Niñez migrante y sacrificios de frontera en la región México-Estados Unidos.

Segunda época, número 16, julio-diciembre 2023, pp. 45-67.

Fecha de recepción: 03 de abril de 2023.
Fecha de aceptación: 04 de diciembre de 2023.

Autor: Oscar Misael Hernández-Hernández.1

Resumen

El objetivo de este artículo es proponer el concepto de sacrificios de frontera, entendido como rituales siniestros enmarcados en necropolíticas migratorias de los Estados-nación. Se trata de una propuesta teórica, pero también analítica que considera a la niñez migrante como la víctima ad hoc de tales sacrificios, aunque no la única. Con base en algunos testimonios de niñas, niños y adolescentes migrantes de Centroamérica y México, así como en reportes de medios de comunicación sobre la niñez migrante muerta en la región fronteriza México-Estados Unidos entre 2018 y 2022, se argumenta que los sacrificios de frontera de esta población se hacen visibles de tres formas: 1) cuando viven una muerte social y deciden seguir una utopía transnacional sacrificando sueños, familia, recursos y seguridad; 2) cuando mueren literalmente en la región fronteriza por ahogamiento, calor o asfixia; y, 3) cuando sus cuerpos o restos quedan expuestos como ofrendas en altares naturales y metafóricos, o bien en tumbas artificiales de la frontera.

Palabras clave: Niñez, migración, sacrificios, frontera, muerte.

Migrant children and border sacrifices in the Mexico-United States Region

Abstract

The objective of this article is to propose the concept of border sacrifices, understood as sinister rituals framed in migratory necropolitics of nation-states. It is a theoretical proposal, but also analytical that considers migrant children as the ad hoc victim of such sacrifices, although not the only one. Based on some testimonies of migrant children and adolescents from Central America and Mexico, as well as media reports on migrant children dead on the Mexico-United States border region between 2018 and 2022, it is argued that the border sacrifices of this population become visible in three ways: 1) when they live a social death and decide to follow a transnational utopia sacrificing dreams, family, resources and security; 2) when they literally die at the border region from drowning, heat or suffocation; and 3) when their bodies or remains are exposed as offerings in natural and metaphorical altars, or in artificial tombs.

Keywords: Children, migration, sacrifices, border, dead.

Introducción

A fines de junio de 2019, la pequeña Valeria, de apenas un año y once meses de edad, y su padre Oscar Alberto Martínez, murieron ahogados en el río Bravo, en la frontera entre Matamoros, Tamaulipas y Brownsville, Texas. Oscar Alberto cruzó a nado el río con Valeria. La dejó en suelo estadounidense y regresó por Tania Vanessa Ávalos, su esposa, pero se dio cuenta que la niña cayó al agua y volvió por ella. Desde la ribera mexicana Tania Vanessa observó cómo su hija y su esposo eran arrastrados por la corriente del río. Se trataba de una familia de El Salvador que, desesperada por recibir una cita para solicitar asilo en Estados Unidos, tomaron la decisión de cruzar la frontera a pesar del peligro que implicaba (Le Duc, 2019).

Días después, en medios y redes sociales circuló una fotografía que mostraba a Valeria y a su padre flotando boca abajo: ella estaba sujeta dentro de la playera que vestía Oscar Alberto y con su brazo derecho rodeaba el cuello de su padre. La imagen causó indignación y debate a nivel internacional (RT, 2019), pues como afirmó la periodista Georgina Zerega (2019, p. 1), con ello se hizo visible “el drama de la crisis migratoria centroamericana” que se vivía en aquel año en la frontera norte de México debido a la instauración de los “Protocolos de Protección a Migrantes” o “Quédate en México”[1] y, al mismo tiempo, se rememoró “la imagen del niño sirio Aylan muerto en las costas turcas durante la crisis de los refugiados de 2015”.

La muerte de personas migrantes en la región fronteriza México-Estados Unidos no es nueva: entre 1993 y 2013 más de 8500 adultos y menores de edad perecieron ahogados en el río Bravo, de sed en el desierto o perdidos en las montañas (Alonso Meneses, 2013). De 2014 a 2020 tampoco fue diferente, pues “casi 3 000 personas perdieron la vida durante su trayecto migratorio” (Black y Viales Mora, 2021, p. 7). ¿Cómo interpretar la muerte de Valeria —y de su padre— más allá de las estadísticas o de clichés sobre cruzar fronteras internacionales a pesar del peligro? O bien, ¿cómo interpretar su agonía —y la de su madre— en un contexto de políticas migratorias restrictivas y disuasivas que ilegalizan y criminalizan a los migrantes?

Una vía son las teorías que ya existen para explicar la migración internacional, las cuales abarcan desde enfoques económicos clásicos hasta neoclásicos, perspectivas histórico-estructurales y de perpetuación de los movimientos migratorios (Micolta León, 2005). Sin embargo, son propuestas que hasta hace unos años minimizaban la participación de la niñez en la migración internacional (Mancillas Bazán, 2009, p. 211). A pesar de ello, hay que reconocer que han sido apropiadas y utilizadas para abordar el fenómeno de la niñez migrante[2] en diferentes temporalidades y regiones. Otra vía es retomar algunas perspectivas teóricas que han cobrado interés para interpretar la participación de la niñez en las migraciones globales, destacando su capacidad de agencia o las estrategias de resistencia (Pavez-Soto, 2017, p. 101). Incluso perspectivas sobre la vulnerabilidad de la niñez migrante, en especial de aquellos que viajan solos (Farrow y O´Connell Davidson, 2007), o sobre la capacidad de agencia exagerada o limitada (Thompson et al., 2017).

Sin denostar teorías o perspectivas como las citadas, aquí se plantea la noción de “sacrificios de frontera”. Se trata de una propuesta teórica que se esbozó en otro espacio (Hernández-Hernández, 2022), pero que aquí se desarrolla y utiliza para analizar cómo la niñez migrante es víctima ad hoc de tales sacrificios de frontera: rituales siniestros enmarcados en necropolíticas de los Estados-nación, que demandan la muerte social y literal de niñas, niños y adolescentes que trasgreden fronteras simbólicas o territoriales, ya sea solos o acompañados. Por supuesto, los sacrificios de frontera no distinguen nacionalidad, sexo o generación de los migrantes, pero la niñez migrante es la víctima por excelencia debido a la violencia y la vulnerabilidad que viven (Comisión Nacional de Derechos Humanos, 2018; Pesci Padilla, 2022).

El artículo se basa en una revisión y reflexión de literatura específica sobre los sacrificios y la violencia, la necropolítica,[3] las fronteras y, en particular, la niñez migrante. Concretamente, se retoman algunas ideas de Girard (2005) sobre la violencia sacrificial, articuladas con los planteamientos de Mbembe (2011) acerca de la necropolítica y, finalmente, se apropian y aterrizan estos planteamientos en un espacio como son las fronteras (Valenzuela Arce, 2022) y en sujetos antropológicos particulares como es la niñez migrante que vive la violencia y la necropolítica en una región particular como es la frontera México-Estados Unidos (Galli, 2018).

Por un lado, como fuentes de información cualitativa se retoman fragmentos de entrevistas realizadas a adolescentes migrantes centroamericanos que viajaban solos hacia Estados Unidos y que fueron asegurados por el Instituto Nacional de Migración (INM), así como a adolescentes mexicanos que fueron detenidos y repatriados por la Patrulla Fronteriza estadounidense. En ambos casos se trató de adolescentes entrevistados en Centros de Atención a Menores Fronterizos (CAMEF) o albergues para esta población, situados en la frontera de Tamaulipas. Las entrevistas derivan de estudios previos que tuvieron como objetivo explorar testimonios sobre trayectos y riesgos migratorios de niñas, niños y adolescentes. Se trató de estudios o investigaciones que contaron con el aval del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF) municipales: organismos institucionales de los que dependen los CAMEF. El acercamiento con los adolescentes fue de forma voluntaria, dialogando con aquellos que quisieran compartir sus experiencias migratorias, usando un guión de entrevista flexible, y considerando sus tiempos para hablar, sus silencios o temas para explayarse.

