relationship between space and sexuality is found in the study of displacements. Although all subjects move around and in space —from one place to another, from one area to another— some displacements are made more or less permanently. In this sense, there are displacements made by certain subjects with particular purposes: flight, escape, anonymity, exile as examples of it, allow us to reflect on these figures.
Keywords: Displacement, Social space, Sexuality, Desire, City.
La imaginación sobre los lugares
«La temporalidad de la circulación no es continua o indefinida: es puntual. Hay distintos momentos y ritmos desde los cuales es posible medir la distancia en el tiempo».
—Michael Warner, Público, públicos, contrapúblicos, 2012.
Deseo comenzar esta reflexión con un fragmento de la novela autobiográfica del sociólogo francés Édouard Louis, Para acabar con Eddy Bellegueule (2015), puesto que en la lectura del anterior texto encuentro varias aproximaciones e interrogantes que tienen que ver con los desplazamientos de los sujetos que entrevisté y, parafraseando a Louis, sobre cómo su homosexualidad los condujo a plantearse huir de su lugar de origen. En este sentido, lo que a Eddy Bellegueule le preocupaba desde los primeros años de su infancia hasta la juventud eran las «inconsistencias» que su comportamiento experimentaba, algunas de las cuales lo posicionaban en oposición al comportamiento habitual de los varones de su comunidad —un pequeño asentamiento ubicado al norte de Francia—. Consiguientemente, Bellegueule, señala: “de mi infancia no me queda ningún recuerdo feliz” (2015: 43). Los comportamientos que se reflejaban y con los cuales él estaba en desacuerdo eran un conjunto de prácticas corporales que socialmente están vinculadas con lo femenino o con «lo propio de las mujeres», por ejemplo, mover las manos reiteradamente, juguetear con el cabello, caminar con soltura, hablar con un tono de voz más agudo.
Él estaba en desacuerdo con esos comportamientos debido a que los sentenciaban negativamente diversas figuras sociales: su familia, sus vecinos/as, sus compañeros/as de escuela… sus maestras/os. Lo anterior devino en que, una vez en la primaria, lo abordaran con la pregunta: ¿Tú eres el marica? En consecuencia, Bellegueule, formuló la reflexión siguiente:
Esa pregunta, al hacérmela, me la grabaron para siempre, como un estigma, como eso que los griegos marcaban en el cuerpo, como un hierro al rojo o con un cuchillo, a los individuos que se apartaban de la norma y eran un peligro para la comunidad. Imposibilidad de librarme de ella. Lo que se me quedó clavado fue la sorpresa, y eso que no era la primera vez que me decían algo así. Nunca se acostumbra uno a que lo insulten (Louis, 2015: 15).
El encorsetamiento en las formas sociales y culturales en las que se tienen que mover y comportar los cuerpos —de varones y de mujeres— se desglosa en una matriz de clasificación corporal, esto es, de unos cuerpos adecuados a las exigencias sociales y otros cuerpos que se clasifican en los márgenes de la abyección. Sin embargo, lo que interesa en el siguiente escrito tiene que ver con lo que pensó Bellegueule al no poder encajar en la normativa social: “huir era la única posibilidad que se me brindaba, la única a la que me veía reducido” (2015: 168). Las anteriores afirmaciones nos dan los elementos para empezar a problematizar las relaciones que tienen que ver con la sexualidad y el espacio social, ya que la narración de Édouard Louis muestra datos empíricos de cómo algunos varones perciben como única posibilidad de ser homosexual el desplazamiento fuera de su lugar de origen y, esto, tiene que ver estrechamente con la noción de espacio.
El anterior orden de ideas nos conduce a considerar las relaciones entre la sexualidad y el espacio, entendiendo que el entramado es complejo y diverso; los significados, las representaciones, los discursos y las prácticas que se desarrollan en esta imbricación operan de manera heteróclita, por lo que buscar aquellos instrumentos —epistémicos, teóricos y metodológicos— que den cuenta de esas relaciones nos invita a reflexionar sobre las nomenclaturas espaciales que se inscriben en las sexualidades, que podemos darles la adjetivación de sexualidades espacializadas o aquellas espacialidades sexualizadas. Parece pertinente aseverar que en cada conglomerado socio-espacial existan formas determinadas de prácticas socioculturales. Es decir, los sujetos han aprendido a moverse, a hablar y a conducirse en los espacios en los cuales fueron socializados. En este sentido Javier, uno de los sujetos que entrevisté, relata: «sabía que en mi pueblo jamás podría jotear, si lo hacía inmediatamente la gente me vería feo o alguien me podría decir algo desagradable. Son cosas que uno ha aprendido, no sé si desde niño, pero uno lo ha aprendido en algún lado», para continuar aseverando: «uno sabe lo que tiene permitido hacer en la casa con tu familia, en la escuela con tus amigos o en la calle cuando estamos solos y creo que lo tiene más presente un homosexual».
Caracterizar al espacio es tratarlo no como mero soporte material de la sociedad, sino que es éste el que dinamita el carácter iterativo de los sujetos ya que es productor de prácticas sociales, tal como lo ha señalado Javier. El espacio o lo que interesa del espacio es saber qué prácticas se desarrollan en él, ¿por qué y cómo se llevan a cabo ciertas prácticas sociales en temporalidades específicas y no en otras?, ¿en qué registro podemos leer esas prácticas urbanas? Es decir, la urbe se apropia del tiempo y del espacio, desarrollada en una danza fragmentada que nos permite realizar actividades y apropiaciones físicas y simbólicas. De ahí que no sea tautológico decir que el espacio restringe las prácticas que se desarrollan en él.
Ahora bien, en clave de desplazamiento, el espacio es la “superficie [que] produce deslizamientos de los que resultan infinidad de cruzamientos y bifurcaciones” (Delgado, 1999: 26). Ahí se enmarcan las prácticas, las significaciones y las representaciones que realizamos, es el gran escenario donde personalizamos nuestra «estilización corporal». El espacio es un sistema complejo, altamente jerarquizado, contradictorio y diferencial, en él transcurre la existencia y por lo tanto mantiene un núcleo de disoluciones y simultaneidades; recalcitrante en su imbricación simbólico/material; campo de tensión y disputa, de génesis segregativa —que distribuye cuerpos en sus contornos y produce imaginarios en torno a ellos—; (con)forma territorios situacionales, genera relaciones sociales, valores culturales y crea lugares de identidad social (Lefebvre, 1968: 2013; Castells, 1971; Delgado, 1999, 2013; Goffman, 1979; Bourdieu, 1990, 2015).