En una primera fase, las entrevistas fueron transcritas. En una segunda fueron categorizadas según temáticas abordadas. Y en una tercera se identificaron y analizaron narrativas específicas sobre el sacrificio que implica organizar y realizar un viaje migratorio. Por último, cabe destacar que se respetó el anonimato de toda la población entrevistada y se usan seudónimos; se cambiaron algunos datos específicos como nombres de lugares o personas para reforzar la confidencialidad de la información.

Por otro lado, con base en reportes de medios de comunicación publicados en Internet, se hizo una base de datos sobre casos de niñas, niños y adolescentes muertos en la frontera México-Estados Unidos, entre agosto del 2018 y septiembre del 2022. Este periodo de análisis responde a la fecha del reporte más antiguo localizado y a la fecha en que se hacía la base de datos. El procedimiento para hacer dicha base consistió técnicamente en las siguientes fases: 1) se hizo una búsqueda en Google usando las palabras clave “niñez migrante muerta” y “niñez muerta en frontera”; 2) registrando cada entrada identificada y colocándola en una matriz elaborada en Word con categorías predefinidas (fecha de muerte, nombre del menor, lugar de origen, etcétera); y, 3) comparando las entradas registradas para depurar y evitar la repetición de la información. Al final se lograron captar 23 casos de niñas, niños y adolescentes migrantes fallecidos en la frontera México-Estados Unidos, durante el periodo antes definido.

Ambas fuentes de información fueron analizadas considerando la propuesta teórica sobre sacrificios de frontera, específicamente pensando los testimonios y los reportes como narrativas que podían explorarse para comprender la muerte social de la niñez migrante en pos de una utopía transnacional, su muerte literal en las fronteras, o bien sus muertes como ofrendas en altares o tumbas que emergen en regiones fronterizas y son demandadas por los Estados-nación.

Una propuesta teórica: pensar en sacrificios de frontera

De manera llana, el sacrificio como término es definido como “ofrenda hecha a una deidad en señal de homenaje o expiación”, o bien como “esfuerzo, pena, acción o trabajo que una persona se impone a sí misma para conseguir o merecer o para beneficiar a alguien” (RAE, 2023). Por otro lado, el sacrificio como práctica, es parte crucial en la historia de las religiones y culturas a pesar de las paradojas que conlleva. El trasfondo del sacrificium, como afirma la etnohistoriadora Gabriela Rivera Acosta, “es la acción de hacer o convertir algo en sagrado. Esto consiste en ofrendar la vida –de cualquier tipo- mediante su consumo (2023, p. 2)”. Quizás por ello, el sacrificium ha transitado de una concepción ritual a otra relacionada con el esfuerzo, la pena, incluso el dolor individual o colectivo.

En este apartado se plantea que ambas nociones sobre el sacrificio son útiles para pensar en sacrificios de frontera. No se trata de una concepción antropológica tradicional para reflexionar sobre la función del sacrificio o en los sacrificios como rituales prístinos (Hubert y Mauss, 1899), sino más bien como rituales de las sociedades modernas. Específicamente, se propone el concepto de “sacrificios de frontera” entendido como rituales siniestros enmarcados en necropolíticas migratorias[4] de los Estados-nación, que demandan la muerte social y literal de niñas, niños y adolescentes que trasgreden fronteras simbólicas o territoriales, ya sea que viajen solos o acompañados, en diferentes contextos y situaciones. La propuesta descansa en tres asideros teóricos más profundos.

Por un lado, en considerar que el sacrificio y la violencia guardan una relación de parentesco, a veces poco visible, que toma forma cuando algunas sociedades desvían “hacia una víctima relativamente indiferente, una víctima “sacrificable”, una violencia que amenaza con herir a sus propios miembros, los que ella pretende proteger a cualquier precio (Girard, 2005, p. 11)”. Por otro lado, en pensar los sacrificios de frontera como el poder y la capacidad de los Estados-nación “de decidir quién puede vivir y quién debe morir” o el “Hacer morir o dejar vivir” como “los límites de la soberanía, sus principales atributos” (Mbembe, 2011, p. 19-20). Y finalmente, en señalar que es en las fronteras simbólicas o en las regiones fronterizas trasnacionales donde emergen víctimas sacrificables y se decide si pueden vivir o deben morir.

En otras palabras, los sacrificios de frontera tienen lugar porque hoy en día prevalece una necropolítica de la migración, es decir, la idea de que la soberanía de los Estados-nación subyace en el poder de dar vida o muerte a la gente, en especial aquella que cruza sus fronteras de manera irregular. Dicho poder es difuso, pero reproduce lo que Mbembe llama “economía de la muerte” a través de autoridades y mediante el uso de la violencia, haciendo morir a las personas de diferentes formas, pero sobre todo cosificando al ser humano. Esta forma de ver la soberanía de los Estados-nación contemporáneos, en especial las políticas migratorias en sus fronteras, es lo que hace pensar que la niñez migrante —y los adultos migrantes— es un sujeto sacrificable; pero también la forma de concebir la violencia[5] en sí que prevalece en las fronteras como una forma de sacrificio ritual para castigar, controlar o disuadir a la gente que necesita emigrar o solicitar refugio en otro país.

Los sacrificios de frontera, entonces, tienen una relación íntima con la violencia que emana de las necropolíticas, relativamente recientes, que intentan normar, controlar o disuadir la migración internacional. Es decir, hay que reconocer que los sacrificios de frontera, al menos en este uso interpretativo que se propone, no son nuevos, sino más bien resultado de un proceso de securitización de las fronteras territoriales, en especial la de México-Estados Unidos, que se endurece a partir de los atentados terroristas del 9/11 en Nueva York, después con los Protocolos de Protección a Migrantes durante la administración de Donald Trump y finalmente con la pandemia por COVID-19 (Del Monte, 2021). Claro que no se trata de los únicos eventos, pero sí de los más icónicos y recientes.

Por supuesto, sin importar la temporalidad, los sacrificios de frontera no demandan la muerte de cualquier migrante. Las víctimas “sacrificables” son aquellos que viven la precariedad, la vulnerabilidad y que posteriormente son ilegalizados, incluso criminalizados, por algunos Estados-nación, bajo la justificación de “la soberanía y la seguridad nacional” (Rojas Wiesner, 2020). Visto así, se trata de rituales que sirven para exigir la muerte social o literal de los migrantes como un tipo de costo a pagar por su trasgresión. Se trata de una lógica entrelazada con las políticas migratorias, que convierte a las fronteras en altares naturales y metafóricos y no sólo en un mero “espectáculo de la muerte de los migrantes” (De Genova, 2018. P- 23).

A priori, parece ser que la propuesta de sacrificios de frontera raya en lo que la socióloga Amarela Varela-Huerta (2021) denomina “espectáculo de frontera” o “porno-miseria”, es decir, un lenguaje de representación que re-victimiza a los migrantes, que normaliza una mirada miserable sobre ellas y ellos, y que instrumentaliza sus muertes sin contextualizar el entramado de violencias estructurales que las causan. Sin embargo, no es así. La propuesta consiste, precisamente, en situar los sacrificios de frontera como parte de un proceso de securitización fronteriza (Del Monte, 2021) y como resultado de la violencia que ejercen los Estados-nación (Mbembe, 2011) en sus límites.

No se niega que el locus de los sacrificios de frontera sea la muerte social y literal de niñas, niños o adolescentes migrantes, pero a pesar de que las posiciones en torno a la muerte en general sean ambiguas (de rechazo, refugio o integración) o que se requiera tejer e instrumentar una pedagogía de la muerte, como hace años plantearon el educador Agustín de la Herrán y la psicóloga Mar Cortina (2007), la idea de esta propuesta no es hacer un espectáculo de las muertes migrantes, tampoco tener una mirada miserabilizada de sus vidas (Varela-Huerta, 2021) o construir una pornografía de la violencia (Bourgois, 2005).  No obstante, las muertes (sociales so literales) de la niñez migrante son un hecho social y se hacen visibles en espacios fronterizos que controlan los Estados-nación.

Después de todo, como afirma el sociólogo José Manuel Valenzuela Arce, “Las fronteras son umbrales y dispositivos de poder que funcionan como sistemas políticos y culturales de clasificación social (2022, p. 160)”. Por esta última razón es que se afirma que los sacrificios de frontera operan en fronteras tanto simbólicas como territoriales. De transgredirse las primeras, se sacrifican los sueños, la familia, la seguridad personal, sometiendo a los migrantes a una muerte social. De ser las segundas, el costo o precio a pagar es la vida misma y, por consiguiente, una muerte literal. En cualquiera de los casos, los sacrificios de frontera son rituales que encubren violencias sistémicas y justifican los crímenes del sacrificio sin importar las nacionalidades, razas, género o generaciones de los migrantes.

Aunque los sacrificios de frontera son rituales que no distinguen entre migrantes, aquí se argumenta que la niñez migrante es víctima ad hoc de tales rituales siniestros: primero porque se trata de una población vulnerable y vulnerada por violencias estructurales desplegadas por los Estados-nación. Como afirmó el filósofo Ángel J. Barahona Plaza: la condición esencial del sacrificio es que “un inocente paga por un culpable” (2012, p. 6). Se trata de una lógica de sustitución en la que la niñez migrante es la ofrenda por excelencia para pagar por la transgresión de fronteras simbólicas o territoriales o, en otro caso, el mejor ejemplo para controlar y disuadir a quienes piensan hacerlo. Y qué mejor que el sacrificio de un niño o niña para lograr el escarmiento, a pesar de la vileza de la muerte.

Con base en lo anterior, aquí se parte de tres argumentos relacionados entre sí para entender cómo la niñez migrante es víctima de sacrificios de frontera. Primero, estos últimos toman forma cuando algunas niñas, niños y adolescentes que viven en la precariedad, que son vulnerables debido a la violencia estructural, la violencia directa y otras expresiones de ésta (Galtung, 2016, p. 168), se ven en la necesidad de salir —incluso de huir— de sus países o comunidades de origen porque viven una muerte social. Se trata de un ritual individual o colectivo, en el que esta población traspasa una frontera simbólica, sacrificando sueños, recursos, familia o seguridad en pos de una utopía transnacional[6] a pesar de las adversidades.

Segundo, los sacrificios de frontera se convierten en un ritual perverso cuando demandan las vidas de algunas niñas, niños y adolescentes que, después de hacer múltiples sacrificios por huir de una muerte social y seguir una utopía transnacional, trasgreden una frontera territorial, en este caso internacional, al cruzarla de forma irregular. Las vidas de estas niñas, niños y adolescentes migrantes son el precio a pagar por la transgresión, y sus muertes literales representan una ofrenda demandada por los Estados-nación como tributo y escarmiento para las familias, las comunidades o los países de origen. Así, la utopía transnacional se convierte en una distopía que toma forma en parte de la topografía fronteriza de alguna latitud, en este caso en la región fronteriza México-Estados Unidos.

Y tercero, los sacrificios de frontera no sólo demandan las vidas y muertes de algunas niñas, niños y adolescentes migrantes, sino también la exposición temporal o permanente de sus cuerpos o sus restos en ríos, desiertos, montañas o caminos desolados que forman parte de las topografías fronterizas y constituyen un tipo de altares naturales y metafóricos (De León, 2015). Se trata de ofrendas abyectas que quedan en territorios inhóspitos, incluso en “tumbas artificiales” (como las estaciones migratorias o los trailers) que garantizan el suplicio de las víctimas y son mantenidos por los Estados-nación para sacrificar la utopía transnacional de la niñez migrante donde esta última expía su transgresión fronteriza.

Sacrificios de frontera 1: la muerte social por una utopía transnacional

Como se afirma previamente, los sacrificios de frontera inician incluso antes de cruzar una frontera internacional. Para el caso de la niñez migrante, puede decirse que empiezan desde el momento en que las necropolíticas se hacen visibles en sus países o comunidades de origen, ya sea a través de la violencia estructural o la violencia directa,[7] haciéndolos víctimas de una muerte social que los obliga a emigrar para alcanzar una utopía transnacional. Entre aquellas niñas, niños y adolescentes que proceden de regiones como Centroamérica, por ejemplo, las necropolíticas se hacen palpables con la violencia matizada por precariedades y la violencia derivada de las pandillas (Martínez, 2018), o en países como México, a través de la violencia estructural que priva a la niñez de sus necesidades básicas[8] y de la violencia derivada del crimen organizado (CNDH, 2019).

Es precisamente este escenario el que permite hablar de una muerte social de la niñez migrante como la “falta de posibilidades y recursos para tener una vida digna”, de la “decadencia y de la privación de su futuro”, como la define el antropólogo Henrik E. Vigh (2021, pp. 245-246) al explicar el entramado de la violencia, la precariedad y la juventud en urbes de África Occidental. También es este escenario el que mejor representa la materialización de las necropolíticas en contextos regionales: las niñas, niños o adolescentes pueden —incluso deben— morir porque se trata de “sujetos desechables” y son la prueba de las perversidades del Estado y del mercado (Ogilvie, 2013, p. 73).

Ante este contexto, una alternativa de supervivencia para la niñez es migrar hacia Estados Unidos, ya sea solos o acompañados. Se trata de una utopía transnacional que, al menos en la región fronteriza México-Estados Unidos, tiene un profundo arraigo histórico relacionado con la violencia, la muerte y la emigración de la niñez mexicana (Hernández Sánchez, 2008). Lograr dicha utopía implica traspasar fronteras simbólicas, pero en particular demanda que niñas, niños y adolescentes sacrifiquen sueños, familia, recursos y seguridad. Parecen sacrificios anodinos, o en el mejor de los casos que forman parte de rituales de paso para quienes emigran (García, 2008), pero más bien se trata del precio que ellas y ellos deben pagar por intentar traspasar la frontera que delimita su muerte social y que les posibilitaría alcanzar una utopía transnacional.

Enseguida se analiza el sacrificio de sueños, incluso de la familia, con el relato de Fabián: un adolescente mexicano de 16 años, originario de la capital de Hidalgo, quien hasta el año 2014 vivía con su madre y dos hermanas debido a que su padre los abandonó porque emigró a Estados Unidos:

Ahí [vivo] con mi mamá y dos hermanas menores. Ella es ama de casa y vende comales, así de barro, y ellas van a la escuela. La que me sigue es un año menor que yo. Luego terminé de estudiar y ya no quise, mejor a trabajar, porque no alcanzaba, aunque mi papá enviaba dinero a veces del otro lado. [Él dejó a su madre] porque una vez que vino mi mamá estaba embarazada de mi hermana la menor y se encabronó y se fue, pero como sea nos sigue llamando y manda dinero. Entonces una vez me llamó y me preguntó si quería irme con él: […] está en Houston o North Carolina: él es maistro de carpintero: le dije, lo pienso unos días y me animé porque veo cómo batalla mi mamá. Y ya le digo a ella. “No, que es peligroso”. “Pero nomás unos días para trabajar”, le dije, y ya dijo: “Pues como veas, está grande”. Y que me vengo, pero pues nos agarraron (Hernández-Hernández, 2014, p. 69).