El espacio es complejo en su trazo urbano-arquitectónico y su trazo de socialidad. Las ciudades y los espacios son significados de maneras infinitas. Por supuesto que, al habitar, moverte o desplazarte a otro lugar se generan expectativas y distinciones con los lugares de origen. Podemos imaginar otro lugar, podemos visualizar esos grandes conglomerados urbanos y la representación que viene a nuestra memoria tras el ejercicio. Pensemos en Buenos Aires, Argentina; en New York, Estados Unidos de Norteamérica; São Paulo, Brasil o, también, la Ciudad de México, México. ¿Qué viene a nuestra memoria?, ¿cuál es la representación? Seguro que habrá similitudes y abismales diferencias. Pero imaginamos una ciudad inmaculada en su estilo, que en un particular eje es ‘mítica’ —ya que guarda algo de desconocimiento y extrañeza—. Sin embargo, este ejercicio es con el fin de observar con detenimiento cómo trabaja nuestra imaginación en función de esas representaciones que tenemos de las ‘Grandes Ciudades,’ e intentar, de alguna forma, reflexionar y relacionarlo con el imaginario que tuvieron los sujetos (que este texto presenta) al pensarse en otro lugar. Así Rodrigo expresa: la ciudad me hacía pensar en un mundo diferente. Con personas sin conocer, con personas desconocidas. Un lugar grande lleno de extraños. Lo que comenta Rodrigo es el imaginario de una ciudad grande en sus dimensiones, distinta al lugar de crecimiento y con sujetos igualmente distintos al lugar de origen. Incluso comenta que imaginaba un lugar habitado por sujetos extraños. Es decir, sujetos desconocidos.
En una ocasión me encontraba con Rodrigo en su casa. Un departamento ubicado en los márgenes de la ciudad de Puebla, que rentaba en una zona popular a la que él se refería como una «zona de los barrios bajos de la Puebla», eso lo corroboraban otras personas que comentaban que esa zona era un lugar peligroso, inseguro e incluso feo (en términos estéticos). El lugar era una vivienda de interés social. Rodrigo habitaba allí por ser accesible en términos económicos, aunque alejado del centro de la ciudad, de la universidad, entre otros espacios frecuentados por él.
Lo padre de los lugares a los que llego es que nadie tiene idea de quién soy o lo que hago y tampoco quieren saberlo, creo que la mayoría de todas las personas están tan metidas en sus vidas que no les interesa conocer quién es el nuevo vecino, los encuentras en los pasillos y pues, les dices que los buenos días o algún saludo, pero más allá de eso no saben absolutamente nada de ti, es más ni tu nombre (Entrevista, Rodrigo, 2016).
El lugar, alquilado por Rodrigo, era escenificado por unas pocas pertenencias materiales: un colchón, un sillón, algunos utensilios de cocina. «Es un lugar en el que me siento cómodo, no es grande, tampoco es lujoso pero es mi casa, al menos por este momento, y es lo que puedo pagar por ahora», añadió Rodrigo. Sin embargo, cuando hablamos sobre el espacio al que llegan los entrevistados no se habla de las condiciones materiales que, si bien son importantes, son aún más significativas esas representaciones del espacio. Sebastián, otro de los entrevistados con los que se dialoga en este texto, al igual que Rodrigo caracteriza una ciudad compuesta por desconocidos al mencionar: Quería vivir en una ciudad grande no en un lugar pequeño. Quería tener la impresión de un lugar más grande, lleno de lugares, lleno de cosas, lleno de vida, lleno de desconocidos. Si nos detenemos en las escenificaciones que realizan Sebastián y Rodrigo podemos entender que el significado del lugar de emplazamiento tenía que ver con un sentido exorbitante, en su dimensión de grandeza y tamaño poblacional. De tal forma, la ciudad de Puebla no se compara con esas grandes urbes en términos poblacionales, ni de infraestructura, incluso podríamos aseverar, ni en términos de visibilidad homosexual. Por estas razones, “la ciudad no es mítica, es lógica. Lo mítico se da a sí mismo sus condiciones de posibilidad; lo lógico no se da ninguna, o se la da hasta el infinito” (Nancy, 2013: 11).
Desposeyendo a la ciudad de ese carácter místico y mítico —al menos por este momento— la ciudad de Puebla desde una visión histórica, ha sido un punto central en la geografía regional del país. Por su ubicación, podemos situarla en tres planos: el primero, es un punto intermedio entre la ciudad de México y el puerto de Veracruz; el segundo, tiene que ver con la conexión constante con el sureste mexicano y, el tercero, responde a que es una de las ciudades con mayor relevancia económica en el centro del país, que engloba una amplia oferta educativa de nivel superior, así como una planta industrial que ofrece trabajo en grandes proporciones. Justamente por estas razones mantiene un flujo constante de visitantes tanto en periodos vacacionales como en fines de semana, y un elevado desplazamiento temporal y permanente de jóvenes en busca de la continuidad de sus estudios o de empleo, como principales motivaciones.
Ahora bien, regresando a las percepciones de la ciudad. Esteban, otro de los sujetos que entrevisté, se refiere a ésta como una ciudad lejana, inmensa y desconocida. Es decir, «pensar en otra ciudad era pensar en otra vida, una vida lejana» —tal como lo señala Esteban. Sin embargo, lo que aparece en la narración de Javier es lo siguiente: al moverme a la ciudad esperaba encontrar una especie de paraíso. Un paraíso de ladrillos. Para Javier el imaginario de la ciudad es: es un paraíso de ladrillos; para el caso de Rodrigo es un mundo diferente y, por último para Sebastián es un lugar lleno de cosas, personas y lugares. Tal parece, como hacen alusión a ella, la ciudad de Puebla era en su imaginario inmensa, magnífica y distinta.
El anterior orden de ideas nos lleva a abordar las relaciones entre la sexualidad y el espacio, entendiendo que son complejas y diversas; los significados, las representaciones, los discursos y las prácticas que se desarrollan en esta imbricación operan de manera heteróclita, por lo que buscar aquellos instrumentos —epistémicos, teóricos y metodológicos— que den cuenta de esas relaciones no es una tarea sencilla. Por esta razón proponemos problematizar y atender de manera teórico-metodológica la relación planteada líneas arriba.
Una relación existente entre el espacio y la sexualidad la encontramos en el estudio de los desplazamientos; si bien todos los sujetos nos desplazamos por y en el espacio —de un lugar a otro, de una zona a otra—, algunos desplazamientos se hacen de manera más o menos permanente. En este sentido, existen desplazamientos que realizan determinados sujetos con fines particulares: la huida, la fuga, el anonimato, el exilio, son sólo algunos ejemplos de ello.
Mi interés sobre esa estrecha relación entre la sexualidad y el espacio, se observa a través del trabajo etnográfico que se está desarrollando en la ciudad de Puebla. Como parte de mi observación he encontrado un importante flujo de jóvenes —que se trasladan de diferentes sitios, tanto del interior del Estado de Puebla, como de diferentes partes de la República Mexicana, e incluso del extranjero— que llegan a la ciudad de Puebla a realizar estudios superiores. Así, dentro de este flujo estudiantil, que permea en la zona geográfica estudiada, existe una población emergente y migrante en la que se definen como sujetos homosexuales.
El deseo de irse
Ahora bien, las dinámicas —y opresión— del clóset están sostenidas por una serie de elementos socioculturales que no permiten que los sujetos gays salgan de él, al menos, no sin sufrir algunos daños considerables. En la experiencia de mis entrevistados, connotan esa dinámica con sensaciones de «vergüenza», «dolor» o «vulnerabilidad». Aparentemente la salida del clóset es un acto de sufrimiento, de dolor. Un acontecimiento (de paso) en el que el sujeto sufre y sólo así podrá trasladar ese ocultamiento. En ese sentido, cabría preguntarse, ¿los márgenes del clóset tienen que estar forzosamente bajo el contorno de valores “negativos” como el dolor? En este entendido es que me gustaría explorar los factores que refuerzan y permiten el sistema de apertura-clausura/verdad-encubrimiento que estructuran al clóset. Un claro ejemplo se puede localizar en la experiencia de Rodrigo:
Cuando pensé en huir de mi pueblo no pensaba en Puebla, en primer momento, pensaba en cualquier otro lugar donde poder vivir mi sexualidad como yo quería. Concretamente pensaba salir, pensaba en huir. Ahora pienso que ese “huir” era motivado por no querer estar dentro del clóset y si no quería salir del clóset en parte era por una especie de defraudar a mi familia. No quería defraudar a mi familia. Como no soy lo que ellos quieren, lo mejor era irme (Entrevista, Rodrigo, 2016).