En su relato, interrumpir los estudios debido a las precariedades familiares, anhelar vivir con ambos padres, o ver frustrado el cruce fronterizo, constituyen un sacrificio de sueños. Estos, como se observa, están íntimamente relacionados con el sacrificio de la familia al sopesar y decidir emigrar: el abandono de la madre y de las hermanas en pos de una utopía transnacional, o el reencuentro con el padre debido a las carencias económicas y a pesar del recelo por el abandono.

Se trata de sacrificios que adolecentes como Fabián debieron hacer para escapar de la muerte social en la que vivían, de esa carencia de posibilidades y recursos para vivir dignamente y tener un futuro. Por supuesto, también se trata de sacrificios demandados para poder traspasar la frontera simbólica que separa la muerte social de una utopía transnacional. Fabián no es el único que debió sacrificar sueños y familia: otros que tuvieron que emigrar hacia Estados Unidos, desde latitudes más lejanas, también atravesaron por este ritual emocionalmente oneroso.

Es el caso de Génesis, una niña de 8 años, originaria de El Salvador. Ella vivía con su madre y su abuela y, hasta el año 2015, estudiaba el segundo de primaria. Su padre las había abandonado. Decidieron emigrar hacia Estados Unidos por las carencias económicas, pero en especial porque “nos amenazaron que, si no pagábamos un dinero a gente mala, nos iban a matar”. También decidieron emigrar porque su madre requería de una operación y no tenían dinero para cubrirla. Entonces Génesis tuvo que dejar sus estudios para emprender el viaje con su madre, pero “le dijimos a mi abuelita que íbamos de vacaciones, para que no se preocupara”. Génesis —y su madre— sacrificó estudios, seguridad y familia, pero al cruzar la frontera México-Estados Unidos fue detenida y repatriada.

Respecto al sacrificio de recursos, se trata de fuerza de trabajo, de dinero que las niñas, niños, adolescentes o sus familias, deben sacrificar para poder alcanzar la utopía transnacional. La historia de los hermanos Ángel y Justin, de 11 y 7 años, respectivamente, originarios de una comunidad rural en Honduras, es un ejemplo. Ellos emigraron con sus padres. Para poder hacerlo, los padres vendieron unos borregos y maíz que habían cosechado. No alcanzaba con lo recaudado, así que también recurrieron a un préstamo que les hizo un tío residente en Houston, Texas. Ángel narraba que incluso él tuvo que “trabajar más con su papá para cosechar el maíz y romper una alcancía que tenía”. Justin por otro lado, decía que él trabajaría mucho en Estados Unidos.

Sin duda, el sacrificio de recursos como la fuerza de trabajo o el dinero es necesario para que la niñez migrante, sola o acompañada, pueda emprender un trayecto migratorio. En casos de extrema pobreza —y violencia— sacrificar tales recursos se vuelve un suplicio que algunos adolescentes viven, junto con su familia, a pesar de que ello pueda significar alargar la muerte social de la que ya son víctimas al no poder traspasar fronteras simbólicas o territoriales. El relato de Martha, de 17 años, originaria de una comunidad indígena de Guerrero, así lo evidenció durante una entrevista:

Allá a las niñas las venden, por muy poco, o se las roban, porque no hay dinero, hay hambre. Mi mamá me dijo que tenía que irme, porque andaba un señor que quería comprarme. No tengo papá, se murió, y vivíamos duro. Mi mamá me dijo que me fuera a trabajar en la capital con una señora, pero yo no quería, porque la iba a dejar y a mi hermano el chico, pero me fui. Ahí junté algo de dinero, le enviaba a mi mamá, pero no alcanzaba. Salí de ahí porque me ponían a trabajar mucho en la casa, entonces con una amiga me fui a una vecindad y encontramos trabajo en una tienda. Ahí gané más, pero quería otra cosa para ayudar a mi familia. Mi amiga conoció a un señor que le dijo que nos podía llevar al otro lado, pero nos cobraba. Le dije a mi mamá y ella no quería por el peligro, pero aun así vendió una vaca que tenía y me dio el dinero. Ya nos venimos con el señor, pero nos agarraron y nos van a regresar y no sé qué hacer ahora.

Sobre el sacrificio de la seguridad, de poner en riesgo la vida, vale la pena rescatar un ejercicio realizado hace unos años con adolescentes migrantes centroamericanos, no acompañados, quienes realizaron dibujos para retratar cómo fue su viaje. Gustavo, de El Salvador, se dibujó de cuerpo entero, triste, con brazos abiertos, ojos inexpresivos y la boca cerrada, a un costado escribió acerca de la huida de su país por razones de violencia. En el ojo derecho trazó una flecha que decía: “No me gusto [sic] ver cuando le dieron 2 achazos [sic] a un cerdo”, y junto a su pie derecho, otra flecha donde escribió: “La violencia”. Como se afirmó en aquel momento, “Los cuerpos dibujados y narrados por los adolescentes […] se sintetizan en descripciones sobre las violencias que los marcaron, tanto física como emocionalmente (Hernández-Hernández, 2019, p. 351)”.

Por supuesto, no sólo se trata de marcas corporales de la violencia ni de meros trazos o narrativas de esta última en las experiencias de adolescentes migrantes; también se trata de evidencias culturales del sacrificio de la seguridad al traspasar fronteras internacionales. Este tipo de sacrificio, por supuesto, no sólo no distingue generaciones, tampoco nacionalidades o género, como muestra el caso de Kenia, una adolescente de El Salvador, quien se dibujó a sí misma con un rostro triste con lágrimas a los lados y brazos caídos, pero a los costados escribió “los federales”, “los disparos”, rememorando lo que vio y escuchó cuando cruzó la frontera sur de México.

El sacrificio de la seguridad personal por una utopía trasnacional también es evidente entre adolescentes migrantes mexicanos. Las experiencias de algunos adolescentes muestran que se trata de un sacrificio al que son expuestos debido a la violencia institucional que, en ocasiones, se traslapa con la violencia criminal. “En el retén unos policías nos bajaron del autobús y nos pedían dinero para dejarnos ir”, comentó Jorge, un adolescente de 15 años, oriundo de un estado del sur de México. Luego agregó: “Seguimos [el viaje] y llegamos a la frontera, ahí un coyote nos llevó a una casa donde estuvimos varios días. Había gente con armas. Hasta que cruzamos, pero la migra nos agarró apenas pasamos el río (Hernández-Hernández, 2016, p. 99)”.

Al igual que en el caso de adolescentes centroamericanos, el sacrificio de la seguridad personal entre adolescentes mexicanos no hace distinciones de edad o género, en especial al transgredir una frontera territorial. José, de 15 años, originario de Puebla, narraba: “Cuando íbamos a cruzar, el coyote nos preguntó si sabíamos nadar y le dije que no. La verdad me daba miedo ahogarme, pero entonces me dice: Pues tú te vas a agarrar de esta cámara, aquí con las señoras”. Otras como Juana, de 16 años, procedente de Tabasco, contaba: “Pues que nos metemos al río y yo con miedo […] yo decía: ¿y si nos pica un animal?, ¿o si nos volteamos y atoramos? Entonces estaba peligroso […] (Hernández-Hernández, 2016, pp. 114 y 116).

Como se observa, la seguridad personal es un sacrificio que los adolescentes migrantes hacen al intentar alcanzar una utopía transnacional, en este caso ingresar a los Estados Unidos. El sacrificio implica exponerse a violencias que emanan de diferentes actores sociales (policías, coyotes, gente armada) y a espacios de peligro (casas de encierro, el río Bravo) que ponen en riesgo su seguridad personal. No obstante, como se verá en el siguiente apartado, es precisamente en fronteras internacionales donde el sacrificio puede transmutar debido a la condición liminal de éstas: a veces no sólo demanda la seguridad personal, también exige la vida como precio por la transgresión y la muerte como ofrenda.

Sacrificios de frontera 2: la muerte literal en la frontera internacional

Como ya se dijo, los sacrificios de frontera se hacen más visibles cuando las niñas, niños y adolescentes transgreden una frontera internacional. Este es el caso en la región fronteriza México-Estados Unidos, aunque no exclusivo de la misma. En la frontera internacional, el sacrificio se traduce en un ritual al demandar las vidas de parte de la niñez migrante por transgredirla al cruzarla de forma irregular. De forma individual o colectiva, sus vidas son el precio que deben pagar por la transgresión, pero, sobre todo, sus muertes literales son un tipo de ofrenda demandada como tributo por la osadía y como escarmiento para otros que intentan hacerlo.

El Proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), por ejemplo, afirma que desde el 2014 y hasta enero de 2023, en la frontera México-Estados Unidos se registraron un total de 3 558 personas migrantes muertas y desaparecidas. En general se trató de personas que según la OIM mayormente murieron debido a condiciones ambientales extremas, falta de albergue, comida o agua; les siguen quienes fallecieron por ahogamiento, por viajar en transporte peligroso, violencia, muerte accidental, enfermedad o falta de acceso a cuidados adecuados de salud, y por último causas mixtas o desconocidas.

Del total de personas migrantes muertas, 55 eran menores de edad (OIM, 2021). El año 2017 destaca por registrar 5 muertes, pero el 2019 sobresalió por 16 casos, para después disminuir en el 2021 con 10 casos y nuevamente subir en el 2022 con 14 casos. Desafortunadamente no se precisan las condiciones de muerte de los menores de edad, ni mucho menos su perfil sociodemográfico. No obstante, al hacer una revisión somera de algunos reportes de medios de comunicación sobre niñas, niños y adolescentes migrantes (solos y acompañados) muertos en la frontera México-Estados Unidos, se logra captar un paisaje más detallado sobre sus muertes literales que tienen lugar en esta región.

Una matriz elaborada con reportes desde fines del año 2018 hasta fines del año 2022, por ejemplo, captó un total de 23 casos de niñez migrante fallecida en la frontera México-Estados Unidos. Seis murieron por calor y deshidratación, otros 6 por enfermedad, 6 por ahogamiento, 3 por asfixia y 2 por homicidio doloso (véase Cuadro 1). Como se ha insistido, la muerte fue el precio o, mejor dicho, el castigo por haber transgredido una frontera internacional. Se trató de un ritual perverso porque no distinguió ni el sexo ni la edad de la niñez migrante: del total de muertos, 17 eran del sexo masculino (5 adolescentes de entre 13 y 17 años y el resto de menos de 9 años, incluido un recién nacido de cuatro meses) y 5 del sexo femenino (niñas de entre 5 y 10 años).

También se trató de un ritual perverso que no distinguió el país de origen de la niñez migrante sacrificada: del total de muertos, 11 procedían de Guatemala, 3 de Honduras, 2 de El Salvador, 1 de Venezuela, 1 de México, 1 de Angola, 1 de la India y 3 no especificados. Este dato llama la atención cuando se considera la nacionalidad de la niñez migrante fallecida versus los años en que murieron (entre 2018 y 2022) porque precisamente se trata de un periodo en el que la necropolítica de los Estados-nación se hizo más evidente a través de políticas migratorias (como los Protocolos de Protección a Migrantes) traslapadas con políticas sanitarias (como el Título 42) por el Covid-19, pero en especial, la nacionalidad de los fallecidos llama la atención porque se trata de niñas, niños y adolescentes de países “sacrificables” debido a la pobreza, la violencia y la muerte social en la que ya vivían.

Cuadro 1. Niñez migrante muerta en la región fronteriza México-Estados Unidos, 2018-2022

Fecha de muerte Nombre del menor Edad del menor País de origen Lugar del deceso Descripción

de hechos

25 de agosto, 2022 Niño* 4 (meses) n/e Tucson, Arizona Bebé encontrado abandonado y muerto en el desierto.
24 de agosto, 2022 Niño* 3 n/e Eagle Pass, Texas Se encuentra al menor en el río, se le da atención médica, pero muere.
22 de agosto, 2022 Niño* 3 n/e Texas Un tío cruzó a nado el río Bravo, pero comenzó a ahogarse y soltó al menor.
22 de agosto, 2022 Margaret Sofía 5 Guatemala El Paso, Texas Una madre cruzó a nado el río Bravo, pero comenzó a ahogarse y soltó a la menor.
27 de junio, 2022 Pascual Melvin Guachiac 13 Guatemala San Antonio, Texas Viajaba en un tráiler que fue abandonado y muere por asfixia y deshidratación.
27 de junio, 2022 Juan Wilmer Tulul 14 Guatemala San Antonio, Texas Viajaba en un tráiler que fue abandonado y muere por asfixia y deshidratación.
27 de junio, 2022 Johnny Tziquín Tzoc 17 Guatemala San Antonio, Texas Viajaba en un tráiler que fue abandonado y muere por asfixia y deshidratación.
2 de mayo, 2022 Niño* 7 Angola Del Rio, Texas El menor y un hermano cruzan el río con sus padres y la corriente los arrastra.
18 de enero, 2022 Victoria Lugo Mayor 7 Venezuela Del Rio, Texas La menor cruza el rio con su madre, pero es arrastrada por la corriente.
24 de noviembre, 2021 Niño* 4 Honduras Del Rio, Texas Viaja con sus padres y muere de neumonía en un hospital.
20 de marzo, 2021 Niño* 9 México Del Rio, Texas El niño es encontrado con su madre y un hermano menor inconsciente en una isla del rio.
25 de junio, 2019 3 niños ¿? Guatemala McAllen, Texas Una mujer y tres menores de edad se extraviaron y murieron debido a altas temperaturas y falta de agua.
23 de junio, 2019 Valeria Martínez Ávalos 1 año, 11 meses El Salvador Matamoros, Tamaulipas Se ahogó con su padre, Oscar Alberto Martínez, cuando cruzaban el río Bravo.
14 de junio, 2019 Niña* 7 India Tucson, Arizona Fue encontrada sola y muerta en el desierto debido al calor extremo.
20 de mayo, 2019 Carlos Gregorio Hernández 16 Guatemala Weslaco, Texas Viajaba solo y estaba detenido en una estación de la Patrulla Fronteriza y fue hallado inconsciente
14 de mayo, 2019 Niño* 2 Guatemala El Paso, Texas Muere en un hospital por complicaciones de Neumonía
25 de diciembre, 2018 Niño* 8 Guatemala Alamogordo, Nuevo México El menor fue detenido con su padre por la Patrulla Fronteriza, después fue llevado a un hospital por presentar resfriado y fiebre.
15 de diciembre, 2018 Niño* 16 Honduras Tijuana, BC Viajaba en una caravana. Lo asaltan en el centro de la ciudad y es estrangulado.
15 de diciembre, 2018 Niño* 17 Honduras Tijuana, BC Viajaba en una caravana. Lo asaltan en el centro de la ciudad y es apuñalado en la espalda.
8 de diciembre, 2018 Jacquelin Caal Maquín 7 Guatemala Antelope Wells, Nuevo Mexico Estaba con su padre en custodia de la Patrulla Fronteriza, vomitó y entró en choque séptico.
Septiembre, 2018 Niña* 10 El Salvador n/e Estaba en custodia de la Patrulla Fronteriza, enfermó y le dieron cuidados paliativos.