Mantengamos fija nuestra atención en esa sensación que menciona Rodrigo: “fraude”. Él sentía que si salía del clóset, al menos en su pueblo, iba a defraudar a su familia y al anteponer a sus familiares prefirió “huir” de su comunidad de origen. Sin embargo, ¿cuáles son los valores que se imbrican en la acción de defraudar a alguien/es? Puedo entender que la sensación de Rodrigo se desarrolla en el fallo de una acción o intención, con hacer algo que se percibe como incorrecto y que al no poder cumplir ciertas expectativas produce dolor.
Aparte de mi familia, lo que fue uno de los motores de mi huida… fue la religión. Te digo que yo era de ir a la iglesia, estar y rezar, ir a misa, no sé. Mi abuela me quería mucho porque yo la seguía, la acompañaba a la misa, y a mí me gustaba su compañía. Mi abuela era muy católica […] se la pasaba rezando y hablando de los santos. Entonces, era todo eso, también por mi abuela pensaba que lo que sentía y lo que hacía no era correcto. Era ir en contra de lo que la religión decía, bueno… de lo que dice y era sentir culpa y culpabilizarme de mis pecados, fue muy doloroso (Entrevista, Rodrigo, 2017).
Esos discursos contradictorios sobre el afecto familiar se hacen presentes en la narración de Rodrigo, ya que él afirma: «no puedo estar con alguien que me quiere, pero que no quiere lo que soy». No es fortuito que Rodrigo prefiera salir de su comunidad ante la aparente aceptación de no poder negar lo que «es». En ese sentido es pertinente preguntarnos ¿cuáles son los otros factores, entonces, que se emplazan en ese «acontecimiento»? Existen múltiples casos en los que algunos sujetos “no salen del clóset” pero mantienen relaciones homoeróticas con otros, por lo tanto ¿cuáles son los aspectos que se están detonando aquí? Considero que reconocerse públicamente como homosexual plantea una relación ética consigo mismo, tal como lo he dicho líneas arriba. Me parece que abrir las posibilidades que tienen los sujetos para afrontar las situaciones de nombramiento identitario se ciñe en ubicar en un contexto más complejo las razones y las motivaciones que utilizan los sujetos frente a las condiciones de existencia. Recuperar la idea de desplazamiento, aparente y única, que tienen de nombramiento identitario nos muestra qué formas están percibiendo los espacios sociales próximos. Sobre lo anterior traigamos a discusión el siguiente relato y tengamos presente la construcción del Otro y del Nosotros en la situación que plantea Rodrigo.
— ¿Consideras que esos sentimientos que mencionas, sobre tu familia, tuvieron alguna relevancia con la decisión de salir de tu casa?
—Creo que a partir de darme cuenta de eso empecé a querer irme no sólo de la casa sino del pueblo —respondió Rodrigo después de un largo silencio.
— ¿Alguna vez tuviste la idea de decirles a tus familiares que eres homosexual?
—No y tampoco podía hacerlo, no podía llevar la contra. Imagínate que alguien habla sobre los homosexuales, siempre hablan de ellos en forma de burla o te dicen: cómo ¡pinche joto! o ¡puto! Si les dices que no es algo de lo cual burlarse, pensarán que eres uno de ellos. No hay de otra. Y yo, créeme, no quería que me vieran como ven a los homosexuales ¿Por qué? Porque si estás a favor de algo, eres ese algo.
—Entonces, ¿planear irte del pueblo era la única decisión?
—Irme era la única opción si quería ser homosexual —sentenció Rodrigo (Entrevista, Rodrigo, 2018).
Las posibilidades de imaginar escenarios, formas y modos de vivir son los que permiten que los sujetos nos mantengamos atados a esos espacios de nacimiento o de crecimiento, permitiendo que la dimensión simbólica con esos entornos cobre su sentido y su significado en nosotros. Afirma Braidotti que “algunos de los viajes más importantes pueden ocurrir sin que uno se aparte físicamente de su hábitat” (2000: 31). Y no lo pienso desmentir, sin embargo, en ocasiones, los «escenarios de vida» son tan insuficientes y hostiles —como lo muestra la narración de Rodrigo—, que los sujetos solamente pueden imaginar una vida vivible en otro “hábitat” que no sea ése en el cual están inmersos. Por supuesto, lo anterior se puede traducir en modos de precariedad, esto en relación, al menos, en la lectura de la sexualidad. Aun así, también debemos reflexionar en cómo se imbrica con las condiciones de clase social, de etnicidad, de discapacidad, de género, entre otros grandes etcéteras que van complejizando esos desplazamientos. ¿El desplazamiento de los varones homosexuales con los que trabajo se puede relacionar con las posiciones y las posibilidades de enunciación sobre sí mismos en este otro lugar? Tratando de responder a lo siguiente, Braidotti reflexionando sobre la relación desplazamiento-identidad argumenta:
La noción clave para comprender la identidad múltiple es el deseo, es decir, los procesos inconscientes. […] La verdad del sujeto se halla siempre entre el sí mismo y la sociedad. La verdad del asunto es que, desde el momento en que uno nace, pierde su “origen”. Puesto que el lenguaje es el medio y el lugar de constitución del sujeto, de ello se sigue que también es el capital simbólico de nuestra cultura (Braidotti, 2000: 45).
Por estas razones, el «deseo», en términos de motivación, es crucial para dinamitar los desplazamientos de estos varones, ya que, comentaría Braidotti: “nuestros deseos son aquello que se nos escapa en el acto mismo de impulsarnos hacia adelante, dejándonos como único indicador de quiénes somos, las huellas de dónde hemos estado ya, o sea, de aquello que ya somos. La identidad es una noción retrospectiva” (2000: 45), volviendo a uno de los puntos, ¿no sería, también, ese indicador que nos muestra quiénes somos, aquellas huellas y esas nociones retrospectivas una forma de aludir a las experiencias para la formulación identitaria? Cabría volvernos a preguntar sobre cuáles otros intereses motivan a los sujetos de esta investigación a desplazarse a la ciudad de Puebla. Sebastián nos menciona:
Cuando era niño o adolescente nunca pensé en irme de mi casa o de mi ciudad, porque encajaba. Hacia lo que los demás niños hacían, tenía mis amigos. Nunca lo pensé, pero el migrar a Puebla fue distinto porque no hacía lo mismo que hacía en mi casa, por ejemplo, podía salir con mis novios, tener las llaves de un departamento que es tuyo, esa sensación de libertad que tienes al estar en otro lugar es lo que hace especial la migración que tienes a otro lugar (Entrevista, Sebastián, 2017).
Entonces, ¿cómo y de qué manera se generan las formulaciones constitutivas del deseo en los varones homosexuales? Esto es, ¿qué sucesos, experiencias o acontecimientos desencadenaron la maquinaria del deseo para salir de sus comunidades de origen y trasladarse a otro lugar? El deseo, desde este marco explicativo, permitiría movernos de lugar, de posición. El deseo es el mecanismo que nos impulsa al desplazamiento en su sentido más literal. Así, en la búsqueda de esos acontecimientos incrustados en el deseo, podemos encontrar una de las posibles respuestas en lo que Esteban plantea:
Quizá quería huir de mi casa, de mi ciudad porque las personas saben que eres diferente, y te lo hacen saber. En la primaria, por ejemplo, los niños y los maestros te saben distinto, existe como un aura que emanas, no sé cómo explicarlo, que les provoca algo, ese provocar algo puede ser insultarte o dañarte físicamente. En mi mochila encontraba papelitos que decían “puto” —los encontré muchas veces—, y me lo escribían no porque no pudieran decírmelo de frente, sino porque querían recalcármelo. En el recreo algunas veces me lo decían y, en otras, me empujaban, algunas veces me golpearon. Sabía que era distinto y no hacía nada para que me golpearan. Sabía que tenía que salir de ahí, eso provocaba que quisiera irme lejos y no volver (Entrevista, Esteban, 2018).
¿Lo que argumenta Esteban no es el despliegue de la homofobia que se encarna en el deseo de desplazamiento?, ¿El desplazamiento de los varones homosexuales con los que trabajo se puede relacionar con las posiciones y las posibilidades de enunciación sobre sí mismos en este otro lugar; y lo anterior, puede relacionarse con el deseo de poder encarnar una posición —auto/nombramiento— homosexual? En este entramado Javier dice:
Desde muy pequeño tenía la sensación de “no encajar” no puedo decir, aún en este momento, a ciencia cierta qué es. Pero, quería huir. Como que no me salía natural estar en el lugar de donde soy, no podía comportarme como los demás niños, aunque lo intentaba, algo me detenía. Quería con todas mis fuerzas salir de allí (Entrevista, Javier, 2016).
Uno de los engranajes del deseo de irse de sus comunidades de origen, por lo tanto, es el rechazo a la heterosexualidad obligatoria y el cuestionamiento sobre aquellas normas orquestadas por el medio sociocultural operativizando la producción de sujetos coherentes entre sexo-género-deseo. En esta relación el pensamiento del desplazamiento no se presenta como un único y aislado pensamiento de huir del lugar de origen, sino que son pensamientos reiterados por las imposibilidades de devenir homosexual. Si aceptamos por lo tanto que aquella búsqueda de “espacio” esta incrustada o dinamizada por el orden del reconocimiento, los acontecimientos que permitieron la movilidad y la movilización del desplazamiento es lo importante ya que lo que nos van bosquejando Rodrigo, Javier, Esteban y Sebastián, en este momento, es su enunciamiento, su nombramiento.
La relación del desplazamiento y la posibilidad de enunciación en ese movimiento mantienen el registro de la constitución identitaria. Stuart Hall, Joan Scott y Judith Butler, desde las diversas discusiones que plantean nos incitan a pensar y entender que la identidad es una posición tornadiza, estratégica, anclada a procesos históricos, es decir, como puntos de adhesión. Ya que esa o aquella posición estratégica o estratagema posicional no es una sutura, sino que más bien es una peripecia táctica, una abertura que se va tejiendo en el medio sociocultural. Por las anteriores razones el deseo de nombrarnos nunca es nuestro, aunque lo parezca. La ontologización de la identidad responde a elementos inscritos en el mapa de la cultura y en el orden de lo social, por lo tanto, aunque el «deseo de narrarse» devenga singular nunca es en el orden de lo individual. El campo social mantiene a flote deseos particulares y colectivos, la identidad es un deseo manifiesto. La identidad responde a adscripción y a nombramiento. Cuando el deseo surge, emanamos como sujetos sociales e identidades inestables.
Mi orientación sexual es en gran medida una forma o la forma de poder llamarme a mí mismo. Me defino como gay, soy gay. Hasta hace poco asumí que era un chico, que siempre me han gustado otros chicos y que soy gay, o que la sociedad me da esa etiqueta, pero es una etiqueta que estoy aprendiendo a querer. Ésa es una de las cosas que me permitió el traslado a Puebla, me permitió aceptar quien soy, y que quiero serlo. El alejarme de mi casa, de mi pueblo, me ayudó a abrazar mi homosexualidad, es lo más permanente que tengo conmigo, mi homosexualidad me quiere a mí por eso me buscó, ¿por qué no quererla también yo? (Entrevista, Javier, 2016).
Sin embargo, ¿cómo atender el testimonio de Javier?, ¿qué es lo que permiten estas ficciones en nosotros? Parafraseando a Berlant (2011) el deseo es un cúmulo de promesas que nos posibilitan. Esas promesas responden a un horizonte normativo que vislumbra un rastro de vínculos afectivos e identitarios. Es decir, vínculos sociales consigo mismo, con los Otros y el entorno. Esta promesa de la que habla la autora es un objeto de deseo que se ha instalado en los sujetos. Por eso la necesidad de nombrarse, en el campo sociocultural, responde a una necesidad que tienen los sujetos para referirse a ellos mismos. En palabras de Javier: «aceptar quienes somos».
Javier pone en tensión una de las narraciones que Rodrigo ha sostenido líneas arriba. Javier dice: ésa es una de las cosas que me permitió el traslado a Puebla, me permitió aceptar quien soy, y que quiero serlo. El alejarme de mi casa, de mi pueblo. El desplazamiento les permitió tanto a Rodrigo como a Javier poder nombrarse como homosexuales. Sin embargo, lo que se mantiene oculto en ese desplazamiento es una percepción negativa sobre la sexualidad homosexual. En este escenario recordemos la pregunta que retoma Judith Butler (2017) de Theodor Adorno: ¿se puede llevar una vida buena en una vida mala? Es decir, ¿cómo llevar una vida homosexual cuando las condiciones existentes me anuncian que no es una vida digna, una vida adecuada o, en estos mismos planteamientos, una vida buena? “¿Cómo debe uno llevar una vida cuando no todos los procesos que engloban una vida pueden ser dirigidos, o cuando sólo algunos aspectos de la vida pueden ser dirigidos o formados de manera deliberada o reflexiva, y otros claramente no?” (Butler, 2017: 203). ¿El desplazamiento y, por ende, la formulación de heterotopías podemos entenderlas como una forma de re-dirigir la vida para ejercer una sexualidad que deseamos? Sebastián plantea que:
Pensaba en cualquier otro lugar donde poder vivir mi sexualidad como yo quería. Concretamente pensaba salir, pensaba en huir. En parte era por una especie de deseo de no defraudar a mi familia, como no soy lo que ellos quieren lo mejor era irme y, aparte de mi familia, lo que sí fue el motor de huida fueron las expectativas que tenían sobre mí y que no podía cumplir (Entrevista, Sebastián, 2017).