* Sólo se especifica el sexo, no el nombre. n/e: No especificado.

Fuente: elaboración propia con base en reportes de medios de comunicación publicados en Internet.

Por lo anterior, parece ser que la muerte literal de estas niñas, niños y adolescentes fue un sacrificio de frontera, un ritual que demandó sus vidas como precio de la transgresión de una frontera transnacional. Al mismo tiempo, sus muertes simbólicamente fueron una ofrenda demandada, que a la vez se utilizó como escarmiento para que otras y otros migrantes no intentaran cruzar hacia Estados Unidos de forma irregular. No en balde, la mayoría de las muertes de los menores de edad se registraron en ciudades fronterizas de Texas (16 de las 22), donde es más que evidente la securitización de la frontera, pero también la xenofobia (Human Rights Watch, 2022). El resto de las muertes fue en ciudades fronterizas de Arizona, Nuevo México y del noroeste de México. No obstante, la muerte de la niñez migrante como sacrificio de frontera también es politizada y trasciende la frontera México-Estados Unidos a través de narrativas de disuasión o de legitimación.

Para ilustrar el argumento se puede retomar la desgracia de la pequeña Valeria y su padre Oscar Alberto, ambos ahogados en el río Bravo en junio de 2019. Su muerte fue literal, pero también una muerte que traspasó fronteras internacionales al hacerse patente en narrativas y prácticas emanadas de los mandatarios de Estados Unidos, México y El Salvador. A pesar de tratarse de un ritual abyecto que tuvo lugar debido a políticas migratorias disuasivas, como los Protocolos de Protección a Migrantes, la muerte de Valeria y su padre fue politizada, incluso situada como un sacrificio inminente debido a dispositivos legales y sociales que fue capitalizada por los mandatarios de países como los arriba citados.

Sobre la fotografía de Valeria y su padre ahogados, por ejemplo, el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, expresó: “La odio. Y sé que eso podría detenerse inmediatamente, los demócratas necesitan cambiar las leyes. Entonces ese padre que probablemente era un hombre maravilloso con su hija, cosas como esas no ocurrirían en un viaje a través del río, no pasaría esa peligrosa travesía (Telemundo Las Vegas, 2019)”. Michael de Adder, un caricaturista canadiense, en una viñeta representó claramente el trasfondo necropolítico de la muerte de Valeria y su padre al dibujar a un Trump, de pie, jugando golf a la orilla del río Bravo, observando los cuerpos flotando y diciendo: ¿Les importa si juego hasta el final? (El Diario, 2019). El atrevimiento de Adder le costó su empleo en The New York Times.

Al sur de la frontera, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, por su parte, dijo: “Es muy lamentable que esto suceda”. Atribuyó el caso a la política migratoria de Estados Unidos y a un control sin respeto de los derechos humanos; aunque destacó que la ley se tenía qué aplicar (BBC News Mundo, 2019). Un año después se reunió con Trump en Washington D. C, y públicamente dijo que su homólogo se había “comportado hacia nosotros con gentileza y respeto” (Nájar, 2020). Ello fue paradójico, pues recién Trump había etiquetado a los inmigrantes mexicanos como “bad hombres”.

Nayib Bukele, quien acababa de ser nombrado presidente de El Salvador, señaló: “Podemos culpar a cualquier otro país, pero ¿qué hay de nuestra culpa?” (Aristegui Noticias, 2019). Días después, cuando los cuerpos de Óscar y Valeria llegaron a su patria, su muerte fue capitalizada políticamente por el vicecanciller para los salvadoreños en el exterior, utilizando a Tania Ávalos, la viuda de Martínez, para dar un discurso de agradecimiento por las bondades del régimen (Zerega, 2019). La muerte de Valeria y de su padre, entonces, fue un sacrificio que tuvieron que hacer por su atrevimiento, por no cumplir la ley y por abandonar su país.

Sacrificios de frontera 3: ofrendas de muerte en altares y tumbas

Como se ha argumentado, algunas niñas, niños y adolescentes llegan a ser víctimas de sacrificios de frontera que se traducen, primero, en una muerte social en sus países o comunidades de origen al traspasar una frontera simbólica, y después, en algunos casos, en una muerte literal al transgredir una frontera territorial y transnacional. Sin embargo, con la privación de la vida los sacrificios de frontera no concluyen, sino que continúan. Las muertes son un tipo de ofrendas forzadas, el precio a pagar por cruzar una frontera de manera irregular, pero hay un contenido simbólicamente fuerte de tales muertes como ofrendas post facto, es decir, incluso después de suceder.

Primero, los sacrificios de frontera no sólo demandan las vidas y muertes de algunas niñas, niños y adolescentes migrantes, sino también que éstas sucedan en ríos, desiertos, montañas o caminos desolados que forman parte de las topografías fronterizas. Como se afirmó al inicio, se trata de un tipo de ofrendas abyectas que quedan en territorios inhóspitos, los cuales han sido mantenidos así por los Estados-nación para sacrificar la utopía transnacional de la niñez migrante y funcionar como altares naturales y metafóricos donde esta última no sólo muere, sino también extiende el suplicio de su transgresión fronteriza.

En otras palabras, el río Bravo, el desierto de Arizona, o las calles de alguna ciudad fronteriza, constituyen algunos de los ejemplos de altares naturales y metafóricos donde la niñez migrante es víctima de sacrificios de frontera. Pero no son los únicos: en las topografías fronterizas también emergen lo que se puede denominar “tumbas artificiales”, tales como las estaciones migratorias, los centros de procesamiento o detención, o los tráileres donde viajan los migrantes y llegan a morir. La matriz elaborada con reportes de niñas, niños y adolescentes migrantes muertos en la frontera México-Estados Unidos, entre fines del 2018 y fines del 2022, por ejemplo, ilustra que 6 de las muertes tuvieron lugar en el río Bravo, otras 6 cuando la niñez migrante estaba en custodia de agentes fronterizos, 4 en lugares de matorral espinoso, 3 en tráileres, 2 en el desierto de Arizona y 2 más en las calles de una ciudad.

Segundo, el tránsito de la niñez migrante por estos territorios inhóspitos, que se convierten en altares naturales y metafóricos o tumbas artificiales, puede verse como un ritual que se vuelve obligatorio al transgredir una frontera vigilada, prohibida, que la necropolítica gestiona siguiendo una estrategia de sacrificio humano, sin embargo, hay algo más: la muerte de algunas niñas, niños y adolescentes en dichos altares o tumbas no es suficiente como ofrenda: el ritual implica que sus cuerpos o sus restos permanezcan un tiempo expuestos como ofrendas visibles, lo cual si bien denota vileza, su propósito es generar terror psicológico transnacional, politizar el desacato. La descripción más detallada de algunos casos puede ser útil para profundizar y conocer el ritual del sacrificio de la niñez migrante, en altares o tumbas, expuestos durante un tiempo, como ritual necropolítico.

La pequeña Valeria y Oscar, su padre, se ahogaron en el río Bravo un domingo, pero a pesar de que Tania Vanessa, la madresposa, vio cómo la corriente los arrastraba y se ahogaban, fue hasta un día después cuando las autoridades encontraron y retiraron sus cuerpos. Recientemente, Victoria Lugo Mayor, una niña venezolana de 7 años, murió ahogada mientras cruzaba el río Bravo con su madre por la frontera entre Acuña, Coahuila y Del Rio, Texas. Victoria y su madre ingresaron a México poco antes de que entrara en vigor una regulación migratoria que exigía a los venezolanos una visa, pero después de que Estados Unidos solicitó hacer solicitudes de asilo desde el sur de la frontera. Ante esto, ambas cruzaron la frontera, pero la corriente las separó (El Financiero, 2022). También pasó un día para que el cuerpo de Victoria fuera encontrado por el Grupo Beta y el Instituto Nacional de Migración. Tanto en el caso de Valeria como en el de Victoria, sus cuerpos muertos fueron objeto de un espectáculo mediático y político.