En este tenor, si retomamos las postulaciones de Stuart Hall (2011) y aceptamos que la identidad es, antes que otra cosa, una determinada posición plástica y una estrategia en juego, ¿qué es lo que nos permite “ser”-“tener” una posición en un determinado lugar que no necesariamente se “es” o se “tiene” en otro espacio social? Considerando que existen en estos varones estrategias encarnadas en el orden del deseo, ¿de qué depende la posibilidad de una enunciación identitaria?, ¿a qué ejes, tópicos, coordenadas o condiciones está sujeta la posibilidad de nombrarnos?, ¿de qué depende esa localización? Reflexionando sobre estas cuestiones, posiblemente, no sean opciones absolutas, quizá existen intersticios temporales y espaciales que nos permiten nombrarnos: espacios temporalmente creados, espacios heterotópicos que redirigen el rumbo de los sujetos. Así lo sitúa Javier:
Ya en términos de vivir mi homosexualidad es gratificante poder ir de la mano con mi pareja en el zócalo o en lugares públicos, cosa que jamás haría en mi pueblo. Digo, tampoco he agarrado a mis parejas tanto de la mano, a ellos no les gusta ir de la mano conmigo y creo, me he convencido, que no me gusta tener esas muestras de cariño en la calle, pero las veces que las pude hacer era increíble porque quería a la persona y quería manifestar el afecto que le tenía. Quizá ocurre con los besos, besar a otros varones o a mi novio en la calle (Entrevista, Javier, 2016).
Lo que nos invita, a su vez, a pensar sobre esos alcances y limitantes que las superficies heterotópicas encierran, ya que en cada varón difiere si es el anonimato, la libertad, la seguridad o una hibridación de ejes que se denota en la heterotopía en relación con el espacio y la sexualidad. Braidotti propondría que debemos entender “los espacios públicos como sitios de creatividad [que] ponen de relieve una paradoja: están cargados de significación y al mismo tiempo son profundamente anónimos: son espacios de transición indiferentes, pero también puntos de reunión inspiradores” (2000: 55), ¿estas transiciones y puntos de reunión inspiradores podemos entenderlos como algunos de los alcances contra-espaciales?
En este entendido, somos sujetos de particulares interpelaciones y narraciones, lo que tendríamos que rastrear son aquellas promesas con las cuales nos vinculamos, con las cuales nos relacionamos ¿Cómo habitamos ciertas certezas? Considero que en este punto se manifiesta la relación entre esas ficciones y esos deseos que producen unas determinadas identidades sexuales. La búsqueda de autonombramiento es la respuesta de cómo interiorizamos esos relatos de ser, de cómo ser homosexual. Y de cómo en el desplazamiento de nuestros hogares creemos encontrar esa identidad. Ante esto comenta Rodrigo:
Si no hubiera salido de mi casa yo ya estuviera casado y con hijos. Quizá no me hubiera casado por obligación. O sea, que alguien me dijera tienes que hacer esto, pero todos hacen eso en el pueblo, quizá una de las razones por las que salí de allá fue por eso, porque no quería estar con una mujer ni, mucho menos, casarme o tener hijos con ella (Entrevista, Rodrigo, 2017).
Posiblemente, el desplazamiento no lo tendríamos que pensar radicalizado en función de la enunciación homosexual, ya que quizá no sean opciones absolutas, quizá existen intersticios temporales y espaciales que nos permiten nombrarnos: espacios temporalmente creados, espacios heterotópicos que redirigen el rumbo de los sujetos.
Planeé un sinfín de veces la fuga de mi casa, con decirte que hasta soñaba muchas veces que vivía en otro lugar. De repente despertaba y tenía vagos recuerdos de vivir en otros lugares, a veces eran otras ciudades pero, a veces, era mi misma ciudad pero con diferentes personas, quizá de lo que quería huir era de las personas, de los vecinos, de mis parientes, de mis padres, no porque no los quiera… sino porque no los quería defraudar (Entrevista, Rodrigo, 2017).
Lo que se esconde en el clóset, en estos casos, es el aparente ocultamiento de la homosexualidad pero no sólo de ella, sino también del ocultamiento de una verdad que no quiere emerger a la luz. Partiendo a su vez de que la homosexualidad no es en ningún momento individual sino que, por el contrario, siempre es social lo que se oculta no es la homosexualidad en singular sino una específica dañabilidad, que se cree, puede provocar en los Otros cercanos. Por lo tanto esta verdad puede causar daños en los Otros. Ahora bien, considerando este ‘daño’ parece que existen dos formas en las que se puede entender el desplazamiento a la ciudad de Puebla, la primera es sobre la noción de huida, la segunda es el planteamiento de la salvación. Sin embargo, ¿se está huyendo del lugar de origen o se está salvando? ‘Estoy huyendo’ o ‘me estoy salvando’ son dos percepciones aparentemente diferentes incluso opuestas, uno podría decir, en efecto, que existe una tercera, tal como se refiere Rodrigo a su desplazamiento: «hui para estar a salvo».
Desplazamientos
Para Ricardo Llamas y Francisco Vidarte (2001) ciertos desplazamientos como el exilio, mismo que plantean a propósito del texto «La existencia exiliada» de Jean-Luc Nancy, caracterizado como el que nos obliga a salir abrupta o violentamente de nuestros lugares de nacimiento. Al respecto, comentan que el exilio “indica […] un movimiento de partida de un lugar que se nos obliga a abandonar por la fuerza, con violencia, para salvar la vida o porque allí se obstinan en hacérnosla imposible y todo es preferible salvo permanecer en tan desagradables circunstancias” (Llamas y Vidarte, 2001: 132). Podemos comprender entonces que el exilio es, entre otras cosas, un suceso espacio-temporal que indica la expulsión de un lugar en circunstancias específicas, movilizada por la percepción y sentimiento de un ambiente hostil. Con el anterior marco planteado, Llamas y Vidarte ejemplifican esa “existencia exiliada” a través de un grupo de españoles que se han desplazado, por lo tanto dirán que:
Cualquiera diría que ya no hay españoles exiliados o, si los hay, no vuelven porque ya no quieren. Pensar en los españoles exiliados lleva inevitablemente a pensar en otros tiempos, sesenta años atrás. Sin embargo, los hay: multitudes de gays que han sido echados de sus casas o que han preferido irse dado lo escasamente acogedor de su lugar de nacimiento y su entorno familiar (Llamas y Vidarte, 2001: 134).
Resulta interesante el ejemplo anterior ya que la experiencia gay, si es que la podemos nombrar de tal manera, está operando en el exilio y, en gran medida, el auto-exilio sobre la percepción de la diferencia. Visto así, argumentan Llamas y Vidarte que el exilio que dibujan es “la vivencia cotidiana de cada gay y lesbiana del mundo” (2001: 133) y, agregan de manera contundente que, “nuestro exilio, más allá de la metáfora, tiene un carácter peculiar: es otro exilio” (2001: 133). Me interesa rescatar esta distinción, ya que los autores separan los exilios de personas homosexuales de las que no lo son; no porque sean menos dolorosas, menos cargadas de sentido o menos importantes, sino porque, es este otro exilio en el que existen diferentes dinámicas que están incrustándose en el desplazamiento, que se traduce en la expulsión a un determinado espacio en razón de la orientación sexual.
Por lo tanto, el exilio, considera otros elementos externos que empujan el desplazamiento. Siguiendo esta línea, Llamas y Vidarte plantean que: “a las maricas nos han echado, hemos sido expulsadas de un lugar que, sin sernos propio, tampoco deja de serlo. Nos han echado de una patria que, sin ser del todo nuestra, en absoluto podemos considerarla ajena. Hemos sido desterrados de la heterosexualidad” (2001: 135). Reflexionando en la clave del desplazamiento podemos situar los argumentos que formulan Ricardo Llamas y Francisco Vidarte como un desplazamiento que se realiza bajo la sentencia de la huida.