Como se observa, el río Bravo fungió como un altar natural y metafórico donde la muerte se ofrendó como sacrificio: un tipo de parodia siniestra del sacramento religioso del bautismo. Más allá de eso, la desaparición y el tiempo de exposición o deriva temporal de los cuerpos de niñas como Valeria y Victoria en el río, también denota la demanda abyecta del sacrificio de frontera: deben permanecer en un limbo (religioso) o liminalidad (antropológica) como ejemplo del suplicio o castigo. No obstante, el río Bravo no es el único que se puede considerar un altar que exige el sacrificio de niños o niñas migrantes: también el desierto.

El desierto es un altar natural y metafórico donde el sacrificio de la niñez migrante también se hace visible, aunque no sólo para esta población. Como mostró el antropólogo Jason De León (2015), quien en 2009 inició un proyecto en el Desierto de Sonora para recolectar artefactos abandonados por los migrantes en el camino hacia Estados Unidos, el desierto no sólo es el lugar natural y sagrado que recibe los cuerpos de los migrantes, sino también en el que permanecen mochilas, zapatos, biblias, garrafas, estampas religiosas, osamentas humanas, que funcionan como exvotos[9] forzados para los transgresores de fronteras.

La historia publicada por el periodista Jorge Ramos Ávalos (2014) es más que contundente: Gilberto Ramos, un adolescente de apenas 15 años, oriundo de una comunidad indígena del norte de Guatemala, murió de hambre y de sed en el desierto hace casi una década, durante la administración de Barack Obama en Estados Unidos y precisamente en el año cuando se hizo énfasis en una “crisis humanitaria” de los niños sin papeles. El coyote lo abandonó y hasta días después de cruzar la frontera México-Estados Unidos, su cuerpo fue encontrado en el desierto, sin camisa, con un número de teléfono escrito en su cinturón y un rosario blanco en la mano, que su madre le había dado cuando salió de su comunidad.

El sacrificio en los altares naturales y metafóricos como el río Bravo o el desierto son evidentes y la exposición considerable de sus cuerpos o sus restos forma parte de la demanda del ritual necropolítico. Pero, además, como ya se dijo, dichos altares comparten la topografía fronteriza con tumbas artificiales como pueden ser las estaciones migratorias en México, los centros de procesamiento o detención en Estados Unidos, o los tráileres que transportan a migrantes amontonados, sofocados. Las estaciones migratorias, por ejemplo, son un ejemplo de ello porque, aunque no son territorios naturales, son el símbolo más evidente de la necropolítica migratoria al constituir “entornos torturantes”, como recientemente las denominaron las analistas Manek, Galán-Santamarina y Pérez-Sales, (2022).

La desgracia de Carlos Gregorio Hernández, un guatemalteco de 16 años ilustra el argumento planteado. El 13 de mayo de 2019 él cruzó solo la frontera cerca de Weslaco, Texas. Fue detenido por la Patrulla Fronteriza y trasladado a un Centro de procesamiento para menores migrantes no acompañados cerca de McAllen, Texas. Ahí permaneció seis días y enfermó. Una enfermera diagnosticó que tenía temperatura alta debido a una gripe y le prescribieron una pastilla. Sin importar su situación, fue transferido a otro Centro de Procesamiento de la Patrulla Fronteriza. Ahí Carlos les dijo a los agentes que se sentía mal, pero lo ignoraron. Después un video mostró que se tiró en el piso, vomitó, se levantó para ir al baño, se sentó en el inodoro, se recostó y expiró. La autopsia reveló que murió por una gripe complicada por neumonía y sepsis (San Diego Union Tribune, 2019). Carlos no fue el único que murió en un Centro de Procesamiento: un mes antes fallecieron un niño de 2 años y otro de 16 (Telemundo Austin, 2019).

Para finalizar, los tráileres también pueden considerarse tumbas artificiales de la niñez migrante —y de adultos migrantes, por supuesto. El ejemplo más reciente es el tráiler encontrado en el Southwest Side de San Antonio, Texas, en junio de 2022, en el que al menos tres adolescentes de Guatemala murieron. Específicamente se trató de Pascual Melvin Guachiac, Juan Wilmer Tulul y Johnny Tziquín Tzoc, de entre 13 y 17 años, respectivamente, quienes murieron encerrados en el tráiler debido al calor, la deshidratación y por asfixia (BBC News Mundo, 2022). El sacrificio de frontera, entonces, también se da en tumbas artificiales como las descritas, que pueden ser fijas (como los centros de detención) o móviles (como los tráileres), pero en cualquiera de los casos funcionan para hacer terrorífica la muerte de la niñez migrante y pública para servir de escarmiento del castigo.

Conclusiones

Derivado de las políticas migratorias instrumentadas durante las administraciones de Barack Obama y Donald Trump (Galli, 2018), en la región fronteriza México-Estados Unidos se generaron algunos debates en materia de derechos humanos de la niñez migrante, centroamericana y mexicana, que de forma irregular cruza la frontera norte (CNDH, 2018 Y 2019). Simultáneamente han tomado relevancia algunas teorías sobre la vulnerabilidad y violencia que vive esta población (Farrow y O´Connell Davidson, 2007 y Pesci Padilla, 2022), o bien su capacidad de agencia y resistencia (Pavez-Soto, 2017 y Thompson, et al., 2017).

En este trabajo se argumentó que, si bien dichas teorías son importantes para comprender parte del contexto de la migración de la niñez por esta región fronteriza, es necesario tener otro enfoque. Por ello aquí se planteó la noción de sacrificios de frontera como una propuesta teórica que alude a la muerte social y literal de la niñez migrante, entendidas como rituales que derivan de necropolíticas migratorias de los Estados-nación, y que tienen lugar cuando algunas niñas, niños y adolescentes trasgreden fronteras simbólicas o territoriales-transnacionales.

Con base en fragmentos de testimonios, analíticamente se ejemplificó cómo los sacrificios de frontera inician cuando algunas niñas, niños y adolescentes que viven en la precariedad y, por lo tanto, son vulnerables, emigran o huyen de sus países o comunidades de origen porque viven un tipo de muerte social derivada de la violencia sistémica o estructural. El sacrificio entonces es un ritual que puede darse de manera individual o colectiva, que empieza cuando ellos o ellas traspasan una frontera simbólica en pos de una utopía transnacional y sacrifican sueños, recursos, familia o seguridad como resultado de la violencia.

Asimismo, a partir de una base de datos construida con reportes de medios de comunicación sobre niñez migrante muerta en la frontera México-Estado Unidos, se mostró que los sacrificios de frontera se hacen más visibles y se convierten en un ritual abyecto cuando demandan las vidas de algunas niñas, niños y adolescentes que trasgreden una frontera territorial, en este caso internacional. Se enfatizó que sus vidas son el precio que pagar por la transgresión y que sus muertes literales en el río Bravo, el desierto, las estaciones migratorias, los centros de detención o los trailers representan una ofrenda exigida como tributo y escarmiento por las necropolíticas migratorias.

Paralelamente, también se planteó que la muerte literal de la niñez migrante en la región fronteriza México-Estados Unidos, simbólicamente implica un sacrificio de frontera que se da en altares naturales y metafóricos (como el río Bravo o el desierto) y tumbas artificiales (como los centros de detención y los tráileres) que forman parte de las topografías fronterizas; un sacrificio que además requiere de la exposición temporal de los cuerpos o los restos de las niñas, niños o adolescentes como ofrendas o exvotos que hacen visible el castigo de la trasgresión y, al mismo tiempo, son utilizados como mecanismos de terror psicológico transnacional para azuzar a aquellas o aquellos que planean cruzar la frontera.

Parece ser que los sacrificios de frontera, entonces, constituyen una propuesta tanto teórica como analítica que nos permite explorar e interpretar las necropolíticas migratorias, al menos en una región fronteriza particular y respecto a una población específica como es la niñez migrante. No obstante, los sacrificios de frontera no sólo pueden pensarse como rituales de violencia que reproducen una economía de la muerte antes de cruzar una frontera transnacional, durante o después de hacerlo, sino también como “cadenas, espirales y espejos de violencia” (Scheper Hughes y Bourgois, 2003, p. 1) que pueden perpetuar el ritual del sacrificio, en especial en tiempos de nuevas movilidades humanas nuevas y políticas migratorias que criminalizan incluso a la niñez migrante (Galli, 2018 y Catalano y Musolff, 2019).

Considérese, por ejemplo, el fenómeno de la separación familiar y el encierro de niñas, niños y adolescentes migrantes en jaulas metálicas (Forbes, 2018), durante la administración de Donald Trump, como otra forma del sacrificio de frontera que no demanda la muerte como ofrenda, pero sí exige el suplicio en anexos de tumbas artificiales como son los centros de procesamiento o detención; o bien la espera prolongada de esta población, junto con sus padres, en el marco de los Protocolos de Protección a Migrantes, también como un sacrificio de frontera basado en la necrosujeción o política de sacrificio humano que condenó a los solicitantes de asilo a transitar como muertos vivientes en ciudades fronterizas (Rosas, 2019).

Más allá de las reflexiones y los hallazgos, la propuesta de sacrificios de frontera si bien en parte intenta trascender miradas como el “espectáculo de frontera” o la “porno-miseria” (Varela-Huerta, 2021), sin duda invita a repensar enfoques teóricos sobre la re-victimización de los migrantes (De Genova, 2018) con relación a otros como la necrosujeción en las fronteras (Rosas, 2019). Pero, sobre todo, sugiere construir un puente antropológico que articule narrativas del sufrimiento o de la aflicción de la niñez migrante –centradas en la muerte, la desaparición o los traumas- y procesos históricos que configuran violencias y relaciones de poder que configuran las primeras (Maldonado Aranda, 2018, 2023).

Para finalizar, hay que reconocer que el concepto de sacrificios de frontera si bien es una propuesta teórica y analítica para explorar la muerte social y literal de la niñez migrante en fronteras simbólicas o territoriales, aún es necesario reforzar la reflexión en dos sentidos: 1) desentrañar cómo operan las tecnologías de explotación y destrucción que usan las necropolíticas en general y los dispositivos legales-administrativos de las necropolíticas migratorias en particular (Estévez, 2018); y, 2) enfatizar las formas de resistencia o de agencia de la niñez migrante, o al menos las redes de solidaridad u “hospitalidad incondicional” (Khosraví, 2021), que pueden emerger antes, durante o después de cruzar una frontera internacional y evitar que la niñez migrante sea parte de un sacrificio de frontera.

Por supuesto, esto implica echar mano de otras fuentes de información, así como de una hermenéutica diferente para entender las neomovilidades humanas contemporáneas en Las Américas desde una perspectiva estructural (Alonso Meneses, 2019 y Nájera, Lindstrom y Giorguli, 2019), pero también utilizando epistemes más sensibles que permitan analizar cómo estructuras sociales y subjetivas devienen en otras formas de sacrificios de frontera (Hernández Hernández, 2023).

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[1] Los Protocolos de Protección a Migrantes (Migrant Protection Protocols, MPP) fue un programa estadounidense que inició en enero de 2019, durante la administración de Donald Trump, el cual postuló que los solicitantes de asilo en Estados Unidos tenían que esperar en México mientras recibían respuesta de los tribunales de inmigración. En México, el mismo programa se denominó “Quédate en México”, considerándose un “tercer país seguro” que podía respaldar los derechos humanos de los migrantes y desplazados, aunque no fue así (al respecto véanse los trabajos de Paris Pombo y Díaz Carnero, 2020 y Morales-Cardiel y Lucero Vargas, 2020). El programa fue cancelado al iniciar la administración de Joe Biden (enero de 2021), pero recientemente ha sido reactivado.

[2] Con base en la Convención sobre los Derechos del Niño (1989, art. 1), así como en precisiones académicas (Ortega Velázquez, 2015, p. 188), a lo largo de este artículo aludo a “niñez migrante” como un término genérico que engloba a niñas, niños y adolescentes que están fuera de sus países o comunidades de origen y que transitan solos o acompañados por motivos familiares, económicos, educativos o de otro tipo.

[3] En términos generales y con base en Mbembe (2011), a lo largo de este ensayo concibo la necropolítica como el poder emanado de los Estados nación para decidir quién debe vivir o morir, más específicamente, como el poder de dar muerte (no necesariamente literal) a través de la precarización, la explotación y la destrucción de cuerpos.

[4] En consonancia con el concepto de necropolítica de Mbembe (2011), la noción de necropolíticas migratorias alude a la administración de la muerte —social y literal— que hoy en día emana de políticas y programas migratorios de algunos Estados nación, como Estados Unidos y México, mismas que a través de dispositivos legales-administrativos criminalizan, deshumanizan y finalmente causan muertes literales. Se argumenta que todo ello forma parte de un ritual o un tipo de violencia sacrificial (Girard, 2005).

[5] Mi noción de violencia abreva de Galtung (2016) y me refiero a la violencia tanto estructural, como cultural y directa que prevalece en regiones fronterizas. Las definiciones son señaladas en la siguiente nota.

[6] En adelante, la noción de utopía transnacional se refiere a un deseo o aspiración personal que supone lograr la movilidad social vertical al traspasar la frontera de su propio Estado-nación, en específico en un país más desarrollado. En contraposición, la distopía es la frustración por no alcanzar dicho logro. Para una discusión más detallada sobre utopía-distopía, véase el trabajo de Caballero Álvarez (2018).

[7] Aquí vale la pena reconocer que las nociones de violencia estructural y violencia directa provienen de la propuesta del sociólogo noruego Johan Galtung. La primera refiere a aquella que se comete constantemente al privar a ciertos grupos sociales de sus derechos humanos elementales y la segunda a aquellas expresiones más visibles de la violencia física, incluso sexual (Galtung, 2016, p. 168).

[8] Al respecto, cabe señalar que Galtung afirma que tales necesidades básicas pueden dividirse en: necesidades de supervivencia, bienestar, identidad y significado y libertad (Galtung, 2016).

[9] Llanamente un exvoto es definido como una ofrenda realizada a alguna divinidad, ya sea por promesa o agradecimiento. Se materializan en diferentes objetos que pueden representar diferentes cosas. Para mis propósitos, los cuerpos de los migrantes fallecidos o sus pertenencias son la representación de exvotos forzados en el marco de las necropolíticas migratorias.


  1. Mexicano. Sociólogo y Doctor en Antropología Social por El Colegio de Michoacán (EL COLMICH), México. Actualmente es Investigador titular en El Colegio de la Frontera Norte, Unidad Matamoros (EL COLEF), México. Líneas de investigación: migración, género y violencia criminal en la frontera noreste de México con Estados Unidos. Contacto: ohernandez@colef.mx.