De la misma forma, “ciertos rasgos persistentes del pensamiento sexual —dirá Rubin— inhiben el desarrollo de una teoría de este tipo. Tales supuestos están tan profundamente enraizados en la cultura occidental que raramente son cuestionados” (1989: 13). Por lo tanto, ciñéndonos en los planteamientos de Gayle Rubin (1989) y Adrienne Rich (1980) podemos argumentar que la crítica a la heterosexualidad obligatoria entendida como régimen político, produce subjetivaciones incisivas y claramente diferenciadas al régimen heterosexual. Dicho pensamiento produce esencialismos anclados en el cuerpo que difícilmente se asocia o se difunde en un nivel político, como si estas estuvieran separadas. Sin embargo, el activismo feminista claramente ha mostrado lo contrario, nuestro cuerpo o mejor dicho, la sexualidad que nuestro cuerpo refleja no es una cuestión de esencias sino de visibilidad y de regímenes políticos que tratan de capturarnos en tanto “sujetos naturales”.
Para los sujetos homosexuales, ¿es el funcionamiento y la dinámica de la heterosexualidad la matriz del aislamiento, separación o deseo por salir de sus lugares de origen? Y, si consideramos la importancia estructurante y la operatividad de la heterosexualidad en el campo sexual ¿es ésta el origen o la raíz de los desplazamientos de varones homosexuales a la ciudad de Puebla? Las anteriores interrogantes, nos arrojan cuestionamientos sobre aquellas experiencias de violencia, de agresión —en sus diferentes escalas o dimensiones—, y de construcción de la diferencia basados en la percepción de exclusión/autoexclusión de sus lugares de origen. Y en ese sentido, estos tópicos nos ayudan a problematizar estos otros desplazamientos que encauzan, de manera subyacente pero determinante, la huida de los varones homosexuales a la ciudad. Así, a propósito de la dinámica heterosexual en el espacio Javier argumenta:
Necesitaba salir de mi lugar de origen porque no me quería esconder de mi familia ni de nadie. Ese fue uno de los motivos, me negaba a estar detrás de la máscara todo el tiempo, quería tener novios y no tener que aparentar que fuera mi amigo frente a todos, a parte es molesto estar controlando tus movimientos todo el tiempo (Entrevista, Javier, 2018).
Sin embargo, demos un paso atrás. Las motivaciones de estos varones para salir de sus lugares de origen son diversas y las iré exponiendo a lo largo de este texto pero, considero que existe un punto previo antes del deseo de huir y esto tiende a dilucidarse en el entramado que esconde la urbanidad o la imagen que se tiene de la —otra— ciudad. Partiendo de este planteamiento, debemos considerar que dentro de la ciudad se lleva a cabo una constante redefinición del espacio, ya que, los sujetos perciben, definen y cargan de emotividad trayectos, espacios y territorios a partir, principalmente, de sus biografías, de la formulación de itinerarios que responden a esas experiencias vividas y por vivir, así como a la búsqueda de espacios vivibles (en términos de su orientación sexual). Esto nos lleva a cuestionarnos si una de las razones del desplazamiento responde a esos imaginarios que los varones homosexuales han hecho de la ciudad a la que han llegado.
La huida, a la vez que el exilio, es una forma de entender los desplazamientos. Didier Eribon (2001) en el apartado «La huida a la ciudad» de su texto Reflexiones sobre la cuestión gay, plantea la relevancia del análisis de la injuria como instrumento para el desentrañamiento de las identidades homosexuales, por lo que argumenta que “se entiende que uno de los principios estructuradores de las subjetividades gays y lesbianas consista en buscar los medios de huir del ultraje y la violencia, que con frecuencia recurran a disimular lo que son o a emigrar hacia climas más benignos” (Eribon, 2001: 33). Justo es la búsqueda de medios y estrategias para evitar en la medida de lo posible las condiciones de vulnerabilidad que lo llevan a la siguiente reflexión:
Por eso las vidas gays miran hacia la ciudad y sus redes de sociabilidad. Son numerosos los que tratan de abandonar los lugares donde han nacido y han pasado su infancia para ir a instalarse en ciudades más acogedoras. […] Ciertamente este movimiento de huida lleva a los homosexuales a la ciudad. […] La ciudad siempre ha sido un refugio (Eribon, 2001: 33).
Es importante señalar que Eribon, al escribir estas reflexiones, estaba pensando en unos determinados varones homosexuales y en una ciudad específica: la ciudad de San Francisco. Esta ciudad, en los años sesenta se convirtió, menciona el autor, en un «campo de refugiados» que migraban de diferentes partes de todo el país e incluso del extranjero ante “la imposibilidad de vivir una vida gay en la atmósfera hostil, incluso llena de odio, de las ciudades pequeñas” (Eribon, 2001: 34). Siguiendo esta línea argumentativa Manuel Castells (1986) plantea que la concentración espacial actual es indisociable de los guetos gays y el establecimiento de una determinada cultura ligada a la visibilización de éstos. Nótese la frecuencia con la que se conjuga el desplazamiento con las ideas de anonimato y de restricción del conocimiento sexual ¿Cómo sostener una sexualidad al margen, si como afirman Laurent Berlant y Michael Warner (2009) no hay nada más público que la intimidad?
La imagen urbana que genera la conglomeración de homosexuales en la ciudad nos permite vislumbrar los esbozos de unos determinados sujetos ante el deseo de desplazamiento. En este tenor, no sólo está en relación la imagen de la ciudad sino en las políticas de visibilidad que se desarrollan tras el desplazamiento. Así lo describe Rubin:
La migración por motivos sexuales a lugares como Greenwich Village se había convertido en un fenómeno sociológico de importancia. A finales de los años setenta, la migración sexual se daba en escala tan grande que comenzó a tener un impacto notable en la política urbana de los Estados Unidos, siendo San Francisco el ejemplo más notable y notorio (Rubin, 1989: 27).
Parece que el desplazamiento homosexual convive con las formas de paisaje urbano y las políticas de visibilidad que se desarrollan en ese movimiento. Sin embargo, falta un elemento a considerar: el uso que se le da a esa espacialidad.
El uso del espacio público urbano reside en las figuraciones de la sexualidad gay urbana. Lo anterior se relaciona con el desarrollo de la identidad gay, sus prácticas cotidianas, al potencial de lucha y recursos políticos y sociales. La espacialidad urbana de los colectivos gay se centra, principalmente, en dos aspectos: a) los usos alternativos del espacio urbano público para el contacto social, y (b) la importancia de los barrios y territorios gays en relación con la visibilidad y el potencial para generar poder político. El espacio urbano ha sido constantemente codificado en la cultura popular como espacio de liberación sexual, de anonimato y densidad de población que permite, por un cierto develamiento sexual y una libertad inimaginable en los pueblos pequeños o suburbios. La ciudad ha atraído hombres y mujeres gays hacia su centro. Una historia de homosexualidad en las áreas urbanas revela un complejo sistema y patrón de uso del espacio público como escenario de aventura sexual, contacto social y formación comunitaria. En las ciudades de todo el mundo, ha sido un patrón de apropiación del espacio urbano público para la actividad sexual mientras ocultan estos comportamientos al público en general y a la policía (Higgs 1999; Chauncey 1994 en Joseph, 2008: 40-41).3
De igual forma se puede incorporar el análisis que realiza Kath Weston (2003) sobre este hecho. Weston menciona que “la San Francisco lesbiana y gay de los años ochenta ofrecía una fascinante oportunidad para aprender cómo surgen y cambian las ideologías a medida que las personas entran en conflicto, trabajan por la reconciliación, reorganizan las relaciones, establecen o rompen lazos y coinciden o dejan de estar de acuerdo” (2003: 51). Es decir el desplazamiento de homosexuales a la ciudad está relacionado con la emergencia de relaciones sociales planteadas en la vinculación espacio-sexualidad.
Lo que propongo es que leamos las anteriores claves teóricas anglosajonas con sumo cuidado ya que las formas de apropiación y uso del espacio son distintas en los diversos países y regiones, y en muchas ocasiones responden a factores locales. Lo que quiere decir que esos desarrollos espaciales no necesariamente corresponden con nuestras realidades latinoamericanas. Sin embargo, traigamos el fragmento que desglosa Lauren Joseph (2008): “La ciudad ha atraído hombres y mujeres gays hacia su centro”, siguiendo esta puntualización me dedicaré a reconstruir los imaginarios que tienen mis entrevistados sobre la ciudad ya que en esta idea se esboza uno de los elementos de su desplazamiento, ¿qué posibilita el espacio urbano?, ¿qué elementos, aparentemente inmediatos, posee la ciudad que añoramos habitar en ella?, ¿qué le permite la urbe a los sujetos homosexuales? O volviendo a la afirmación de Joseph (2008), convirtámosla en interrogante: ¿por qué la ciudad ha atraído hombres y mujeres gays hacia su centro? Es decir, cuál es el carácter magnético que le permite a la ciudad atraer a sus márgenes las subjetividades gays. Por las anteriores razones Javier argumenta:
En realidad nunca pensé en Puebla en particular, pensaba en cualquier ciudad grande; la capital de un Estado. Lo que me llamaba más la atención de las grandes ciudades era el hecho de perderme en sus calles, edificios o avenidas y que ellas se perdieran conmigo, conocer un montón de gente como yo. Estar en una ciudad te permite borrarte, pensaba que estando en una ciudad grande nadie me conocería, no habría chismes de mí (Entrevista, Javier, 2016).
De la misma forma en la experiencia de Rodrigo aparece la metáfora urbana que utiliza Javier: “perderme en sus calles, edificios o avenidas y que ellas se perdieran conmigo”. Rodrigo lo desglosa de la siguiente manera:
El hecho de que te quieras mover de tu lugar no es un asunto fácil, a mí me costó mucho trabajo, lo pensaba y lo pensaba. Desde niño, bueno no tan niño, en la adolescencia cuando a uno le empiezan a dar las cosquillas del deseo sexual por otro hombre. Yo lo que quería era ir a un lugar, no me importaba el destino, creo que nunca lo pensé. Quería irme a otro lugar donde no me conocieran, donde no me ubicaran, que no supieran de quien era hijo o sobrino o Fulanito de tal. Que fuera un desconocido, un completo desconocido. Sin nombre ni apellido (Entrevista, Rodrigo, 2018).
¿Qué es lo que se esconde en las afirmaciones “que fuera un desconocido […] sin nombre ni apellido” en palabras de Rodrigo o “estar en una ciudad te permite borrarte” en términos de Javier? Podemos especular que lo que subyace en el transito corporal, de Rodrigo y Javier, en la ciudad es la fuerza astringente de habitar el «anonimato». Veámoslo desde otro foco, sin desechar por completo el aspecto del anonimato al reflexionar desde los argumentos de los demás entrevistados. En las experiencias de Esteban y Sebastián se encuentra presente la noción de protección.
Lo que me condujo a esta ciudad fue la esperanza. La esperanza de poder vivir una vida gay. Planeé escapar no sólo de mi casa sino de mi escuela, de mis vecinos… por las condiciones de violencia en las que vivía. Vivía una agresión constante. Mis vecinos constantemente me decían cosas algunas veces en forma de acoso sexual, o a veces me insultaban. Supongo que el rumor de que me habían molestado había llegado a oídos de mi padre porque una vez lo escuche hablar con uno de sus hermanos, mi tío. Mi papá le decía que me lo había buscado y que ojalá a partir de eso sacara la casta, supongo que a lo que se refería mi papá era a que no era como los demás (Entrevista, Sebastián, 2017).
Posteriormente Sebastián incluye en su argumento el factor urbano al decir:
Por eso me quería ir a una ciudad amplia, donde la homosexualidad no fuese un problema, pensaba en la Ciudad de México… un lugar así de amplio, de grande, algo enorme que me diera otra sensación, también pensaba que lejos de mi familia estaría mejor (Entrevista, Sebastián, 2017).
Incorporando otro argumento a la reflexión de Sebastián, Esteban dirá: me sentía en un lugar tan hostil, no por mi familia, nunca he sentido una agresión por parte de ellos, pero sabía que mi forma de comportamiento los hacia verse mal frente a mis otros familiares o las personas que me conocían. Me imaginaba vivir en un lugar donde pudiera ser homosexual sin que dañara o avergonzara a mi familia. La anterior afirmación que dibuja Esteban provoca una sugerente reflexión vinculada al desglose que realiza Rubin sobre la sexualidad buena/mala. Partiendo de esta dicotomización la antropóloga argumentará que “[las] jerarquías de valor sexual —religiosas, psiquiátricas y populares— funcionan de forma muy similar a los sistemas ideológicos del racismo, etnocentrismo y el chovinismo religioso. Racionalizan el bienestar de los sexualmente privilegiados y la adversidad de la ‘chusma’ sexual” (1989: 139). Mantengamos esta racionalización dicotómica de lo habitualmente correcto y la otra cara de su moneda, la sexualidad ‘incorrecta’. Lo que argumenta Sebastián se traduce en que el “daño” y “vergüenza” se asocian a la caracterización de una sexualidad mala o que en su defecto puede mejorar, en este tenor, qué es la heterosexualidad sino una forma de institucionalización de la vida social, misma que en su carácter más fundamental y fundacional de socialidad se ve inmiscuida toda la humanidad, me refiero al núcleo insoslayable de la “familia”. La familia y el entramado de parentesco que conlleva su estructura forman núcleos impenetrables que dejan de lado lo que no se desea que penetre esa capa. En las formas de Kath Weston (2003): «los homosexuales somos los exiliados del parentesco».
Ahora bien, si en el análisis de Weston los homosexuales somos los exiliados del parentesco y, en el análisis de Llamas y Vidarte, los homosexuales somos los desterrados de la heterosexualidad. En el estudio de Eribon los homosexuales tenemos una oportunidad: La oportunidad de ser nosotros a través de la huida. Ahora bien, el alejamiento “aparente” del régimen heterosexual y de parentesco también es una fantasía, una formulación radical que muy pocas veces se alcanza a un nivel empírico. Por lo que traigamos el testimonio de Sebastián que he descrito líneas arriba; “Esperanza” y “Daño” son las palabras que saltan a nuestra vista, mismas que me constriñen el estómago y me hacen pensar en el nivel de exposición que tienen los sujetos gay en las pequeñas poblaciones. Por lo tanto, podemos preguntar: ¿cómo opera la figura de la esperanza o de la dañabilidad en la subjetividad gay? Lo que me condujo a esta ciudad fue la esperanza. La esperanza de poder vivir una vida gay —dice Sebastián en un intento de protegerse de las agresiones y en un esbozo de creatividad se dibuja en el aire “Me imaginaba vivir en un lugar donde pudiera ser homosexual sin que dañara o avergonzara a mi familia”, en un acto preocupado por proteger imaginariamente Esteban a su familia. Y si bien, aparece, como ya he dicho, el argumento de la protección en las narrativas de Esteban y Sebastián ¿no es de igual forma el desglose del anonimato lo que se imbrica en el argumento de la protección?
Reflexionando sobre esos discursos de protección, anonimato y vergüenza que se alojan en las narraciones de mis entrevistados podemos trasladar esos discursos a los terrenos de la antropóloga brasileña Carmen Dora Guimarães cuando sostiene, en su investigación El homosexual visto por entendidos (2004), que los varones homosexuales que se han desplazado a Rio de Janeiro, provenientes de otras localidades de Brasil, fue por la búsqueda de “libertad” y la constitución de una identidad sexual. Ante el escenario planteado estos varones optan por desplazarse a otro lugar para habitar un espacio social en el cual no fuesen objeto de control social, al igual que mis entrevistados. En palabras de Guimarães:
Los relatos reflejan experiencias personales distintas, configuran parte de su esencia dentro de un proceso social común. Las identidades homosexuales de los individuos se establecen, en el descubrimiento de otros semejantes, una primera ruptura con la condición de estigmatizado. Tal descubrimiento representa, también, la primera etapa pasajera para la identidad homosexual “positiva”. Así mismo que el conocimiento de participación de un “grupo” venga a consolidar esa identidad, sin querer decir que se cristalice. Este proceso dialectico de constante actualización de la identidad se verifica en los criterios de clasificación de las relaciones sociales (Guimarães, 2004: 56).
Podemos comprender que un homosexual asumido es aquel que reconoce su homosexualidad y trata de aceptarla con las consecuencias que conlleva, ¿no es parte del desplazamiento esa búsqueda de nombramiento, de asumir la diferencia? Guimarães señala también la sistemática negación de sus sujetos ante el estigma de la “anormalidad”. Ella, al igual que los autores citados líneas arriba, reconoce la relevancia, al momento de hablar de las identidades homosexuales, de relacionarlas analíticamente con los planteamientos y los discursos sobre la anormalidad. Lo anterior podemos encontrarlo en las afirmaciones que han realizado mis entrevistados al coincidir que huyeron de sus hogares y sus lugares de crecimiento por discursos ceñidos en la diferencia socio-sexual.
Desplazamientos parciales
Con las narraciones de mis entrevistados, hasta este momento, puedo encontrar que los cuatro sujetos comparten más que el hecho de haberse desplazado de sus comunidades de origen. Existen ciertos aspectos de su biografía, ciertas experiencias de violencia y vulnerabilidad compartida; los cuatro pudieron reflexionar que a través de la huida podían afianzar cuestiones identitarias. Compartiendo situaciones que los llevaron a tomar decisiones semejantes: el alejamiento familiar aparece como una posible ruta de homogeneidad. Para algunos homosexuales la única posibilidad de nombramiento identitario es el desplazamiento. Sin embargo, no es la única opción, algunos enfrentan los discursos injuriosos y tienen éxito; otros, por el contrario, no resultan victoriosos y algunos prefieren abandonar cualquier intento de interlocución en ese sentido. Por lo que, enfrentar la violencia y circunstancias hostiles pertenecen a un diverso orden que, en algunos contextos, puede que se abran ciertas complicidades para la supervivencia que resuelven los círculos afectivos y las circunstancias de existencia.
Cuando hablamos sobre la cuestión homosexual se parte de la idea de reconocer una verdad porque nos situamos dentro de ella; una verdad es verdad en tanto que aquellas certezas reconocemos como propias. Un asunto importante de dimensionar es el asunto de la percepción que tiene Javier ante la circunstancia de la interpelación injuriosa. En este tenor, son necesarias además de las cosas que son dichas, también las cosas que no son claramente enunciadas. En el momento que Javier narraba el anterior episodio se podía vislumbrar la incomodidad, coraje —que aparecía en una voz entrecortada y la mirada cristalizada— al recordar dicho acto. Las formas de enunciación injuriosa recaen en efectos y afectos distintos: el odio, la segregación, el rencor, o la vergüenza aparecen en el horizonte de la enunciación y apropiación de la homosexualidad.
Lo anterior, nos conduce a rutas analíticas complejas ya que nos muestra las formas contradictorias en las que los sujetos homosexuales devienen, se asumen, se nombran; considerando, para estos fines, además la constitución de una homosexualidad en formas diferenciadas.
Entonces, la búsqueda de un reconocimiento no estigmatizado o, al menos, no tanto, conduce a estos varones en la búsqueda de un nosotros en otro lugar lejos de la población de origen. Lo que ofrece otra ciudad son los diversos puntos de socialidad homosexual, la búsqueda de parejas afectivas/sexuales y las relaciones de amistad que se puedan generar. Ante este panorama, Guimarães, reflexiona sobre la relevancia del análisis de la amistad en la configuración de las identidades de los varones con los que trabaja. Ya que la búsqueda de un ser homosexual, se crea a partir de un nosotros homosexual. Ahora bien, entiendo que dentro del planteamiento de la autora ésta trata de tejer las identidades de sus varones con las diversas relaciones sociales que pudieron haber creado en la ciudad de Rio de Janeiro y con las experiencias de la ciudad de origen, tratando de forjar una historia dialógica y sincrónica para el develamiento de sus identidades. Los homosexuales migraron a las grandes urbes y se apropiaron de espacios particulares también se apropiaron de una identidad que era mediada por una red compleja de significantes. A pesar de las grandes diferencias que puedan existir en el caso mexicano, al menos basándonos en los ejemplos que dan Castells (1971) o Eribon (2001), podemos encontrar ciertos símiles, ya que en México se han dado esos procesos de desplazamiento, aparentemente los homosexuales tienen como única posibilidad factible dirigirse a las grandes ciudades para encontrar condiciones más o menos favorables de existencia.
Referencias bibliográficas
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- Weston, Kath, (2003), Las familias que elegimos. Lesbianas, gays y parentesco, Barcelona: Ediciones Bellaterra, pp. 300.
Fecha de recepción: 17 de octubre de 2018.
Fecha de aceptación: 11 de diciembre de 2018.
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Maestro en Antropología Social por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Licenciado en Psicología por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Contacto: franckhg93@gmail.com.
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El presente texto forma parte de una investigación etnográfica realizada en el periodo de 2016 a 2018 en la ciudad de Puebla, México, que versa sobre el desplazamiento de varones homosexuales de diferentes localidades de la República Mexicana a la ciudad de Puebla, México. Para los fines de la exposición del texto han sido analizados una serie de entrevistas en profundidad de cuatro entrevistados. Con fines de privacidad los fragmentos de entrevista resguardan el anonimato de los participantes bajo la adjetivación de seudónimos.
- La traducción y las cursivas son mías.